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Relatos de archivos

Las Transmisiones III

By 2 agosto, 2019diciembre 15th, 2021No Comments

Joaquín Frías

 

Joaquin Frías es el hijo de Federico, desaparecido en el marco de la llamada Contraofensiva. El Tribunal Oral Federal 4 de San Martín está llevando adelante el juicio donde se acusa a los Jefes de la Inteligencia  del Ejército, mientras las víctimas, familiares, y los militantes dan testimonio del derecho a la resistencia contra la dictadura.
Joaquin es uno de ellos, y compartimos aquí la reconstrucción del vínculo con su padre a través de los recuerdos y la búsqueda incansable de justicia.
Compartimos la tercera entrega de este Relato de Archivo “Transmisiones”

En la Facultad de Periodismo de la UNLP había muchos hijos de desaparecidos. Podías estar hablando con uno y darte cuenta que tu papá había sido amigo del suyo, que habían militado juntos. De no conocer a nadie con un familiar desaparecido, pasé a estas situaciones que se volvieron bastante normales.

En La Plata también empecé a ver más seguido a mi abuela y a los tíos y primos con los que no había estado muy en contacto. En el living del departamento de mi abuela de calle 34, la foto de papá seguía en el mismo lugar: sobre el mueble Winco. Plastificada, dos agujeros en el borde superior, era la foto de desaparecido con la que había ido a la plaza. Ya no iba, a mitad de los años 90 parece que todo pasó hace tanto tiempo.

Algo que me pareció rarísimo es que no habían guardado cosas de papá; la guitarra, un gamulán, qué sé yo. Ahí creo que me di cuenta que yo tampoco tenía nada que hubiese sido de mi papá, ningún útil suyo digamos.

Un día mi abuela me mostró el sobre donde guardaba recortes de prensa, borradores de hábeas corpus, formularios de organismos de derechos humanos, también cartas que le mandaron amigos de papá, y hasta el negativo con el que se hizo la foto de Federico Frías desaparecido.

El secuestro de papá salió en los diarios. Hay crónicas que cuentan que lo persiguen por las calles de Lima al grito de “agarren al ladrón”, que alguien le corta el paso y por eso lo alcanzan, que lo hieren en la cabeza, que lo llevan a un hospital y después a una comisaría y al final lo entregan a la patota de la que intentaba escapar.

Dentro del sobre de mi abuela, había uno de esos sobrecitos de papel para guardar negativos revelados con una tira de película. Una sola imagen, cuadro 28, la última del rollo. Papá sentado en un banco de piedra en una plaza seca; hay canteros circulares y, al fondo, un muro. Siempre asumí que está tomada en México pero nunca lo confirmé.

Mi abuela había recortado un poco el contexto para hacerse la foto de Federico Frías desaparecido. Las fotos de los desaparecidos casi siempre son fotos carnet ampliadas, pero creo que las que ella podía haber tenido hubiesen estado desactualizadas. Uso ésta que era la más reciente, alguien se la había mandado por carta.

Ella era la persona de toda mi familia con la que más podía hablar sobre él. Con el resto no es que no se pueda, pero la verdad es que no hablamos casi nunca.

Papá nació en 1952 en una familia de clase media acomodada. Padre ingeniero, madre ama de casa (que fumaba y manejaba), tenía un hermano mayor y una hermana menor. Aunque no era una familia platense de toda la vida, como la de mamá. Mi abuelo era tucumano y mi abuela santafesina. Y si no me equivoco, la casa familiar siempre fue el departamento de calle 48, que no conocí ni tampoco recuerdo haber visto por fotos.

De todas las historias que mi abuela me contó (sacando las de cuando era chico), la que más recuerdo es la de la valija. Dijo que un día Fredy pasó sin avisar por la casa de su abuela en Rosario y le pidió que le guarde una valija por un tiempo. Pero nunca volvió a buscarla y esta señora empezó a pasarla mal.

Una noche, en la que mi abuela estaba de visita, no aguantaron más. La sacaron del fondo del placard y la abrieron. Estaba llena de documentos de identidad en blanco y un par de zapatos raros. Imaginaban otra cosa, pero igual les dio miedo. Estuvieron toda la noche rompiendo los documentos en pedacitos y enjugando los pedacitos en un fuentón de lavandina. Metieron lo que quedó en unas bolsas y las tiraron a la basura.

«Los zapatos tenían un taco desproporcionado», dijo mi abuela. Yo me los imaginé como un par de suecos. Los dejó en una parroquia, creo que en la de su hermano cura. Y un tiempo después, por supuesto cuando ya era demasiado tarde, se dio cuenta que esos zapatos tenían que estar llenos de billetes. Estaba segura de eso, aunque nunca pudo comprobarlo.

Tengo unas cartas que papá le escribió clandestino o exiliado; no estaban en el sobre de los recortes, mi abuela las guardaba en una caja. Una se la mandó para su cumpleaños con un encendedor de regalo.

En el dorso de una foto suya, donde se lo ve de perfil apurando un vaso de ginebra Bols, escribió unas líneas. Y una bastante más larga que escribe en Río de Janeiro cuando se entera que su padre había muerto.

