Septiembre, 1976*
La madrugada en que la patota del Ejército, armada y encapuchada, irrumpió en su casa, Emilce Moler tenía 17 años, estaba en pijama y aparentaba menos edad. La arrancaron de la cama. Casi se llevan también a su hermana mayor, pero uno de ellos dijo que no había lugar en el auto y agregó: “Agarren a la de Bellas Artes”. Su madre pidió que la dejaran vestirse. Sobre la ropa se puso un gamulán que mantuvo durante todo su secuestro. Emilce era muy joven y llevaba inscripta en su biografía la complejidad de la militancia política. El contexto de creciente movilización y cuestionamiento al orden social acentuaba sus convicciones. Septiembre de 1976 fue un tiempo de detenciones sistemáticas a estudiantes secundarios de La Plata. Le habían avisado que la noche anterior se llevaron a sus dos amigas, Claudia Falcone y María Clara Ciocchini. También habían secuestrado a Claudio de Acha, Daniel Racero, Horacio Ungaro y Francisco Muntaner. Todos compartían la militancia en la Unión de Estudiantes Secundarios (UES). Emilce tuvo miedo y el 16 de septiembre de 1976, un día antes del secuestro, su padre le pidió que se escapara. Pero el compromiso de no dejar a los compañeros fue más fuerte.
La subieron a un auto y la llevaron al Pozo de Arana. Fueron cuatro días de manoseos, golpes, patadas y picana. Cuando se enteraron de que era hija del comisario inspector retirado Oscar Moler, los ataques recrudecieron. Le decían que era una terrorista y subversiva, una tirabombas que se había vendido a los enemigos de la patria.
En el Pozo de Arana, Emilce se encontró con sus compañeros de militancia de la UES. Estuvo cara a cara con el hacinamiento en las celdas, la falta de comida, y la suciedad. “La reducción a cosa”, explica. “Entramos en el Pozo y nos cosificaron”. Lo más terrible de esos días fue la picana eléctrica en las zonas más sensibles de su cuerpo y las quemaduras con cigarrillos. Atada en una cama, desnuda, le decían que abriera y cerrara la mano cuando quería hablar: “A veces yo abría la mano solo para frenar la tortura, no les decía nada. Paraban, pero después me daban más fuerte”.
El 23 de septiembre trasladaron a todos los estudiantes, maniatados y encapuchados, en un camión. Al llegar al Pozo de Quilmes los guardias preguntaban hasta cuándo iban a “traer a pibitos de jardín de infantes”. A Emilce se le resbalaban las esposas de las manos. En Arana había estado siete días sin comida. Pesaba 46 kilos y medía un metro y medio. Tenía el gamulán y la misma ropa con la que la habían secuestrado, excepto la bombacha. En esos tres meses siguió bajando de peso y no volvió a menstruar. Se acuerda de la “polenta con remolacha re grasosa” que a veces le daban de comer. Dos compañeras le habían avisado que no tomara agua por el shock eléctrico de la picana, entonces Emilce solo se humedecía los labios.
En el Pozo de Quilmes la llevaron, sin ningún aviso, a una celda de castigo donde estuvo un día. “Tenían orden de no abrirme. Estuve en estado de alerta permanente. Era el minuto a minuto, no podía pensar en nada”. Cuando la sacaron de esa celda, una de las veces que pudo ir al baño, habló con Ana Diego, una militante comunista y estudiante de Astronomía de La Plata, secuestrada el 30 de septiembre de 1976. “Ella me hacía el cálculo de la hora que era de acuerdo a como caía el sol en una pared y al ángulo de trigonometría. Ana estaba muy mal, se golpeaba la cabeza. Yo le hablaba todo lo que podía, le decía que me contara de astronomía”. Emilce también vio a Marta Enríquez que estaba embarazada y a una detenida chilena que estaba en un pasillo. Era Eliana Velasco de Badell, militante del PRT-ERP, como su compañero Esteban Badell, que ahorcaron en el Pozo de Arana. A los dos los habían secuestrado el 28 de septiembre de 1976 en City Bell. Los zapatos de Eliana habían quedado en el pasillo después de un traslado. “Total para donde va a ir no los va a necesitar”, dijo uno de los represores.
“Sospechábamos que podían matar a algunos compañeros, pero que no aparezcan nunca, no”, cuenta Emilce. “Muchos hicieron todo eso, no eran marcianos. La connivencia y la complicidad de la sociedad fue muy grande. ¿Cientos de personas que nos vieron en esos lugares y nunca dijeron nada? Todo estaba sectorizado, uno decía ‘yo los saqué de la casa’, otro ‘yo los subí al camión’ y así hasta eliminarnos”.
En el Pozo, Emilce recibió la visita de su padre en tres oportunidades. Fueron solo algunos minutos. Le advirtieron que no le dijera nada de lo que le habían hecho, pero las marcas en el cuerpo eran demasiado visibles. Su padre le dijo que su vida dependía “de Vides y de Etchecolatz” y que la situación era “complicada”. Oscar Moler había sido policía y jefe de Etchecolatz, a quien había sumariado por un ilícito. En esa visita, el padre le llevó un jabón. En octubre de 1976, la llevaron junto a Patricia Miranda a una celda más grande con baño. “Fue la vida”, dice Emilce. Cada tanto, las policías mujeres les permitían a las prisioneras ir a bañarse a esa celda y Emilce les lavaba la ropa en la pileta.
En algunas ocasiones tuvo conexión con los pocos presos comunes que estaban en la planta baja. A veces podía hablar con ellos y se entretenía escuchándolos cuando salían al patio y ponían la radio. Los domingos recibían visitas y si sobraba comida -de acuerdo a la guardia que estuviera- le llevaban algo. Una vez un preso con una voz muy gruesa le dijo: “Ustedes sí que están jodidos, piba”.
El 28 de diciembre le comunicaron que era una presa “legal” bajo disposición del Poder Ejecutivo Nacional.
“Sentí pasos que se acercaban por la escalera. Me puse la venda y me até las manos con las tiras que hacían de esposas. Con tanto tiempo alojada en la Brigada de Quilmes había adquirido esa destreza: subir o bajarme la venda de acuerdo a los ruidos y espiar por debajo sin que se den cuenta. Entre ruidos y miradas fugaces me di cuenta que estaban en mi celda una mujer policía y otro oficial”. Colocaron una mesa, sillas, una máquina de escribir. ¿Usted es Emilce Moler? le preguntó el oficial. “Venimos a informarle que está bajo el PEN”. Todavía vendada y atada preguntó que era el PEN. “El Poder Ejecutivo Nacional. Su familia va a saber que está presa”, le informó y le pidió que firmara. Emilce firmó. Le volvieron a poner las esposas, se llevaron los muebles de oficina y se fueron. “Nunca supe qué decía ese papel».
El 27 de enero de 1977, la trasladaron a la cárcel de Villa Devoto: “Fue uno de los peores momentos de mi vida. Cuando entré, una celadora me leyó los cargos en mi contra: asociación ilícita, tenencia de armas y explosivos. Yo lloraba y decía que no era cierto. Sentía una terrible impotencia”. Estuvo detenida casi dos años. Cuando la liberaron no pudo volver a La Plata y se mudó con su familia a Mar del Plata: “Salí bajo libertad vigilada en una ciudad que no conocía. Empecé a rendir las materias de quinto año”. En el colegio la declararon libre por las faltas. Tuvo que decir que había tenido hepatitis.
*Este texto pertenece al libro: Quilmes, la Brigada que fue Pozo de Laura Rosso. Bernal, Argentina: Universidad Nacional de Quilmes Editorial, 2017. Págs. 67-69.