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Relatos de archivos

La tierra de uno

By 1 abril, 2018diciembre 15th, 2021No Comments

Por Maria Laura Guembe

 

Hace una docena de años, un colega y yo decidimos armar un libro de fotografías en torno de la guerra de Malvinas. Queríamos en un principio –el libro terminó yendo por otro camino– abordar la cobertura mediática de la guerra en el interior del país.

No teníamos dinero para hacer una exploración como la que deseábamos, de modo que acudimos a todos los atajos posibles. Así fue como me tocó viajar a Bahía Blanca, ciudad donde nací y crecí hasta la adolescencia, para echar mano de la ayuda familiar y desandar algunos caminos que guardaba en el recuerdo.

Se trataba de interpelar las huellas con que se había marcado en mí para siempre el recuerdo de la guerra.  Historias familiares, barriales, mediáticas, parecía que estaban esperando mi llegada. Corría el año 2006 y, por esos tiempos, de Malvinas hablaban los militares, los ex combatientes, algunos periodistas y fotógrafos y unos pocos personajes satelitales entre los que entonces me podía contar. Me sorprendió comprobar que bastaba decir la palabra mágica “Malvinas”, para que se abrieran puertas y se dispararan larguísimos relatos, casi todos en carne viva. Seguramente esas personas habían narrado muchas veces sus vivencias pero, aún así, parecía que no habían perdido  urgencia ni ímpetu.

Durante la guerra yo cursaba cuarto grado de la escuela primaria. Mi acceso a la información sobre lo que ocurría en las islas era en un altísimo porcentaje a través de la televisión, la radio y el diario La Nueva Provincia. Tres vías nutridas de una misma fuente: la Armada.

Entre los temas que queríamos abordar en el libro estaba el regreso de los sobrevivientes del Belgrano, uno de los pocos hechos de la guerra que ocurrieron en la ciudad. Acudí entonces a una fuente civil privilegiada que, según creía yo, debía ser el periodista que cubrió la noticia. Norberto Martínez había sido la cara del informativo del canal local de televisión durante toda mi infancia. O por lo menos así yo lo recordaba.  Lo llamé por teléfono y se ofreció a venir a donde yo estuviera. Así fue como llegamos a mantener una larga conversación en el comedor diario de la casa de mi mamá.

Cuando digo que parecía que los relatos estaban esperándome, me refiero a situaciones como esta: el hombre, que hasta ese momento era un recuerdo de formalidad televisiva, se sentó a la mesa como si nos conociéramos desde siempre –el tema Malvinas tiende puentes así– como si hubiera estado anhelando esa escena. Y apenas la charla fue tomando rumbo se puso a llorar como un niño. Se reprochaba haber creído en el relato oficial, haber trabajado para convencer a otros de que la guerra tenía sentido, de que había algo noble en tal empresa. Lo perturbaba el recuerdo de la llamada “colecta patriótica”. Tal era su desazón, que su memoria de aquellos días trastabillaba. Así fue como cuando le pregunté por el regreso de los sobrevivientes del Crucero ARA Gral. Belgrano me respondió que él no había sido quien cubrió ese hecho. Estaba segurísimo. Me extrañó mucho, pero podía bien haber sido un error mío. La entrevista había sido de todos modos muy interesante.

El siguiente paso en mi búsqueda fueron los archivos formales: el diario y el canal de televisión. Como era esperable, en La Nueva Provincia no pude acceder al archivo del diario sino al archivo de diarios, donde se conservan los ejemplares encuadernados. En Bahía Blanca hay una biblioteca pública con hemeroteca a la que se accede fácilmente, pero los ejemplares de las fechas claves como los días de la guerra suelen estar muy deteriorados. Así fue como me conformé con poder verlos en perfecto estado, sin marcas de haber sido manipulados muchas veces.

Los archivos pueden ser destino pero también punto de pasaje. De esa visita me llevé algunas cosas: el conocimiento pormenorizado de las fotografías que el diario publicó, la referencia al fotógrafo que participó del desembarco y también un dato que alguien ahí me pasó, de un editor del canal local de televisión, que tenía una colección muy particular sobre el tema.

