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Relatos de archivos

Las Transmisiones (IV)

By 4 octubre, 2019diciembre 15th, 2021No Comments

Joaquín Frías

 

Joaquin Frías es el hijo de Federico, desaparecido en el marco de la llamada Contraofensiva. El Tribunal Oral Federal 4 de San Martín está llevando adelante el juicio donde se acusa a los Jefes de la Inteligencia  del Ejército, mientras las víctimas, familiares, y los militantes dan testimonio del derecho a la resistencia contra la dictadura.
Joaquin es uno de ellos, y compartimos aquí la reconstrucción del vínculo con su padre a través de los recuerdos y la búsqueda incansable de justicia.
Compartimos la cuarta entrega de este Relato de Archivo “Transmisiones”

A todos en mi familia les pareció bien iniciar los trámites de la desaparición forzada y aunque podía presentarse cualquier familiar directo, a nadie se le ocurrió que no fuera yo quien lo hiciera. En el escrito se incluyeron los recortes de prensa, la secuencia de los hábeas corpus y la denuncia ante la CONADEP.

Cuando leí completa la declaración de mi abuela en la CONADEP, me llamó la atención que la mayor parte está dedicada a denunciar no lo que había llegado a saber del secuestro de su hijo, sino a relatar cómo la habían secuestrado a ella, a mi abuelo y a mi tía. En las líneas punteadas del formulario alguien transcribió a mano su breve relato.

A partir del mes de julio de 1977 solo mantenía contactos indirectos por teléfono con su hijo, salvo alguna oportunidad su padre Raúl Fidel Frías (ya fallecido) mantuvo contacto personal con la víctima, desconociendo a pesar de este tipo de contacto, el domicilio de Federico Guillermo Frías.

El día 11 de julio de 1977 la señora Frías y su esposo son detenidos por medio de un allanamiento que se realizó en el entonces domicilio de los afectados en la calle 48 nº 542 1er piso de la ciudad de La Plata, provincia de Buenos Aires.

Los represores, luego de romper el vidrio de la puerta del edificio, se presentaron vestidos de civil y armados. Eran unas 15 (quince) personas. Este hecho se produjo en horas de la noche (22:30 hs). En el departamento también se encontraba la hermana de la víctima (Federico Guillermo)

Todos son encapuchados y subidos a dos vehículos del tipo Renault 12, partiendo con destino a la Brigada de Investigaciones cita en la calle 55 entre 13 y 14 de la ciudad de La Plata.

En ningún momento los represores ejercieron apremios físicos

La familia Frías estuvo detenida allí durante dos días, durante los cuales, los represores les preguntaron acerca del paradero de Federico Guillermo Frías, incluso preguntando por Fredy.

Debido a que los propios padres ignoraban el domicilio de su hijo, fueron dejados en libertad (…)

Después del primer interrogatorio, mientras seguían secuestrados, -esto me lo contó mi abuela-, una voz les dijo que no lo habían encontrado, «desgraciadamente, porque estaría más seguro aquí en la brigada». Por último, la voz dijo: «Ahora ingeniero, si lo encontramos en la calle se lo tenemos que matar».

Esa noche, en simultáneo, secuestraron a mis otros abuelos, los Ogando, y a mi tío más chico, de la casa de la calle 3. A mis abuelos maternos sí los torturaron.

La noche de los secuestros de las dos familias, en la casa de los Frías había otras personas cenando; no las secuestraron pero sí las amenazaron para que no hicieran nada. Pero una amiga de mi abuela desobedeció y ubicó al hermano de papá, que habló con unos amigos de los Ogando, que dieron con una tía de mamá, que de casualidad era la única persona que tenía el teléfono del departamento donde vivíamos en Buenos Aires.

En su momento insistió tanto, que mamá había terminado por anotar el número por partes en las hojas de una enciclopedia. Llamó y avisó. En seguida dejamos el departamento. Yo tenía un año recién cumplido, un mes antes me habían festejado el cumple en el circuito KDT medio a la clandestina.

