por Juan Besse*
Y de pronto es como cuando toda una época se entristece.
Arnaldo Calveyra. Diario del recluta
El 16 de junio de 1955 aviones de la Marina de guerra, con el plegamiento de algunas unidades de la Aeronáutica, bombardearon la ciudad de Buenos Aires. Los objetivos principales fueron la Plaza de Mayo y, la hoy desaparecida residencia presidencial, el Palacio Unzué. Bajo el supuesto, o el pretexto, de asesinar al presidente Perón, los golpistas llevaron a cabo uno de los más crueles y espectaculares crímenes que conozca la violencia política contemporánea en la Argentina. Una masacre tan excepcional como inaudita que tuvo como efecto inmediato ejercer el terror y el disciplinamiento de la población y hacerlo con proyección sobre las también trágicas jornadas que siguieron al levantamiento militar del 16 de septiembre, cuya culminación fue el derrocamiento del segundo gobierno de Juan Perón.
En la memoria pública, en las memorias políticas de los colectivos militantes, tanto peronistas como antiperonistas, e incluso en la diseminación más capilar de la memoria social, el 16 de junio de 1955 emerge como teatro del exterminio, marca un antes y un después[1]. Y lo hace en varios sentidos: por un lado –visto retrospectivamente– marca el comienzo del fin de la experiencia de gobierno del primer peronismo; a la vez, es el inicio de un tipo de violencia política que ejercida por una facción de las fuerzas armadas, con capacidad de disponer de los medios de coacción del Estado, hace uso de esos medios para masacrar e instaurar el terror y abrir así el camino a una dictadura que en nombre de la libertad anticipa mediante sus prácticas y operativas las lógicas del terrorismo de Estado perpetrado por las dictaduras que la siguieron. El golpe del ´55 es, además, la plasmación argentina de las técnicas del golpe de Estado que en el siglo XX estuvieron marcadas por la aceleración técnica. Destructividad y fabricación de cadáveres[2]. Junio del ‘55 es un tiempo liminar, en el que las fuerzas que debían defender y custodiar a los ciudadanos de eventuales peligros exteriores, en una inquietante torsión, se vuelven contra ellos. El ’55 como corte político, ético y epistémico, se inscribe, de ese modo, como el inicio de un momento de transición entre el terrorismo faccioso que hace uso de los medios del Estado para consumar el golpe y la asunción plena por parte de –en este caso sí– un estado de excepción que deroga por decreto la Constitución Nacional de 1949 e impulsa detenciones masivas, torturas y fusilamientos extrajudiciales como los que sufrieran militantes y militares en junio de 1956, luego del levantamiento encabezado por el General Valle contra la dictadura de Aramburu. La matanza de civiles ese día de junio preludia la ulterior criminalidad de lesa humanidad que caracterizará al Estado argentino no sólo durante la dictadura que siguió al derrocamiento de Perón sino también a aquella del ‘76 que vino a cerrar -a sangre, fuego y silencio- el ciclo político y económico iniciado por la experiencia peronista en 1945.
La masacre, el acontecimiento y lo in-número
¿Por dónde habría habido que comenzar una historia natural de la destrucción?
G. Sebald. Sobre la historia natural de la destrucción[3]
Si algo caracteriza a las narraciones sobre el 16 de junio es que desde entonces y hasta fecha muy reciente, se trate de historiadores o ensayistas, de políticos o escritores, de artistas o periodistas, se barajan números muy dispares sobre la cantidad de muertos y heridos. Si esto es así sobre el 16 de junio, se conoce aún menos sobre los muertos de septiembre, muertes que se sucedieron en distintas partes del país conforme a los combates entre los golpistas y las fuerzas leales pero también mediante formas de represión clandestina a funcionarios, militantes políticos y gremiales[4]. A las muertes físicas se sobreimprimen las muertes simbólicas mediante la intervención de archivos y expedientes en organismos y dependencias estatales, o lisa y llanamente su saqueo y destrucción como sucedió en instituciones civiles como la Fundación Eva Perón.[5] El decreto 4161 del 5 de marzo de 1956[6] constituye una pieza excelsa de lógica paradigmática y de la violencia que supone para esa lógica de guerra el ideal de sustitución sin resto. La ilusión performativa de un acontecimiento sin rastros. La damnatio memoriae tal como fuera ejercida por el derecho público y penal romano no sólo era una práctica de desinscripción de los nombres de funcionarios y emperadores sino que establecía la nulidad de los actos jurídicos promovidos por los abolidos y, como retrorno, en un acto de justificación de los medios criminales utilizados para borrar la memoria de los enemigos públicos[7]. Se advierte así como damnatio memoriae refuerza el decisionismo jurídico y pacta el silencio como requisito del olvido.
