Alma Gutman
¿Qué es lo que se motoriza, o por qué surge el deseo de escribir, de decir algo aún sobre los testimonios, lo que ya se sabe, lo tantas veces escuchado acerca de los campos de exterminio nazi que se dieron al promediar el siglo XX? ¿Por qué esto nos sigue haciendo hablar?
Hay distintos modos de relatar, de testimoniar, de decir de la experiencia de los campos, la escritura es uno de ellos, también puede tratarse de una pintura, imágenes en una película, una conversación en la intimidad, distintos recursos al que puede apelar un sujeto para intentar transmitir algo de esa experiencia. Cada uno de estos productos va a tener un valor distinto, por sus diferentes efectos. Distintas dimensiones entonces que pueden ubicarse respecto del testimonio, ya que no es lo mismo hablar, contarle a alguien cercano, que producir una obra que va a circular en lo social, y que por lo tanto pasará a formar parte de la cultura. Cabe aquí el interrogante -y se sabe que esto también se lo han planteado los propios autores de algunos escritos- respecto de si estos libros pueden o deben ser considerados “testimonios” en el sentido estricto de la palabra, aunque no pueda negarse que tengan un valor testimonial.
En otra dimensión de lo que intentamos circunscribir como testimonio, podemos ubicar la declaración de un testigo-víctima, pronunciada en el marco de un juicio oral y público. La promoción de los juicios a los represores, responsables de los crímenes de lesa humanidad durante la última dictadura militar en nuestro país, son producto de una política de Estado de Derechos Humanos que va en sentido contrario a la impunidad. Derogadas las Leyes de Obediencia Debida y Punto Final, se inaugura este segundo tiempo podríamos decir, en donde se reabrieron procesos en los cuales el Estado, en algunos casos, ha intervenido como querellante[1]. Estos elementos y el agregado que en muchas causas ya se han producido condenas, ubican a los testimonios de las víctimas en un lugar distinto y su inscripción en el cuerpo social tendrá un estatuto diferente al que tiene un objeto de consumo cultural. Los efectos del ordenamiento jurídico-político caen no sólamente sobre aquel que presta la declaración testimonial sino sobre la sociedad en su conjunto, y a su vez en la transmisión a otras generaciones.
En esta primera parte me voy centrar en algunos autores que me permitieron pensar algunas cuestiones respecto de ciertos aspectos del testimonio. El elemento en común que los reúne es que cada uno de ellos ha pasado por los campos de concentración nazis y que se trata de relatos en primera persona.
Comienzo por Jorge Semprún. Su libro La escritura o la vida[2] , fue publicado en el año 1992. Habían pasado más de cuarenta años desde su liberación del campo de concentración de Buchenwald. Semprún militaba en la resistencia francesa, su padre había sido diplomático de la República Española y fue deportado al campo cuando tenía 20 años.
Dice Semprún: “Habrá supervivientes, por supuesto. Yo, por ejemplo. Aquí estoy como superviviente de turno, oportunamente aparecido ante esos tres oficiales de una misión aliada para contarles lo del humo del crematorio, el olor a carne quemada sobre el Ettersberg, las listas interminables bajo la nieve, los trabajos mortíferos, el agotamiento de la vida, la esperanza inagotable, el salvajismo del animal humano, la grandeza del hombre, la desnudez fraterna y desvastada de la mirada de los compañeros. Pero ¿se puede contar? ¿Podrá contarse alguna vez? La duda me asalta desde este primer momento. Estamos a 12 de abril de 1945, el día siguiente de la liberación de Buchenwald. No obstante una duda me asalta sobre la posibilidad de contar. No porque la experiencia vivida sea indecible. Ha sido invivible, algo del todo diferente, como se comprende sin dificultad. Algo que no atañe a la forma de un relato posible, sino a su sustancia. No a su articulación, sino a su densidad. (…)
Unicamente el artificio de un relato dominado conseguirá transmitir parcialmente la verdad del testimonio. Cosa que no tiene nada de excepcional: sucede lo mismo en todas las grandes experiencia históricas” [3]. Claude Lanzmann insiste en que su film Shoa no es un documental sino una experiencia estética, una construcción ficcional, en palabras del propio Lanzmann, una “ficción de lo real” (Lanzmann: Seminaire with Claude Lanzmann 11 de Abril de 1990, del libro Historia y Memoria después de Auschwitz, Dominick La Capra, p.116, Prometeo Libros, 2009)
Fernando Fagnani en “La voz ajena” [4], afirma que Semprún sabe que la escritura crea la memoria y no al revés, y no ignora los problemas que esto implica para una distinción última de la verdad del testimonio versus la verdad de su memoria.
