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Testimonios/Cartas

El silencio. Postales de La Perla (Fragmentos)

By 13 diciembre, 2018diciembre 15th, 2021No Comments

Ana B. Iliovich

 

Como casi todo, esto no es lo que parece.
Una telaraña cubre y devela la realidad.
Y la realidad, la verdadera, es inasible para nosotros, los pobrecitos humanos.
Tan positivistas y científicos.
Sin embargo, seguimos intentándolo: ordenar, clasificar, descubrir, recordar, entender…
De eso se trata esto. Sabemos que la memoria, como una telaraña cubre y devela, olvida algunas sombras, ilumina otras.
Nunca podremos asir la realidad entera de lo que pasó en el Campo de Concentración de La Perla, ni siquiera de lo que nos pasó a cada uno.
La memoria trae en retazos escenas, olores, imágenes, voces, gritos.
Los retazos se unen y arman una colcha (como esas que tejen las abuelas).
La colcha no es perfecta, tiene agujeros, pero abriga.
Sirve para sobrevivir.
Entonces estas Postales. Retazos de memoria.
El pedacito de verdad que pude contar del horror absoluto, de la máquina de matar que morí y sobreviví en Córdoba, en La Perla, durante esos años que no terminan nunca. Que nunca terminan de terminar.

 

NAVIDAD [1]

Ese 24 de diciembre me desperté sabiendo que teníamos el día asegurado.

Hoy no se van a llevar a nadie.

Podíamos movernos en la cuadra y terminar el pesebre, brillante idea de Julián y Piero para poder ocupar el tiempo y movernos algo.

Habíamos conseguido que nos traigan diarios viejos y preparamos papel maché. De allí salieron mágicamente la casita y los personajes.

La testaruda fuerza de la vida.

A la noche, me puse una pollera azul de corderoy que usaba de almohada, me quedaba bien. Increíblemente, trajeron una radio y pan dulce.

No quedábamos muchos ese día, seríamos unos treinta. Bailamos.

Teníamos las vendas para taparnos los ojos en la frente, como vinchas.

De todos, la telaraña de mi memoria eligió a Tomás para recordar.

Yo bailé con Tomás Di Toffino esa noche. El, grande, enorme para mis 20 años,

tan enorme como su dignidad, bailó un tango y siguió.

Había sido compañero y amigo de Tosco.

No lloramos. Cantamos.

Una chica estaba afuera en la sala de máquina.

Comimos hasta pan dulce.

Un gendarme cantó “estamos prisioneros carcelero”.

Al día siguiente, la chica estaba muerta.

A los pocos días, se llevaron a Tomás.

Era l976.

Era La Perla.

Sigo esperando que me lleven.

 

EMPEZAR A ESCRIBIR

Tal vez pura catarsis. Sin más pretensiones. Como encontrarse y hablar de las cosas terribles que nos pasaron, a veces hace bien.

El Campo, imágenes. Si me permito recordar, aparece todo, todo.  La cuadra, el tabique en los ojos, la olla enorme con comida asquerosa, la colchoneta mugrienta, la indiferencia, la pérdida de la identidad.

La identidad. Siempre había sido un problema para mí, con mi apellido judío a cuestas.

En la primaria, una vez nos hicieron parar a los que no habíamos hecho la 1ra. Comunión y nos preguntaron delante de todo el grado porqué. Una compañera contestó: nosotros somos evangelistas. Yo no sabía que contestar (nosotros no somos), ser ateo es un no lugar, es un no pertenecer, es estar solo y encima, desprovisto de respuestas para soportar la vida (y la muerte).

Heredé el ateísmo de mis viejos y está en mis genes. Ni aun en los peores momentos del campo apareció la idea de Dios, que servía de consuelo a otros prisioneros.

Algunos milicos se decían «enviados de Dios».

Tengo para mí la certeza de que la mayor prueba de la inexistencia de Dios es el Campo.

 

Escultura de Luis Gómez

Escultura de Luis Gómez.

TERRITORIO DE ILEGALIDAD

La tortura comenzaba desde mucho antes de caer. Empezó la mañana del 24 de marzo en que fui a buscar un compañero a la pensión y el edificio estaba tomado por el ejército hasta el techo. A él nunca más lo vi o antes, con las tres A y los entierros. El Cuqui, Atilio López, Tosco, que se nos murió y en el cementerio dispararon a la multitud. Y siguió en cada casa que encontraba reventada y en los relatos y en los cuerpos que aparecían y en la adquisición progresiva de una sola certeza: de esta semana no paso.