 

(…) Yo anímicamente me siento un poco amargado a nivel personal, de todas formas a otro nivel, relacionado con todo lo que pienso, sigo igual, con la misma fe de siempre, sabiendo que las cosas se van a solucionar.

Ahora que estoy más tranquilo, tomé real conciencia de lo que significa el fallecimiento de papá, justo en un momento en el cual yo necesitaba hacerle sentir y comprender todo lo mío y también poder yo comprenderlo en todas sus cosas.

Estoy triste no solo por su muerte, sino también porque me queda la sensación de que entre él y yo quedó algo en el tintero. Es como ir al cine y quedarse sin ver el final porque se cortó la luz o leer una novela y te roben el libro antes de terminarlo.

Yo no tengo idealizado ni mucho menos la imagen del viejo. Yo hago un balance y veo en él, en toda su vida como padre, errores y aciertos. Los errores, sobre todo, no haber sido muy compañero nuestro, estar un poco ausente de nuestros problemas, no acompañarnos en nuestra maduración como hombres.

Los aciertos, habernos dado siempre bastante libertad, no sentirlo como una persona que te domina y hace que pienses como él y todo lo que no sea como él quiera esté mal. Eso es lo que más me gustaba de él, que yo nunca me sentí frenado, y que si bien yo no salí como él quiso, yo creo que me respetaba, inclusive hasta se sentía un poco orgulloso de mí (perdón por la inmodestia).

Y esta parte que me mata un poco…

(…) Yo quería sobre todo recuperar todo un tiempo perdido entre nosotros dos y poder tener una relación con él parecida a la que yo creo que voy a tener con mi hijo cuando pueda estar a mi lado. Y antes de su muerte yo estaba muy contento porque estábamos yendo por buen camino, a pesar de todas las dificultades que teníamos para vernos. Qué le vamos a hacer, no? Así es la vida decimos siempre, y es la verdad.

En La Plata conocí, esta vez sí, a los amigos de papá. Hablé bastante con ellos pero de esas primeras conversaciones no me acuerdo demasiado. Sí que Gustavo se emocionó mucho cuando me vio, y que hablé con Carlos un rato largo en un banco de Plaza Italia. Gustavo me dio una especie de nota escrita por papá en unas tarjetas de papel entelado y una carta un poco más extensa, donde dice que si pasa por su casa no comente que la recibió porque «yo no mantengo relación con mi familia»

Carlos me hizo llegar un juego de documentos falsos a nombre de un tal Carlos Agustín Torres que él conservaba. Pasaporte, DNI y libreta de la UOM. No los estudié muy bien en ese momento, pero me quedó claro que papá los había usado en el 79. Los sellos de migraciones y el cupón de pago de la cuota sindical son de ese año.

A Oscar lo conocí de casualidad. Su amigo Fredy se había quedado alguna vez en su casa de paso por el DF. Me dio unas fotos donde está con otras personas,no sabía quiénes eran, menos dónde estaban. Imaginé que era Río, no se me ocurrió que podían estar en Buenos Aires pasándola bien. Cuando las vi por primera vez algunos detalles se me pasaron.

Conocí a otros amigos en unas reuniones que se empezaron a hacer para organizar un acto en la Facultad de Ciencias Económicas. Él había estudiado y empezado a militar ahí. Yo sabía que vivía casi enfrente de la sede actual, pero que no había llegado a cursar en ese lugar.

Mi abuela me había contado que cuando empezó a levantarse esa mole de hormigón que hoy es la facultad, Fredy decía que iba a tirar un cable desde el living de calle 48 para entrar haciendo tirolesa.

A regañadientes, las autoridades de la facultad aceptaron poner una placa con los nombres de sus estudiantes detenidos desaparecidos y abrir sus archivos para darnos copias de los legajos.

Me acuerdo muy bien del día del acto, creo que nunca había hablado en público. Pensé mucho qué decir, los días previos escribí y reescribí unas notas varias veces; cuando me tocó hablar las dejé apoyadas en el atril como ayuda memoria.

Entre otras cosas, dije que no tenía ningún recuerdo de mi papá, que tampoco recordaba haber soñado nunca con él, que no podía imaginarlo en movimiento, que para mí era como una foto. Tal vez haya exagerado para dar un tono.

Buena parte del auditorio se emocionó pero me parece que a muchos les cayó medio mal. Un militante de aquellos años, que habló después, hizo una amarga reflexión sobre lo que yo acababa de decir.

Algo que me gustó del acto en Económicas fue conseguir una copia del legajo de mi papá. Ahí descubrí una foto en la que me vi parecido a él, por primera vez según creo, los dos más o menos de la misma edad.

En otro acto que se hizo en Exactas, con militantes históricos, empecé a no estar de acuerdo con algunas cosas que decían. Pedí el micrófono y traté de explicar mi posición, pero no se entendió nada lo que quise decir. Después que terminó el acto, muchos se me acercaron con la mejor onda.

Con los años, estos actos por la memoria se multiplicaron y el nombre de Federico Frías se grabó en otras placas.