¿Qué me interesa recortar de lo que nos ofrece la pluma de Semprún? Encuentro que en la singularidad de cada producción, ficción, que pueden tener valor testimonial hay una apuesta, no siempre sabida. En él se puede leer una apuesta por la fraternidad, que eso existe, es por esta razón que toma prestada esta frase de André Malraux : “Si recupero esto es porque busco la región crucial del alma donde el Mal absoluto se opone a la fraternidad”.
En Imre Kertesz, su apuesta no es tan clara. En su novela “Sin destino”[5] Gyurka, el joven protagonista -deportado a un campo cuando tenía sólo 14 años- tiene una mirada más cínica y sombría, no cree en casi nada. A su salida del campo dirá que siente odio, hacia todos, sin distinción : hacia los alemanes, hacia los judíos… Sin embargo en su relato también es posible ubicar algo de la dimensión fraterna: en el encuentro con Bandi Citrom, húngaro como él, hermano de patria y de lengua. Este personaje oficia de una especie de hermano mayor, lo insta a higienizarse todos los días, le da una serie de pautas y consejos que según él, lo ayudarán a “volver a casa”. Lo que había que evitar a toda costa según Bandi, era convertirse en un “musulmán”.
Vuelvo a Semprún: “Iba a hacer dos años que vivía rodeado de miradas fraternas. Si es que había miradas: la mayoría de los deportados carecían de ella. La tenían apagada, obnubilada, cegada por la luz cruda de la muerte. La mayoría de ellos sólo vivía debido a la inercia: luz debilitada de una estrella muerta, su mirada” “Pero sería fraterna la mirada que habría sobrevivido. Por haberse alimentado de tanta muerte probablemente. Alimentado de un legado tan opulento[6]( …)La pestilencia, la injusticia, el horror de la muerte antigua se borraban, quedaba la compasión, un sentimiento agudo, estremecedor, de fraternidad” [7]
En las letrinas era posible el intercambio con los compañeros: “…hacia el edificio del Campo Pequeño, lugar de encuentros posibles, de palabras intercambiadas, lugar curiosamente cálido a pesar del vaho repugnante de los orines y de las defecaciones, postrer refugio de lo humano”[8] en ese sitio de restos (claro, se trataba de restos vitales) se hacía lugar a la palabra, a lo íntimo, tal vez porque hasta ahí no llegaba la mirada de los SS.