El primer informe oficial sobre el 16 de junio que reconstruye la nómina de muertos, publicado en el año 2010 cincuenta cinco años después de la masacre, establece 308 personas asesinadas y aproximadamente un millar de heridos[8]. Trescientos ocho es el número reconocido en el informe. La segunda edición revisada del informe, editada en marzo de 2015, establece la cifra en 309 muertos. El rastreo de archivos (cementerios, hospitales, organismos oficiales, hemerotecas etc.) y las operaciones metodológicas que tuvieron que realizarse para reconstruir esa nómina incompleta muestran la destrucción parcial de las fuentes, incluso en los archivos gráficos periodísticos[9] y audiovisuales[10].
Esa cifra como punto de arribo de la investigación promovida por el gobierno es parte de la política reparatoria del Estado que, desde que asumiera Néstor Kirchner la presidencia, incluye en la agenda gubernamental la cuestión del 16 de junio y de los crímenes de lesa humanidad cometidos durante y después del golpe de Estado de 1955. Y lo hace desde la perspectiva de los derechos humanos que reinscribe el acontecimiento histórico en una renovada política de la memoria con el desafío de conocer y pensar en un sentido reparatorio los crímenes silenciados.
Junto con los homenajes a los granaderos que defendieron la Casa Rosada, a las víctimas y sus familiares mediante el emplazamiento de un monumento conmemorativo, se trata de las primeras palabras oficiales[11] que se profirieron desde que Perón hablara los días 16 y 17 de junio –o en los meses posteriores sobre lo sucedido– y desde que la Justicia militar procediera a enjuiciar a los golpistas, proceso interrumpido por el golpe de septiembre que indultó a todos los implicados[12].
1955, 1956 son años espectrales, dice Regine Robin “dime los cadáveres que ocultas en los roperos de la Historia, y te diré qué tipo de acontecimientos debes esperar”[13], qué repeticiones ya se dibujan en el futuro/presente de ese pasado reciente.
Ahora bien, la cifra del Informe es la lista de víctimas que se ha podido componer desde el Estado, conlleva la restitución del nombre de la víctima a contra sentido del nombre borrado, las víctimas no reclamadas, los cuerpos calcinados, los que no pudieron hablar de las pérdidas, los mutilados que entraron en la afasia social. Como escribe Fabiana Rousseaux “la memoria traumática de los crímenes masivos se reconstruye de un modo específico e implica sobre todas las cosas, un silencio agudo y muchas veces eternizado hasta que un hecho, un acto, una fecha, provocan un movimiento de des-coagulación”.[14]
Así como 30.000 detenidos-desaparecidos es la cifra simbólica que nombra la desaparición y el exterminio asociado a la operatoria clandestina del terrorismo de Estado implementado por la última dictadura militar, el ´55, envuelto en la trama del silencio, y afectado por la minimización de los hechos como forma canalla de la renegación, también merece ser tratado, con sus recaudos específicos, atentos a la singularidad de los crímenes que tuvieron lugar en ese largo año, mediante aquello que Rousseaux convoca en la figura de lo in-número, porque el daño cometido es más que un número. Desde el punto de vista simbólico no puede ser tratado como un hecho contable dado que “las muertes se ‘escriben’ en el aparato burocrático del Estado, para luego ser ‘inscriptas’ en un registro psíquico. Esto las hace, registrables y contables. Se sabe cuántas son”[15]. Pero lo in-número no es sólo un estado preliminar, un momento de no saber que antecede al registro posible de víctimas. Lo in-número es la no-cifra que cifra éticamente la verdad que excede a cualquier contabilidad biopolítica. Lo in-número es la categoría epistémica mediante la cual la verdad habla y contribuye a que se asuma la responsabilidad del Estado que fue el causante de ese daño irreparable.