 

Entre tanto, uno de los amigos de papá me recomendó un abogado para tramitar la ausencia por desaparición forzada. El mismo Estado que perdonaba y olvidaba, a través de una figura jurídica nueva, asumía por primera vez sus crímenes de terrorismo. Había que hacerlo.

Volví entonces al sobre azul a buscar aquellos papeles que nunca había mirado, para mí eran los “habeas corpus. Los iba a necesitar para hacer la presentación. Recién cuando ordené y leí todos estos documentos, me hice una idea de lo que tuvo que haber sido esa época para mi abuela.

  1. El 1 de septiembre de 1980 Teresa Alberga de Frías presenta un recurso de Habeas Corpus en favor de Federico Frías en el Juzgado Federal de Primera Instancia número 3 de La Plata, a cargo de Héctor Adamo. Adjunta noticias referidas a su secuestro por fuerzas de seguridad. Pide que se libren oficios telegráficos para saber si su hijo está detenido y se ordene su libertad. Le dan un número de expediente: 19780
  2. Al otro día, el juez pide informes a la Policía Bonaerense, la Policía Federal, el Ejército y el Ministerio del Interior.
  3. El 4 de septiembre, la Policía Bonaerense dice que «el nombrado no hallase detenido en su jurisdicción».
  4. También el 4 de septiembre, el Ministerio del Interior dice que «el Poder Ejecutivo hasta las 16 hs. de ese día no ha dictado medidas restrictivas de libertad en la persona del causante». De paso, «expresa el deseo que Dios guarde a vuestra señoría».
  5. El 8 de septiembre, Policía Federal dice que «con esos nombres y apellidos no se encuentra detenida persona alguna».
  6. En consecuencia, el 31 de octubre de 1980 la Secretaría número 8 del juzgado dice que «corresponde no hacer lugar al habeas corpus de Federico Frías».
  7. Y ese mismo día, su señoría resuelve «NO HACER LUGAR AL PRESENTErecurso de Habeas Corpus ».
  8. Teresa Alberga de Frías apela la decisión del juez, adjuntando varias fotocopias de diversos medios periodísticos que informan la detención de su hijo en Miraflores, Perú, el 11 de junio de 1980. Pide que se continúe con la causa 19780.
  9. El 28 de noviembre de 1980, la Secretaría número 8 del Juzgado Federal de Primera Instancia número 3 de La Plata, le pide al Jefe de Policía de la Provincia de Buenos Aires que le avise a Teresa Alberga de Frías «que debe comparecer en el juzgado munida de un estampillado de 30.000 pesos».
  10. El 18 de diciembre de 1980, la Secretaría número 8, le concede a Teresa Alberga de Frías el recurso de apelación y lo eleva al Superior.
  11. Teresa Frías le pide a la Cámara una audiencia el 8 de enero de 1981 para informar “in voce” sobre el caso.
  12. Al otro día, la Cámara de Apelación fija audiencia para el 5 de febrero.
  13. El día de la audiencia, Emilio Mignone, abogado que representa a Teresa Alberga de Frías, presenta una fundamentación contundente del pedido de apelación del recurso de habeas corpus. En ese informe critica al Inferior «por no investigar nada y limitarse a las negaciones telegráficas de las autoridades»; cita jurisprudencia de la Corte Suprema, vuelve a citar los artículos de prensa que relatan el secuestro de Federico Frías en Lima, menciona a las «millares de familias afectadas por la desaparición de sus seres queridos», destaca que el tema lo analiza la Comisión de Derechos Humanos de la ONU, y pide, finalmente, que vuelva al Inferior y prosiga.
  14. El 12 de febrero, La Cámara de Apelación dice que el juez de instrucción rechazó con acierto el Habeas Corpus. Pide que se inicie con urgencia un sumario criminal.
  15. El expediente se gira a la Policía Bonaerense para la instrucción de un sumario penal por el supuesto delito de privación de la libertad.
  16. El 20 de abril el Comando Radioeléctrico de la Policía Bonaerense cita a Teresa Alberga de Frías para el 22 en la Subcomisaría de Punta Lara.
  17. El Subcomisario de Instrucción le toma declaración testimonial, donde repite lo de las publicaciones periodísticas.
  18. El 11 de mayo de 1981, el Procurador Fiscal General le dice al juez «que el único dato sobre el paradero de Federico Frías es un cable de la agencia UPI que retransmite una supuesta denuncia de la “agencia” Amnistía Internacional que tiene sede en Londres y se dedica a “actividades” del tipo de la que da cuenta el cable citado» Pide el sobreseimiento provisional de la causa.
  19. El 29 de mayo de 1981, el juez archiva la causa 19780.
  20. Teresa insiste, pide que se desarchive la causa, etc, etc. Estamos a 12 de octubre de 1981, ya pasó más de un año.
  21. En mayo de 1984, mi abuela se presentó en la Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas (CONADEP) y denunció el caso de su hijo Federico Frías. Fue la primera vez que la tomaron en serio en un organismo público desde que había empezado a pedir explicaciones por su secuestro y desaparición.
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