Primo Lévi, en su libro Si esto es un hombre”[9], publicado por primera vez en el año 1947, aunque se hizo conocido bastantes años más tarde en su 2da. edición, también ubica la palabra y lo fraterno como condición de posibilidad –no excluyente– de la sobrevivencia en el campo, pero le agrega otro elemento, al que Agamben [10] nombra como la fraternidad de la abyección. Se trata de esa zona gris en donde la víctima se hace verdugo, el oprimido pasa al lugar del opresor. Al decir de Levi, víctima y verdugo pueden ser igualmente innobles.[11] Esa zona gris funde los límites entre el bien y el mal. En el Sonderkommando se mezclaban prisioneros y guardias, aquellos podían ser a veces más crueles y tiránicos que sus superiores para con los demás prisioneros. Es aquí donde la dimensión del prójimo, con lo que entraña de goce, se recorta y deja ya de ser mi semejante. El prójimo, sin duda, tiene toda esa maldad de la que habla Freud en El malestar en la cultura, pero que ella no es otra cosa sino aquella ante la que retrocedo en mí mismo. Amarlo, amarlo como a mí mismo es a la vez, avanzar necesariamente hacia alguna crueldad, la suya o la mía? nada dice que sean diferentes. parece claramente más bien, que son la misma, a condición de que los limites que me hacen plantearme ante el otro como mi semejante sean franqueados. (Lacan, Seminario La Ética del Psicoanálisis, capítulo “El amor al prójimo”, editorial Paidós, 1988)
Hay un registro en donde lo fraterno implica un ordenamiento simbólico: los hermanos se unen alrededor de algo que permanece prohibido, al contrario del Lager donde “todo era posible” orden obsceno… En el campo no había lugar a la pregunta de porqué, no había juicio, Primo Levi nos dice que conocía por un guardián de las SS la regla de Auschwitz desde su llegada al campo “aquí no hay porqué… cualquiera podía ser procesado, condenado y ajusticiado sin ni siquiera saber por qué”. (Dominick La Capra, op cit.p. 121)
La prohibición instaura un orden de legalidad, permite ubicar una filiación de lenguaje, inaugura la diferencia posibilitando el intercambio, la circulación de la palabra, dando lugar a lo amoroso. Esta operación tiene un efecto pacificador, detiene la cruel ferocidad que puede desatarse hacia dentro de la fratría. Es ésta la operación que Freud teoriza en Totem y Tabú: la prohibición va a recaer sobre todos los miembros pertenecientes a un mismo linaje, es para todos y cada uno por igual, de ahí derivará el “no matarás” se tratará de la renuncia de lo pulsional, fundante de lo civilizatorio, exigencia y condición de la cultura.
La burocracia de los campos nazis, la lógica concentracionaria, cuando no extermina, arrasa con la condición humana, produciendo una masa de individuos uniforme y anónima. La pretensión –en el adueñamiento total y absoluto de la vida del otro– es la de borrar las diferencias, lo singular de cada uno, los nombres propios de cada quien se eclipsaban pasando a ser simplemente números, que además eran tatuados en el cuerpo. (como afirma además Hanna Arendt, no había muertos, había producción de cadáveres).
Esta pretensión parece realizarse acabadamente en la llamada figura del “musulmán”, nombre que tomaban los prisioneros del campo que ya no sentían ni hambre, ni frío, ni dolor y se los podía ver recorriendo el campo como cadáveres ambulantes. Se los denominaba así porque manifestaban un temblor en su cuerpo y una inclinación que recordaba a los que rezaban a Alá permanentemente; eran despreciados tanto por el resto de los prisioneros como por los guardias y los SS, no se comunicaban con nadie ni entre sí, había que alejarse de ellos para no “contagiarse”, entre ellos parecía estar ausente la fraternidad, no se hermanaban, ni siquiera se miraban. Levi los describe así: “…son ellos la masa anónima, continuamente renovada y siempre idéntica, de no-hombres, que marchan y trabajan en silencio, apagada en ellos la llama divina, demasiado vacíos ya para sufrir verdaderamente. Se duda en llamarlos vivos, se duda en llamar muerte a su muerte, ante la que no temen porque están demasiado cansados para comprenderla” [12].
Son “no-hombres”, hombres negados en su condición de tales. Primo Levi avanza en su descripción de las cosas de un modo conmovedoramente bello “Parte de nuestra existencia reside en las almas de quien se nos aproxima: he aquí porqué es no-humana la experiencia de quien ha vivido días en que el hombre ha sido una cosa para el hombre”[13].
Todo su trabajo es una aguda y profunda reflexión ética. El título de su libro Si esto es un hombre, lo atestigua, ya que más que una pregunta es una proposición condicional que deja abierta. ¿Qué es lo que nos hace sujetos humanos?