Los acontecimientos que jalonaron el largo golpe de Estado de 1955 –que comenzara con la masacre del 16 de junio y culminara con los levantamientos de septiembre– fueron, y de alguna manera lo siguen siendo, objeto de pertinaces silencios. En los últimos quince años se ha hecho, hemos hecho, mucho, para resquebrajar esa coraza que protege la impunidad. La reparación comienza por el cuerpo de lo irreparable, por el dolor colectivo en movimiento que interroga el pasado reciente y no tan reciente. Desmontar esos silencios, no es sólo un quehacer político y epistémico, hace a la dimensión ética ínsita a la rememoración sin cuyo trabajo no hay anudamiento con la verdad ni posibilidad de justicia.
*Antropólogo, investigador. Autor, junto a María María Graciela Domínguez, del libro 16 de junio de 1955. Bombardeo y masacre. Imágenes, memorias, silencios
[1] Medina, Horacio; Victoria Larrosa y Fernando Montañéz “Cámara” en Cartas de navegación. Escrituras clínicas, Buenos Aires: Archivida, 2019, pp. 99-101.
[2] Las comparaciones no siempre hacen a la verdad pero sirven para pensar. El 15 de agosto de 1940, en el marco de una de las guerras más crueles de la historia humana, y considerando que hasta ese verano de 1940 tanto británicos como alemanes habían tratado de evitar bombardear objetivos que afectaran a la población civil, se produjo el primer bombardeo alemán a Londres con foco en aeródromos, fábricas y otros objetivos similares, el primer bombardeo que impactó sobre civiles: hubo aproximadamente sesenta víctimas. El bombardeo a Guernica del 26 de abril de 1937, protagonizado por la Legión Cóndor alemana y la Aviación Legionaria italiana en apoyo a la insurrección franquista con el fin de desbalancear las fuerzas contendientes en la guerra civil, produjo aproximadamente la mitad de víctimas que el bombardeo del 16 de junio.
[3] Título de la edición castellana de Luftkrieg und Literatur (Guerra aérea y Literatura).
[4] Bajo el imperativo de la desperonización del país, una vez desplazado el general Lonardi por el sector oligárquico-liberal de las fuerzas armadas, esa tendencia represiva se agravó.
[5] Ferioli, Néstor. La Fundación Eva Perón, Buenos Aires: Centro Editor de América Latina, 1990.
[6] El artículo 1 del decreto establece “Queda prohibida en todo el territorio de la Nación:
- a) La utilización, con fines de afirmación ideológica peronista, efectuada públicamente, o propaganda peronista, por cualquier persona, ya se trate de individuos aislados o grupos de individuos, asociaciones, sindicatos, partidos políticos, sociedades, personas jurídicas públicas o privadas de las imágenes, símbolos, signos, expresiones significativas, doctrinas artículos y obras artísticas, que pretendan tal carácter o pudieran ser tenidas por alguien como tales pertenecientes o empleados por los individuos representativos u organismos del peronismo.
Se considerará especialmente violatoria de esta disposición la utilización de la fotografía retrato o escultura de los funcionarios peronistas o sus parientes, el escudo y la bandera peronista, el nombre propio del presidente depuesto el de sus parientes, las expresiones «peronismo», «peronista», » justicialismo», «justicialista», «tercera posición», la abreviatura PP, las fechas exaltadas por el régimen depuesto, las composiciones musicales «Marcha de los Muchachos Peronista» y «Evita Capitana» o fragmentos de las mismas, y los discursos del presidente depuesto o su esposa o fragmentos de los mismos.