Escapamos en subte, dimos vueltas por la ciudad, tomamos trenes, papá y mamá se despidieron en la estación de Lanús; tengo esos datos. Con mamá nos quedamos algunos días en casas de parientes lejanos, hasta que nos encontramos con mis abuelos maternos. Ellos habían estado dos días secuestrados. Antes de liberarlos, una voz dijo: «Ustedes tienen que irse del país».

Nos fuimos a vivir a Montevideo. Al principio nos íbamos a Brasil, pero cuando llegamos al Uruguay, mis abuelos pensaron que Brasil no era muy práctico si tenían que volver por un trámite o por cualquier cosa. Sobre la marcha decidieron quedarse en Uruguay.

Al principio alquilaron un departamento en el centro. Y cuando llegaron mi tía y mi prima Lu -habían estado secuestradas en el chupadero conocido como “El Sheraton” y en la maternidad clandestina del Hospital Militar de Campo de Mayo- nos mudamos a una casa por la zona de Carrasco.

Mi abuelo salía temprano a caminar con un rollo de planos bajo el brazo, daba una vuelta manzana, sacaba copias y si alguien preguntaba decía que construía casas en Punta del Este. Mamá se tiñó el pelo de caoba. Y cada tres meses íbamos al Chuí -teníamos que cruzar la frontera para renovar los papeles de turistas-, viajes que supuestamente eran para ver cómo iban las obras.

Cuando apareció una gotera en el techo, la encargada de la casa dijo que busquemos a alguien para arreglarla y que después le pasáramos la cuenta. Mi abuelo me contó que la arregló él y que después armó un recibo que decía “por trabajos realizados, reparación de terraza, materiales” y lo firmó a nombre de un albañil uruguayo que había conocido en La Plata.

Es raro exiliarse en un país con una dictadura tan amiga de la que había en Argentina. De hecho, en la calle donde vivíamos, cada tanto había un Falcon estacionado que no pasó desapercibido.

Por eso creo que las representaciones fueron para nosotros mismos.

Después de casi dos años volvimos y nos instalamos directamente en Neuquén, en una quinta alejada del centro, hasta que se terminó de construir la casa de emergencia.

Y el chiste aquel de que sobre lo que no se puede hablar mejor es guardar silencio, se convirtió en nuestra divisa.

En los últimos días de 1999, un juez declaró la «AUSENCIA POR DESAPARICIÓN FORZADA DE DON FEDERICO GUILLERMO FRÍAS ALBERGA».

Así y todo, unos meses después de la sentencia, el secretario del juez dirigió un oficio de rutina al director del Registro Provincial de las Personas, para pedirle que escriba la novedad en el Libro especial de fallecimiento presunto.

Y es que la desaparición forzada no deja de ser una presunción de fallecimiento con dimensión política, la propia ley prevé qué sucede «en caso de reaparición con vida del ausente».

En 2004 cobré la indemnización de papá. Técnicamente, heredé. El Estado argentino indemnizó a las personas que secuestró y desapareció / asesinó, un dinero que cobramos los familiares que decidimos hacer el trámite (era opcional).

Me pagaron con bonos de la deuda pública que al principio no se podían vender. Todos los meses un cupón convertía a pesos, podía ir a buscarlos a la Caja de Valores. Me daban un cheque que cobraba por ventanilla en el Banco de Valores.

Siempre que iba, me cruzaba con otros familiares que estaban en la misma, en realidad es una suposición mía porque nunca hablé con nadie, creo que nadie tenía demasiadas ganas de hablar.

Un tiempo antes me había recibido, vivía con mi novia en Buenos Aires. Trabajaba haciendo transcripciones de programas de radio y editaba a medio tiempo una revista de negocios.

Cuando los bonos se pudieron vender, los hice plata. Compré un PH en el barrio de Coghlan, nos casamos, empecé a trabajar por cuenta propia en un mini emprendimiento digital.

También reservé una suma para un proyecto nebuloso, siempre postergado, que tal vez para no tomármelo muy en serio llamaba la investigación.