Lacan, en una de sus clases se preguntaba: ¿Dónde hallamos la huella del sujeto en Freud? y responde: “En sus escritos se trata de tres cosas: Eso sueña, eso falla, eso ríe…”[14]. El espacio de la otra escena es el lugar en donde el sujeto seguirá resistiendo radicalmente –siempre que haya un cuerpo que oficie de soporte–: se seguirán fabricando sueños, produciendo fantasías, motorizando anhelos… Estamos en las huellas del deseo, del Wunsch freudiano: “Estos deseos de nuestro inconsciente, siempre en actividad y, por decirlo así, inmortales, deseos que nos recuerdan a aquellos titanes de la leyenda sobre los cuales pesan desde tiempo inmemorial inmensas montañas que fueron arrojadas sobre ellos por los dioses vencedores y que aún tiemblan de tiempo en tiempo, sacudidas por las convulsiones de sus miembros, estos deseos reprimidos, son también de procedencia infantil (…). El sueño nos revela el pasado, pues procede de él en todos los sentidos. Sin embargo, la antigua creencia de que el sueño nos muestra el porvenir no carece por completo de verdad. Representándonos un deseo como realizado, nos lleva realmente al porvenir; pero este porvenir que el soñador toma como presente está formado por el deseo indestructible conforme al modelo de dicho pasado”[15].
Deseo indestructible, deseo de una fuerza titánica, deseo realizado como anticipación del porvenir, ¿como ilusión? Deseo como sostén último de la vida.
¿Cómo nombrar el deseo en un campo de concentración, donde lo que prima es ser un puro resto, a merced de una maquinaria de muerte? Suena a locura. Ana Novac es una sobreviviente de Auschwitz, sus padres fueron asesinados en el campo, ha llevado un diario en su estadía, escribiendo como podía en papeles arrancados de las paredes, pedazos que encontraba. En un diálogo con Hella, una compañera que le pregunta si no tiene miedo que descubran lo que está haciendo y no teme por su vida, le responde: “Hella, ¿sabes que tengo dos pellejos y que el segundo –mis notas– es a lo mejor lo que le impide al resto venirse abajo?”. “Como estábamos condenadas al gas, pasara lo que pasara, a nuestros guardianes les importaba un bledo nuestras actividades literarias o cualesquiera otras (había sesiones de espiritismo y leíamos poemas compuestos en los camastros)”[16].
En esta segunda y última parte intentaremos dar una definición del testimonio acercándonos al sentido jurídico: es la prueba, justificación y comprobación de la certeza o verdad de algo.
Jorge Jinkis en “El testigo en cuestión” [17], afirma que el testigo es alguien que ha visto y ha oído. El primer sentido del testimonio es afirmar el acontecimiento. Sobreviviente (superstare) significa estar más allá (super); stare: existir o estar. Ser sobreviviente significa mantenerse o subsistir más allá de un acontecimiento que ha exterminado al resto. Él estuvo, y como aún está se lo considera en situación de testigo del mismo. El sobreviviente no es un tercero desimplicado, está altamente implicado en el acontecimiento del que habrá de dar testimonio. El testigo es alguien sin espejo, su estatuto es el de un aparecido, esto conlleva que en un primer momento no tiene otros en quien reflejarse, está solo. El testigo es pues aquel que ha sobrevivido no sólo al exterminio físico sino al exterminio de la palabra. Lo perdido puede no encontrar palabras, es cierto, pero la palabra del testigo es afirmación de esa pérdida, a lo que se agrega, que el discurso del testigo testimonia la eliminación de aquella palabra.[18] (Esto es también lo que Agamben en su trabajo nombra como la laguna en el testimonio, algo en la estructura misma del testimonio que no puede ser dicho, se tratará entonces, para él, de “escuchar lo no dicho”)
El testimonio trae algo de una verdad más que de un saber, es en la falla del saber donde se ubicará el sujeto y la verdad. ¿Se es esa verdad? Se sufre de ser esa verdad, se la encarna. En ese sentido creo los textos de Semprún, Kertesz y Novac, tienen algo estremecedor del orden de: “Yo, la Verdad, hablo”[19].
