LA VERDAD EXTRANJERA*
por Fabiana Rousseaux
En los campos de concentración se arrasa la dignidad humana, que se sostiene en la posibilidad de asumir decisiones propias y en el derecho de asentir subjetivamente ante los propios actos. Allí nadie es dueño de nada, ni siquiera de lo más íntimo, sus decisiones. La lógica concentracionaria apunta contra la dignidad humana, contra la esencia de lo humano, la palabra.
Juan Ritvo (“La memoria del verdugo y la ética de la verdad”, en Conjetural Revista Psicoanalítica, Nº 31, Buenos Aires, 1995), ubica en un ejemplo impecable la dimensión que la destrucción del lenguaje cobró en los campos nazis: “En el film Shoá, de Claude Lanzmann, hay un reportaje a un sobreviviente del campo de exterminio de Vilna donde relata que los alemanes los obligaban a desenterrar cuerpos ya reducidos a lonjas que se les deshacían entre las manos, y los guardias les prohibían, bajo pena de castigo brutal, usar términos tales como ‘muerto’ o ‘víctima’. ‘Nos decían que eso era como un taco de madera; mierda; algo que no tenía ninguna importancia: no era nada.’ Los forzaban a decir figuren, marionetas, muñecas, o bien schmattes, trapos”. Ritvo señala que la aplicación de estas denominaciones implica el traspaso sin retorno del velo del pudor, la vergüenza, la dignidad, todos mecanismos humanos que protegen al cuerpo de su desintegración.
La extrañeza que invade al testigo, ante el relato que emana de sí mismo, implica la confrontación con una verdad íntima que se torna extranjera para quien la porta y es enunciable en tanto verdad-extraña, ya que en tanto “mi verdad” se torna imposible.
La subjetividad, en la medida en que compromete a un sujeto múltiple, social, plantea dilemas, y nuestro trabajo en el campo de los derechos humanos nos obliga a pararnos en ese pliegue. Si la responsabilidad es lo que define al sujeto de derecho, ése es también el sujeto al que apunta nuestra intervención.
La verdad que portan los testigos nos pertenece a todos. Este sujeto múltiple es quien otorga a estos casos un sentido de la historia. Nuestro lugar de “testigos de los testigos” es una valla central y radical frente a la fragilidad y vulnerabilidad del testigo integral, que analiza Primo Levi y retoma Giorgio Agamben: aquel que atravesó la experiencia hasta el fin es paradójicamente el que no puede testimoniar, por ser el verdadero testigo, el testigo absoluto.
Si Auschwitz produce un nuevo paradigma es porque plantea la existencia de una posibilidad terrorífica: que el propio concepto de humanidad pueda ser erradicado. Aparece un “todo es posible”, lugar de la muerte producida, una “muerte en serie”. Como plantea Hanna Arendt (Eichmann en Jerusalén. Un estudio sobre la banalidad del mal), en Auschwitz no se moría, se producían cadáveres. No se trataba ya del poder de matar, sino de la invasión del cuerpo del viviente.
*Este texto fue publicado el 29 de mayo de 2014 en https://www.pagina12.com.ar/diario/psicologia/subnotas/247278-68095-2014-05-29.html