 

Un enero desplegué los recortes de diario sobre la cama y los ordené cronológicamente en una carpeta. Lo único que tenía ordenado así eran las cartas. Por primera vez los leí de un tirón. La mayoría son del Diario de Marka, editado en Lima, Perú, durante los 80. En una libretita empecé a tomar notas sueltas. Esta es la crónica del secuestro:

El miércoles a las 12:30 del mediodía, un joven alto de alrededor de, 28 años, pelo castaño, ojos claros, casaca beige y pantalón marrón, corría desesperado por el centro de Miraflores, perseguido por un hombre armado, fornido, de unos 35 años, de saco azul y pantalón beige.

El perseguidor no vaciló en disparar hasta cinco veces al aire, al mismo tiempo que gritaba: “agarren al ladrón”.

Un grupo de empleados de una tienda logró atrapar al joven en la esquina de Shell con Grimaldo del Solar, frente a la tienda “Perú Agú” creyendo que, efectivamente, se trataba de un delincuente común.

Cual no sería su sorpresa cuando el joven exclamó con acento extranjero: “Me han traído de la Argentina para matarme en el Perú”.

En esos momento lo alcanzó el hombre fornido que descargó un culatazo sobre el joven, rompiéndole la cabeza. Al mismo tiempo, de un Mercedez Benz descendieron un policía y una mujer policía que cargaron con el captor y su víctima, desapareciendo rápidamente.

El Diario de Marka también denunció otros secuestros de argentinos en Perú. El de María Inés Raverta, en plena calle, frente a la iglesia de Miraflores, y el de otras dos personas, secuestradas en sus casas: Julio Cesar Ramírez y Noemí Gianetti de Molfino. Secuestros posteriores que se conocieron antes.

Había pasado mucho tiempo desde que había leído por primera vez los recortes en lo de mi abuela. Ahí fue cuando supe que el secuestro de papá estaba conectado a otros secuestros. También que lo habían llevado secuestrado a Lima, o sea, que hubo un secuestro previo del que nadie sabía nada.

El operativo empezó mal para los milicos. Mi papá no solo les dio una cita falsa y casi se les escapa, sino que hubo que perseguirlo a balazos por una avenida a mediodía, golpearlo delante de un montón de testigos, llevarlo a un hospital, donde firmó un libro de ingreso y fue atendido por un médico que le cosió la cabeza.

La cita con María Inés Raverta era al otro día, el 12 de junio de 1980, en la plaza que está frente a la iglesia de Miraflores. Cuando María Inés lo reconoce y se acerca, un grupo de tareas de militares argentinos y peruanos la secuestran. Muchas horas después, secuestran a Ramírez y a Molfino. Antes de que entraran a la segunda casa, Molfino recibe una llamada de su hijo desde el teléfono público de la cuadra: le avisa que está todo rodeado. «Salvate vos que tenés toda la vida por delante», le alcanza a decir.

El operativo se arruina por completo cuando un diputado denuncia los secuestros con muy buena información. Otros políticos se suman a las denuncias y salen publicadas en los diarios de Lima con muchos detalles. Y a los pocos días, en diarios de todo el mundo. Hasta los diarios argentinos, más o menos auto censurados, dieron la noticia levantando cables de agencias internacionales.

Al gobierno peruano (dictadura militar saliente) no le queda otra que reconocer los secuestros. El 19 de junio emite un comunicado donde dice que detuvieron a tres argentinos que habían entrado al país con documentos falsos: son terroristas, son peligrosos, fueron deportados a Bolivia. De Federico Frías no dicen nada. El gobierno boliviano (democracia saliente) desconoce la supuesta deportación y el tema escala a conflicto diplomático.

A medida que se internacionaliza la noticia, se sabe menos de los argentinos secuestrados. Se refritan los hechos conocidos. Nada nuevo hasta que Marka, con alguna fuente en el servicio de inteligencia peruano, dice que Frías y Raverta habrían muerto en la tortura. Amnesty Internacional amplifica esta denuncia. Pero nada se confirma.

En julio de 1980, Noemí Giannetti de Molfino es encontrada muerta en la habitación de un hotel en Madrid. Los militares argentinos quieren hacer creer que Ramírez estuvo en esa habitación, son capaces de hacer cualquier cosa para que la opinión pública crea que se trata de un ajuste de cuentas entre militantes de Montoneros.