- b) La utilización, por las personas y con los fines establecidos en el inciso anterior, de las imágenes, símbolos, signos, expresiones significativas, doctrina artículos y obras artísticas que pretendan tal carácter o pudieran ser tenidas por alguien como tales creados o por crearse, que de alguna manera cupieran ser referidos a los individuos representativos, organismos o ideología del peronismo.
- c) La reproducción por las personas y con los fines establecidos en el inciso a), mediante cualquier procedimiento, de las imágenes símbolos y demás, objetos señalados en los dos incisos anteriores.”
[7] Robin, Régine La memoria saturada, Buenos Aires: Waldhuter, pp. 90 y ss.
[8] Bombardeo del 16 de junio de 1955, Investigación Histórica del Archivo Nacional de la Memoria, Secretaría de DD.HH. del Ministerio de Justicia, Seguridad y Derechos Humanos, Presidencia de la Nación, 2010, p. 142.
[9] Izaguirre, Matías y Mauro Vázquez, ‘El pueblo debe estar tranquilo’: las imágenes de un bombardeo” en Juan Besse y María Graciela Rodríguez 16 de junio de 1955, bombardeo y masacre. Imágenes, memorias, silencios, Buenos Aires, Biblos, 2016, pp. 15-49.
[10] Gandini, Nicolás y Nadia Koziner “Huellas de la violencia: itinerario del registro audiovisual de los bombardeos” en Juan Besse y María Graciela Rodríguez 16 de junio de 1955, bombardeo y masacre. Imágenes, memorias, silencios, Buenos Aires, Biblos, 2016, pp. 51-73.
[11] Una excepción es el discurso de asunción ante el Congreso de Héctor J. Cámpora pronunciado el 25 de mayo de 1973. Allí sostuvo que “La intriga comenzó al día siguiente del triunfo popular del 46, logró sus designios al cabo de nueve años y truncó una revolución incruenta que trajo la felicidad para nuestro pueblo y cimentó las bases de la grandeza nacional. Desde entonces se desandó el camino. El país, inerme, contempló la instauración de todas las formas posibles de burla a la voluntad popular: interdicciones, inhabilitaciones, anulación de elecciones, prepotencias, golpes de Estado jalonaron el negro camino reversivo que se quiso imponer, a trasmano de la historia. Así, el 16 de junio de 1955 se inicia la etapa más despiadada de la historia argentina contemporánea. La metralla cae sobre el pueblo que clama su rabia y su impotencia: tres meses más tarde, se instaura la dictadura”. Héctor J. Cámpora “Mensaje a la Asamblea Legislativa, 25 de mayo de 1973 en Cuadernos de militancia. Héctor J. Cámpora: El mandato de los setenta. Discursos y mensajes 1973, Buenos Aires, Ediciones Punto Crítico, p. 60.
[12] Los jefes a cargo del bombardeo el Contralmirante Samuel Toranzo Calderón fue condenado por el tribunal militar a cadena perpetua y degradado; quien lo secundaba el Vicealmirante Benjamín Gargiulo se suicidó por la mañana del 17 de junio y el Ministro de Marina, responsable político de las acciones que negó su participación en la asonada criminal fue, junto con otros partícipes, condenado a pocos meses de cárcel.
[13] Robin, Régine, op. cit. p. 62.
[14] Rousseaux, Fabiana “¿30.000? ¡Ni idea! El Estado y lo sacro” en Rousseaux, Fabiana y Stella Segado (compiladoras) Territorio, escrituras y destinos de la memoria. Diálogo interdisciplinario abierto, Buenos Aires, TeCMe/Tren en movimiento, 2018, p. 42.
[15] Rousseaux, Fabiana, op. cit. p. 27-45.