La tortura estaba en la venda sobre los ojos, en la humillación permanente, en la inmovilidad, en las burlas sistemáticas, en la absoluta falta de intimidad, en el hambre, en los gritos de los otros, en el terror, en el camión.

Y en el horror de despertarse a la mañana con los gritos de los guardias e ir tomando conciencia de que uno ESTA EN UN CAMPO DE CONCENTRACION.

Sin límite, sin tiempo, sin salida, sin esperanza.

Pero también, y sobre todo, de haber entrado en ese territorio de ilegalidad quedando sometidos a la arbitrariedad absoluta de los militares secuestradores y sus jefes.

No había reglas ni horarios. Todo era inasible, impredecible. El desayuno podía llegar a las 7 de la mañana, a las 11 o nunca.

La venda podía estar levantada, a media frente o ceñidísima a la cabeza.

Un detenido era torturado hasta morir apenas era secuestrado y a otro lo dejaban tirado en la colchoneta durante dos o tres días sin tocarlo. Esto me pasó a mí. Vaya a saber por qué, ese sábado cerca de mediodía en que me secuestraron.

 

LA OTRA MUERTE

Uno se recupera con el tiempo, uno recupera su capacidad de rebelarse, resistir, la capacidad de oveja negra, pero queda ahí un núcleo de terror al acecho que se activa ante un riesgo (aunque infinitamente menos grave) y aparece ese estallido de adrenalina recorriéndote el cuerpo y sentís que el túnel del tiempo está allí, siempre listo para meterte: sigo esperando que me lleven.

Muchas veces he pensado que cuando me muera será que al fin lo lograron. Hay un cuento de Borges “La otra muerte” que describe a un campesino que, habiendo muerto en batalla, aparece por su pueblo y vive allí una vida normal muchos años más. Este hombre tuvo dos muertes.

Pero la real…había sido la primera.

 

EL CAMIÓN

La primera vez que vino –yo llevaba una semana allí– fue de noche.

Nos habían dejado cantar la noche anterior. Tangos, chacareras… yo canté Cantares, de Machado: “todo pasa y todo queda, pero lo nuestro es pasar”. Nos habíamos sentido vivos. Algunos gendarmes cantaban bajito con nosotros. Una chica que no conocía me dijo en el baño “ojalá mañana nos dejen de nuevo” y agregó “si hay mañana”.

Esa noche todo fue distinto. Sirvieron la cena, rápido y nerviosos. Después, a dormir. Al rato, un ruido de motor fuerte, no eran los autos.

Un gendarme empezó a llamar por números. Cada número era un ser humano.

Los pusieron en fila y los sacaron de la cuadra, fueron diez los que se llevaron esa noche, la chica del baño iba con ellos. Se movían despacio, con la última esperanza de que fuera un traslado a la cárcel

Afuera se escuchaba el ruido de telas rotas, después supimos que los amordazaban y maniataban. Había que sacarnos toda la humanidad posible, no vaya a ser que algún fusilador se conmoviera…

Ese fue mi primer camión.

 

escultura 212

Escultura de Luis Gómez

212

Escribo esto y pienso en Ellos, pienso poco en Ellos. Eran terribles, ahora no puedo ni pensar ni sentir en gris, tal vez más adelante. El pensar en Ellos me despierta un desprecio inmenso mezclado con el recuerdo del infinito terror.

No era a la muerte -en algún momento la muerte aparecía como la única forma de salir de allí-, como un alivio.

Cuando venía el camión escuchábamos el ruido, nos ponían la venda más fuerte, empezaban a llamar por número (yo tenía el 212) y los más viejos –que sabíamos– y los más nuevos –que intuían–, nos parábamos e íbamos.

Cuando esto empezaba nos poníamos los zapatos esperando. Alguna vez nos agarrábamos de la mano… Y no me llamaron.

 

JABÓN

¿Por qué no me mataron? Fui la única secuestrada con apellido judío que se salvó en La Perla.

Decían, para explicarlo: su mamá no lo es, por la “ley de vientres”, ella tampoco.

Necesitaban justificarse el haber dejado vivir a una judía.