Esto también puede aplicarse en las declaraciones de los testigos en las audiencias[20] de los juicios orales. La presencia corporal y la voz le darán otro marco al testimonio, los estrados judiciales en donde se desarrollan éstas audiencias, con presencia de público, evocan algo del ágora griega.
En una de ellas, la de la causa por el Centro Clandestino de Detención El Vesubio[21] un testigo-víctima declaraba: “Es difícil ser sobreviviente… no podemos dar cuenta de porqué algunos estamos vivos y otros están muertos, pero siempre pensé que si seguía vivo el mandato tenía que ser el de dar testimonio, contar lo que pasó, que se sepa”. Que se sepa implica como movimiento necesario la inclusión de los otros, lo dicho está dirigido, tiene destinatarios. Para los que oímos, esto nos agujerea, nos coloca también en el lugar de testigos, nos interpela, nos responsabiliza, haciéndonos tomar posición.
Se busca la verdad para que entre en un ordenamiento jurídico y así haya justicia. La verdad histórica adquiere otro significado si es tomada por este ordenamiento, y como decíamos al inicio, si el Estado interviene en todo este proceso, los testimonios tendrán una sanción distinta, que afectará tanto al que participa en calidad de testigo-víctima, como al conjunto del cuerpo social, dándole un lugar de legitimidad. La intervención de los poderes del Estado va a posibilitar que se pueda ir inscribiendo algo de esta verdad y de este modo permitiendo, dando lugar a que se vaya tramando la memoria, proceso que no es solamente individual sino que se va articulando en lo colectivo.
La memoria articulada en un discurso testimonial opera contra el olvido.[22] Aquí se podría evocar la etimología de la palabra recordar: del latín: recordari, re: de nuevo; cordis: corazón: “volver a pasar por el corazón”.
La posibilidad de testimoniar da lugar a que advenga algo nuevo, que algo quede olvidado –perdido– y algo quede escrito, y por lo tanto se pueda leer. Lo que no deja de escribirse formará parte de las huellas de la memoria de la comunidad y es lo que va a transmitirse.
El encuentro con el testimonio, cualquiera sea la forma que tome, da lugar a que se produzca un encuentro con los otros, más acá del exterminio, para poder seguir pensando y preservando el espacio de los sueños y los anhelos.
Junio de 2016
[1] La Ley de Obediencia Debida n.º 23.521… estableció la presunción que los delitos cometidos por los miembros de las Fuerzas Armadas cuyo grado estuviera por debajo de coronel (en tanto y en cuanto no se hubiesen apropiado de menores y/o de inmuebles de desaparecidos), durante el Terrorismo de Estado y la dictadura militar no eran punibles, por haber actuado en virtud de la denominada «obediencia debida» (concepto militar según el cual los subordinados se limitan a obedecer las órdenes emanadas de sus superiores).
De ese modo, tuvo lugar el desprocesamiento de los imputados en causas penales del llamado terrorismo de Estado que no habían sido condenados hasta el momento. Así, luego de haberse juzgado a las Juntas Militares en el año 1985 y haber encarcelado a sus cúpulas, se cierra el ciclo, a partir de una habilitación jurídico-política y la posibilidad de que sean juzgados por crímenes cometidos durante este período (secuestros, torturas y asesinatos) los militares de menor rango que participaron en ellos. Se les quita responsabilidad, aduciendo que recibieron órdenes, es la llamada «obediencia debida».