Efectivamente, el editor tenía compilada buena parte del material sobre Malvinas que le había tocado emitir. Me permitió acceder a la isla de edición y se tomó el tiempo para mostrármelo. Aunque no contenían referencias, fue fácil identificar las imágenes. Repaso algunas.

Camino al desembarco, imágenes de la tripulación, con el cronista de La Nueva Provincia en primer plano. Conscriptos muertos de frío. Imágenes grises de viento y nada. Corte. Imágenes de la base naval Puerto Belgrano: un cordón militar contiene a un grupo de civiles, casi todas señoras con vestidos y peinados, algunos hombres de traje y un niño. Una fila de militares al pie del ala de un avión. Es la llegada de los sobrevivientes del Belgrano. Y ahí está el periodista, aunque su memoria combata el pasado. Corte. Los boyscouts recorren un espacio abierto con cajas-alcancías. Las personas que allí se encuentran depositan dinero en sus cajas. Son niños, tendrán unos diez, doce años. Placa: “Las 24 horas de las Malvinas”. Un pasillo poco iluminado y en él una fila de gente que espera. Es el pasillo de entrada de La Nueva Provincia, cualquier bahiense lo reconoce de un vistazo. Primer plano de una balanza de joyería. Esas personas están donando sus alhajas. Las pesan, les hacen firmar el consentimiento de donación. Corte. Una mesa repleta de fajos de dinero. Algunas personas lo cuentan, loacomodan. Corte. Otra vez el periodista. Esta vez en el estudio, ese mismo día porque la placa de fondo sigue siendo “Las 24 horas de las Malvinas”. Está reunido con la viuda de Pedro Edgardo Giachino y sus dos hijas. La mujer sentada junto a él, la cabeza baja. Las hijas la escoltan de pie con el mismo gesto. Las tres llevan puestos pilotos de color verde militar.  Imágenes del final: los ingleses trasladando a sus muertos. Enterrándolos en una fosa común, muy prolija, rodeada de una fila de uniformados. Un verdadero velorio. Imágenes de la rendición: Un militar inglés en primer plano y detrás, la fila de argentinos en repliegue. El inglés carga una mochila mediana que se pierde en la superficie de su espalda. Los argentinos acarrean bultos que les requieren las dos manos, los dos brazos. Una imagen se prolonga en la pantalla: un paisaje desierto, en el fondo el mar y casi en el centro un camino de cascos y pertrechos abandonados, como si el propio mar los hubiera traído; como si se los fuera a llevar en otra subida de la marea.

Así, la memoria local de la guerra en imágenes, pasó por delante mío como si fueran mis propios recuerdos en betacam.

Última parada del viaje: el salón social de un centro de jubilados. Ahí me encontré con Osvaldo Zurlo, fotógrafo que participó del desembarco en las islas aquel 2 de abril de 1982. Sin saber a qué iba, se subió al barco como tantas veces para retratar “maniobras” y atestiguó el momento en que todos los tripulantes, a excepción del comandante y alguno más, se enteraron de cuál era su misión. “Casi todos se pusieron a rezar”, cuenta. “Algunos lloraban”. Él no era militar, era un fotógrafo que colaboraba con el diario. Ni siquiera era empleado fijo. Lo llamaban, dice.

Las fotos de Zurlo fueron las primeras. No retratan el desembarco en sí sino los momentos anteriores y posteriores. Él no las conserva. Las entregó y no volvió a tener ninguna. No obstante, es curioso ver las fotos en que él aparece, en esos momentos, vestido de uniforme militar. Ante esas fotos siente orgullo: más de la experiencia que del trabajo realizado. De modo que es la mirada de otro la que representa sus memorias.

Sonríe al contar que en la madrugada del 3 de abril del 82 le tocó el timbre a su esposa vestido con un uniforme militar prestado, recién regresado en avión de lo que nombra como la reconquista de un territorio. Asustado y feliz. Esto último parecía ser lo que más le había impactado de su experiencia: el regreso con la sensación de no ser el mismo.

Regresé a Bahía Blanca tiempo después a presentar el libro, que al final del camino nada tuvo que ver con todo este recorrido. Lo hice conociendo un poco más de esa ciudad donde todos tienen algo que contar en relación con la guerra. Y tienen ganas de contarlo.

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