Todos eran antisemitas, pero algunos, explícitamente nazis.

Todo el tiempo, desde el principio, hubo burlas, humillaciones, apodos.

O el comentario inolvidable de un alto oficial de visita en La Perla: “sos muy bonita, con vos vamos a hacer jabón de tocador”.

Cuando pretendían tratarme con afecto, me decían “judiíta”.

¿Me habrán salvado para decir que no hacían racismo?

Tengo la impresión de haber sido “el amigo judío” que todo antisemita invoca. La excepción que confirmó la regla.

Salida

Escultura de Luis Gómez.

VICTORIA

Victoria –que tenía 18 años– se dio vuelta y nos saludó con el puño en alto.

Susana –contaron los milicos– cantó La Internacional en el CAMION.

No sé.

Estar escribiendo esto es como entrar y salir de La Perla, como entrar y salir de la muerte.

Recuerdo cada detalle, recuerdo a Victoria, rubia, pelo cortito como varón, flaquísima, graciosa, adolescente. Había vivido con su pareja en mi casa. Su vida era la militancia. Quería tener un hijo y no podía embarazarse. Todos vivíamos apurados, con la muerte allí, tan cerca.

Cuando la trajeron, apenas pude cruzar palabra con ella, estaba lejos. Al poco tiempo se la llevaron, su gesto del puño en alto rompió mi coraza, hasta ahora siento ese dolor en carne viva.

Está cada uno de ellos en mí, eran hermosos, eran buena gente, ¿éramos tan chicos!

 

Dijo Piero: “tal vez lo tuyo es escribir”

Dijo muchas otras cosas esa tarde lluviosa en que nos encontramos casi 30 años después.

Constatamos arrugas, voces, risas y sonrisas, pequeños tics que nos sabíamos de memoria. Constatamos apenas algunos recuerdos. Constatamos lugares de dolor intacto. Constatamos cuánto teníamos que decirnos, cuánto no nos habíamos dicho en todos estos años. Constatamos cuánto nos perdimos el uno del otro.

En dos horas repasamos hijos, pareja, sentidos, críticas y autocríticas.

Constatamos que habíamos hechos buenas vidas con nuestras vidas… ¿y vos, porqué estás vivo?

La lluvia no paró en ningún momento. No paraba desde el sábado 24 en que él y yo, de distintas maneras, volvimos a La Perla.

Llovió toda esa mañana en que miles de personas fueron allí, como a acompañarnos. Por primera vez, no tan solos.

Por primera vez no tan solos.

Piero, Liliana, Mirta, Susana, Tina, Héctor, ellos entraron con el Presidente, como antes en la ESMA, otros sobrevivientes, con respeto, con dolor, como debe ser.

Fue bueno sacárselo a los asesinos era un oprobio ese lugar.

Yo me quedé en el campo, bajo la lluvia, cantando con los chicos, llorando con ellos. Escuchando a Silvia contar la ausencia de su papá Tomás (el que bailó un tango conmigo en la Navidad del 76) y a Sonia como se le había escapado el nieto entre los dedos y a Néstor que nos devolvió el lugar y nos curó mucho más que las heridas.

Cuando terminó el hermoso acto que fue, me comí un choripán. Porque allí, en ese lugar, ahora había choripaneros con mucho picante que, bajo la lluvia, hacían vida, la testaruda, hacían comida.

Y supimos que había sido bueno ir, y alguna vez volveremos juntos a buscar el lugar donde pasamos tantas horas, su colchoneta al lado de la mía, los ojos vendados y murmurando de la vida en medio de la muerte.

 

Secuestro (leído ante el Tribunal)

Había una mujer barriendo la vereda y un hombre se acercaba caminando. Era sábado 15 de mayo con muchas hojas secas. Anduve las calles para encontrar al compañero. Cuando apareció, también dos autos cargados con hombres y armas que pararon y bajaron y nos tomaron.

Yo grité, grité tanto. La señora quiso protestar, defenderme, el señor… los apuntaron y amenazaron. Yo seguía gritando y retorciéndome hasta que una trompada en el estómago quebró mi resistencia.

Me metieron al auto. Al muchacho también. Era sábado, mayo, otoño. Hojas secas, de esas que yo amaba.