Después que terminé con los diarios, seguí ordenando algunos documentos que había ido encontrando a la largo de los últimos años.

En un archivo digital del Departamento de Estado de Estados Unidos, que desclasificó documentos generados por el personal civil de sus embajadas en América Latina en los 70 y 80, había encontrado un informe fechado en junio del 1980, que dice que un servicio de inteligencia argentino le confirmó a un funcionario de la embajada norteamericana en Buenos Aires, el secuestro de cuatro argentinos en Lima con la ayuda de los militares peruanos.

Y un cable generado en la embajada norteamericana en Lima, que dice que la pregunta más difícil de responder para los militares peruanos es qué pasó con Federico Frías, si es que los otros tres detenidos fueron deportados legalmente a Bolivia.

Otros documentos importantes los había encontrado en la ex DIPBA (área de inteligencia de la Policía Bonaerense). En su archivo hay documentos generados por la propia DIPBA y también, gracias a una especie de clearing informativo de los servicios, informes de áreas de inteligencia de otras fuerzas represivas.

El más impresionante es un informe del SIN (Servicio de Inteligencia Naval), fechado el 3 de julio de 1980, que confirma que la “Fuerza Ejército” cubre una cita de la BDT (Banda de Terroristas) Montoneros con la colaboración del Ejército del Perú y que detienen a tres DDTT (delincuentes terroristas).

Los nombres están tachados (una política de los investigadores que manejan ahora el archivo es tachar los nombres de cualquier otra víctima mencionada en un documento que no sea tu familiar) pero es fácil darse cuenta quiénes son.

El documento confirma que la operación se ve frustrada por las denuncias de Javier Diez Canseco, el diputado electo, y que la “Comisión Argentina” debe regresar dejando los DDTT en el Perú. También que se arregla una extradición a Bolivia: «el Ejército Boliviano se habría comprometido a entregarlos a los militares argentinos en el día de la fecha».

Y si de lo que pasó en Perú se supo bastante, del primer secuestro de mi papá casi no hay información, al día de hoy no se sabe casi nada. Lo único que hay, es un informe secreto del Batallón 601 (unidad de inteligencia del Ejército Argentino) con una lista de desaparecidos con apodos, grado dentro de Montoneros y fecha de secuestro.

El número 18 de la lista es Federico Frías, Tt 1ro (teniente primero) NG (nombre de guerra) “QUITO” o “FREDY”. El documento dice que lo secuestraron el 1 de mayo de 1980, también el día que cumplió 28 años.

Recién surge algo nuevo cuando el periodista peruano Ricardo Uceda publica un libro de investigación sobre los crímenes de los servicios de inteligencia del Ejército del Perú. Un capítulo entero está dedicado al caso de los montoneros secuestrados en Lima. La fuente principal es un suboficial peruano que formó parte del grupo de tareas mixto, un tal Arnaldo Alvarado.

Alvarado, entre otras cosas, dice que el 11 de junio de 1980, un suboficial de inteligencia argentino al que llamaban Lito, había “preparado” a papá para que apenas pudiera caminar. Cuenta la sorpresa de todos cuando se escapa corriendo. Describe la persecución por Miraflores, también detalles de cómo secuestraron a María Inés Raverta al día siguiente, de cómo sigue el operativo hasta que los diarios empiezan con las denuncias y se frena todo. Le escribí a Uceda, quedamos en contacto.

¿Qué pasó después? Confirmado no hay nada, aunque es muy probable que los hayan traído de vuelta. Un sargento retirado del Ejército, Nelson González, a fines de los 90 apareció en el talk show de Mauro Viale, diciendo que había presenciado el fusilamiento de Pato Zucker -hijo del humorista Marcos Zucker- en Campo de Mayo junto a otros secuestrados, entre los que se encontraba alguien de apellido Frías.

El Equipo de Antropología Forense se movió rápido porque González también dijo que los habían enterrado cerca del Polígono de Tiro de Campo de Mayo. Pero después no se bien que pasó, o sea, por qué no pasó nada.

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