La Ley 23.492 de Punto Final es una ley argentina que estableció la caducidad de la acción penal (prescripción) contra los imputados como autores penalmente responsables de haber cometido el delito complejo de desaparición forzada de personas (que involucró detenciones ilegales, torturas y homicidios agravados o asesinatos) que tuvieron lugar durante la dictadura militar del autodenominado Proceso de Reorganización Nacional de 1976–1983
Ambas leyes fueron anuladas por el Congreso Nacional por una iniciativa del gobierno del presidente Néstor Kirchner en el año 2003 y declaradas inconstitucionales por la Corte Suprema de Justicia en el año 2005.
[2] Semprún Jorge, La escritura o la vida, Barcelona, Tusquets Editores, 1998.
[3] Semprún, Jorge, op cit, pag. 25.
[4] Fagnani, Fernando. “La voz ajena” en Conjetural Revista Psicoanalítica. Buenos Aires. Siglo Veintiuno Editores. 2009.
[5] Kertész, Imre. Sin destino. Barcelona. Plaza & Janes Editores, 1996.
[6] Semprún Jorge, op.cit, pag.37
[7] Ibid, pág.295
[8] Ibid, pág.59.
[9] Levi, Primo, Si esto es un hombre. Barcelona. Muchnik Editores. 1999.
[10] ) Agamben, Giorgio, Lo que queda de Auschwitz, El archivo y el testigo (HOMO SACER III.) España. Guada Impresores. 2002.
[11] Levi, Primo, op cit.
[12] Lev, Primo, op.cit.
[13] Levi, Primo, op.cit.
[14]Lacan, Jacques. Mi enseñanza. Buenos Aires: Paidós. 2007.
[15] Freud, Sigmund, La interpretación de los sueños, Cap. VII. Obras Completas. Madrid: Biblioteca Nueva, 1972.
[16] Novac, Ana, Aquellos hermosos días de mi juventud. Barcelona: Ediciones Destino, 2010.
[17] Jinkis, Jorge, El testigo en cuestión. Conjetural Revista Psicoanalítica. Buenos Aires, Siglo Veintiuno Editores, 2009.
[18] Ibid pág. 75.
[19] Lacan, Jacques, La cosa freudiana o el sentido del retorno a Freud en psicoanálisis. Escritos 2. Argentina Siglo XXI Editores. 1987.
[20] Audiencia: del latín: audire, oír.
[21] Se desarrolló en el Tribunal Federal Oral Nº 4 de los Tribunales de Comodoro Py, durante el mes de julio de 2010. El Centro Clandestino de Detención, Tortura y Exterminio El Vesubio fue un lugar utilizado por el Ejército que estaba ubicado en la localidad de Ciudad Evita (partido de La Matanza, en el Gran Buenos Aires), «Empresa El Vesubio» era el nombre clave que utilizaban para referirse al mismo las fuerzas represivas. (el Centro ya estaba en funcionamiento desde el año 1975 y era utilizado por la Triple A: Alianza Anticomunista Argentina, para llevar allí a los ciudadanos perseguidos) Entre desaparecidos y sobrevivientes al menos 400 personas estuvieron detenidas allí. (entre ellos los escritores Haroldo Conti y Héctor Oesterheld, autor de El Eternauta, y el cineasta Raymundo Gleyzer hoy desaparecidos); además de numerosos ciudadanos alemanes e italianos identificados por la justicia de ambos países. El Vesubio dejó de funcionar y sus edificios demolidos en 1978 debido a la visita de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos.
Las audiencias en los juicios por delitos de lesa humanidad (lo que marca que son imprescriptibles) comienzan a desarrollarse a partir de la derogación de las leyes de impunidad, se reabren causas y se llama a muchos de los que estuvieron prisioneros en los centros clandestinos, en calidad de testigos, para que presten declaración en los juicios que aún hoy se están llevando a cabo, y donde se juzga a los responsables de graves violaciones de derechos humanos, cometidas desde el Estado (entre ellos el robo y apropiación de bebés nacidos en cautiverio).
[22] Jinkis, Jorge, op.cit.