Allí en ese lugar, en esa calle de Alta Córdoba, frente a esa señora que quiso ayudarme, empezó la muerte empezó la perla.

El campo de concentración estaba instalado en esa calle de Alta Córdoba: el poder. Esa escena ES el Terrorismo de Estado… es la señora que barre y no puede defender a una chica de 20 años que golpean delante de ella, son hombres apuntándola en una mañana de sábado sin ley, sin amparo (hay zona liberada para Ellos). Eso es el Terrorismo de estado: el desamparo, la total intemperie.

Es el desamparo absoluto de Graciela, corriendo atada, pidiendo ayuda, es su marido cayendo acribillado. Pero también es el testigo, el otro joven allí, el que vio, que quiso ayudar y no pudo porque lo mataban también y que 37 años después lo contó en este tribunal y dijo…ahora estoy aliviado de este peso.

Eso fue el Terrorismo de Estado.

Y la muerte…la omnipresencia de la muerte. En mi testimonio constante, ese que aparece cuando no lo convido, que se sienta conmigo a decir lo que no voy a decir en el juicio porque aunque lo diga no lo digo, porque nunca alcanza, porque siempre hay más y más y más y más y más. En ese testimonio yo digo (y parece una perogrullada, sin embargo…) yo digo que lo peor fue la muerte. De mi mamá, de mi hijo, de mi compañero, de mi hermano, de mí. Y También: la tortura.

Sin límite, sin tiempo, sin salida, sin esperanza.

Por eso vine, porque el Nico me pidió la hojita donde está el nombre de su papá; por el Seba, por Marcelo, por Ernesto.

Salimos

En algún momento salimos de allí y todo estuvo mejor. Algo se cerró entonces. Mirá vos, al fin funcionó el testimonio oral.

Al fin sobrevino alivio, distancia.

Alguna palabra rompiendo el silencio.

esculturas

Luis Gómez

EL OTRO JUICIO. 24 de octubre de 2015.

Ese día, un año exacto después de decidir hacer el testimonio,  fui al Juicio a escuchar los alegatos de la querella.
En algún momento, desde el lugar donde estaba (bien atrás, lejos de los Ellos) sentí que podía mirar “desde fuera”, como quien vuela. Y ví que desde allí, desde ese escenario donde Claudio, Lillan, Marité… (entrañables corajudos) dicen lo indecible y lo vuelven verdad, donde se ordena la historia y las víctimas somos víctimas y los Ellos, asesinos, y el Plan Sistemático es un Plan Sistemático de picar carne, molerla, arrasarla, destruirla, desaparecerla, para luego poder arrasar, destruir, desaparecer el país.
Allí, todo eso va quedando claro. Entonces, sobrevolando gaviotamente vi cómo se iluminaba el barrio, la ciudad, el país.
EL JUICIO ILUMINA, aunque muchísimos no lo sepan, la vida de todos nosotros.
El Juicio es condición para ser mejores. Para mirarnos al espejo y empezar a querernos y hasta para soñar y volar y tener esperanza.
Porque en este país lo estamos haciendo como en ningún otro.
Y esa luz ya no tiene marcha atrás.
Ya los querellantes dijeron: tortura, secuestro, violación, asesinato, apropiación de bebés, y ya estuvo Barreiro comiéndose la uñas, chiquito, chiquito…escuchando.
Ya está.

A los pocos días, el gobierno que posibilitó e impulsó los juicios empezó a perder las elecciones. Otra historia se cierne sobre este país. Otros y otras la escribirán. Yo, terminé por hoy.

 


[1] Este texto lo escribí durante la Navidad de 2001 y fue publicado en La Voz del Interior.

*Estos fragmentos pertenecen al libro de Ana B. Illiovich: El silencio. Postales de la Perla, Villa Allende (Córdoba): Los Ríos Editorial, 2017. La autora es sobreviviente del Centro Clandestino de Detención (CCD) La Perla (Córdoba, Argentina).

Luis Gómez es un escultor con una vasta trayectoria y es el autor de estas esculturas. Leyó el libro de Ana  mucho antes de su impresión y con eso hizo dos esculturas. Una de ellas la donó al Archivo Provincial de la Memoria. La otra está emplazada en la casa de Ana y ella lo considera «un legado para mi familia». Luis le puso a esta obra «El silencio. postales de la Perla», el mismo nombre de este libro.
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