Por Fabiana Rousseaux
Para quienes tomamos la decisión hace ya algunos años de involucrarnos desde el psicoanálisis con las políticas públicas, con el Estado y sus diversas instituciones, la mayoría de las veces arrasadas por el discurso neoliberal, y muy especialmente desde América Latina, no nos puede resultar indiferente la cuestión de los legados, porque allí radica la oportunidad de una nueva forma de escritura que nos permitiría redoblar la apuesta en una insistencia por la dignidad.
En la Argentina somos portadores de un acontecimiento político singular que atesoramos socialmente sin terminar de saberlo ni inscribirlo del todo. Hemos constituido un sujeto político de la emancipación, emergente del campo de los derechos humanos, que logró obstaculizar muchos de los ideales basados en existencias entregadas al rendimiento, la competencia y la gestión –palabra clave en el campo neoliberal– referidos a lo que podemos denominar de un modo general “habitar el Estado”.
Pero esa experiencia nos hizo saber que no se puede habitar el Estado de cualquier modo, hacen falta sujetos responsables que asuman las consecuencias de sus actos. E incluso podemos ir un poco más lejos y decir que se necesita una relación con la verdad que soporte al mismo tiempo la soledad en la que queda inmerso cada sujeto por el solo hecho de hablar (hablanteser[1]) en el marco de un proceso de transformación histórica.
Emancipación y Estado son dos significantes que mantienen una relación de conjunción y disyunción simultánea. Puede tornarse una herramienta de control o de pensamiento contrahegemónico dependiendo del modo en que se encarnen allí los discursos. Para esto es clave sostener la tensión irresoluble que da la heterogeneidad que lo constituye. Sin embargo, esa heterogeneidad tiene también sus condiciones de posibilidad.
El estatuto extraño que han cobrado en la actualidad las palabras libertad y emancipación da cuenta del llamado a una responsabilidad política, dado que se ha invertido el universo de sentidos. Nos enfrentamos con que la libertad quedó hoy del lado de las derechas ultraderechizadas[2], que claman desde la desinhibición por la ruptura de cualquier atadura (restricción), mientras que del lado de las izquierdas y los gobiernos populares que apuestan a los caminos posibles de lo emancipatorio ha quedado lo que se liga a las prohibiciones; como si solo se tratara de hacer funcionar un aparato técnico prescindente de legados históricos, herencias simbólicas, o donde ni siquiera fueran necesarios los velos de la vergüenza y el pudor que sostienen los semblantes que requiere el mantenimiento del lazo social.
Tal como señala Jorge Alemán en su último libro[3], se puede llegar al punto de convertir lo común, lo público y al propio Estado en extranjeros en su propia tierra, desplazados en un éxodo significante que sustituye lo nacional por el nativismo o, como podríamos decir también, la soberanía por lo identitario mortífero y la pulsión de muerte.
En la actualidad, el surgimiento de diversos espacios topológicos provenientes del campo de un sujeto político legatario de la inmensa experiencia social de memoria con la que cuenta nuestro país nos abre la pregunta sobre la emancipación.
Si consentimos que no es cualquier sujeto el que puede sostener esta pregunta, tampoco lo es cualquier Estado democrático, sino aquel que además produce respuestas responsables y asume lo que en otros trabajos he denominado como “políticas sobre el dolor”. Un Estado democrático responsable no puede obviar la dimensión traumática sobre la que construye sus políticas públicas, porque todas ellas están elaboradas en respuesta al dolor social. Este enlace es el que permitirá abrir las vías para descifrar y resignificar cada vez, retroactivamente, la emergencia del significante “derechos humanos” en su articulación con distintas vertientes.
El psicoanalista francés Jacques Lacan, en ese magnífico hallazgo del tiempo futuro-anterior que teorizó para pensar la temporalidad del inconsciente, lo definió del siguiente modo: lo que habré sido para lo que estoy llegando a ser. Y esa exacta temporalidad es la que hoy nos interpela profundamente cuando nos disponemos a pensar los obstáculos que atraviesan los problemas ligados a las soberanías, dado que si los actos producidos en lo social, en su intersección con las políticas estatales, no se tornan consistentes, aun en su fragilidad, corremos el riesgo de perdernos en el marasmo de la renuncia a la verdad que el empuje técnico del discurso capitalista profundiza a pasos agigantados, mientras nosotros discutimos la coyuntura inmediata como si no tuviéramos memoria en la cual anclar. O como si el eterno retorno de lo igual acechara a esa memoria y nos perdiéramos en un abismo.
La irrupción de lo nuevo requiere condiciones, y lo nuevo es a su vez lo único que está hecho de la misma estofa que la lengua. ¿Podremos retomar el camino de los legados para no salirnos tan rápido de la carretera principal? La memoria, la dignidad y la ética son tan constituyentes de la lógica política del sujeto como de un Estado responsable.
[1] El hablanteser es un concepto un poco más complejo que el que define a quien habla y pertenece a la última enseñanza del psicoanalista Jacques Lacan. El hablanteser está orientado además por lo intraducible, sin sentido (real) del goce (aquello inabordable que no se deja tomar por ningún significante, ninguna dimensión simbólica), tocando al cuerpo.
[2] Como refiere Jorge Alemán en varios de sus escritos y entrevistas.
[3] Ideología. Nosotras en la época. La época en nosotros, editado por Página/12.
* Este texto fue publicado en Impresiones, revista de la Editorial de la Imprenta del Congreso Nacional, Nro. 4, abril 2022. Pág. 50. Disponible en https://icn.gob.ar/revista/4