Joaquín Frías
Joaquin Frías es el hijo de Federico, desaparecido en el marco de la llamada Contraofensiva. El Tribunal Oral Federal 4 de San Martín está llevando adelante el juicio donde se acusa a los Jefes de la Inteligencia del Ejército, mientras las víctimas, familiares, y los militantes dan testimonio del derecho a la resistencia contra la dictadura.Joaquin es uno de ellos, y compartimos aquí la reconstrucción del vínculo con su padre a través de los recuerdos y la búsqueda incansable de justicia.Compartimos la sexta entrega de este Relato de Archivo “Transmisiones”
Con quién hablé por primera vez de las transmisiones de Montoneros? Creo que fue con Ale Inchaurregui, me acuerdo vagamente de aquella conversación. Con unos aparatos, me explicaron, interferían las señales de televisión, la imagen se anulaba y sobre el canal de audio pasaban un mensaje. Transmitían desde lugares de altura, cuando había mucha audiencia, esto fue en el 79.
En ese momento yo no tenía idea que mi papá había estado casi todo ese año haciendo transmisiones pirata en el conurbano, ni que eso había sido parte de la contraofensiva de Montoneros.
Me habían conectado con los padres de Gastón Dillon (desaparecido). Alguien me dijo que conocieron a papá en México. Me reuní con ellos en su casa de La Plata. El padre de Gastón estaba muy emocionado por el encuentro, propuso un pequeño brindis con unas copas de jerez helado.
Para los Dillon, papá era Lucio. Lo habían conocido en enero del 80 (después de las transmisiones) en Zihuatanejo, México. En ese balneario hubo un campamento montonero bajo las palmeras. Me contaron algunas cosas de esos días: que hacían asados en la playa, que Lucio se entusiasmó con un barquito a vela.
Gastón era seis años más chico que papá. Cuando sus padres me mostraron fotos, me di cuenta que yo tenía fotos de él que seguro ellos no habían visto. Eran aquellas fotos blanco y negro que me habían dado hacía tiempo. Hasta ese momento, no había logrado saber quiénes eran las otras tres personas, menos dónde las habían sacado. Volví a lo de los padres de Gastón con copias de estas fotos, aunque no les prestaron mucha atención cuando las vieron.
Pero sí me dijeron que la mujer probablemente fuera Teresa (Mirta Simonetti, desaparecida). Y que al tipo de anteojos le decían Lince, ellos lo conocían, creían que estaba vivo, aunque ahora no tenían forma de ubicarlo. Sabían que vivía cerca del cruce de Richieri y General Paz.
Unos años antes, los padres de Gastón habían hecho averiguaciones, como yo estaba haciendo ahora. También habían hablado con todas las personas que pudieron. Me contaron sobre eso. El padre de Gastón todavía tenía unas fichas mecanografiadas con nombres y direcciones. Me pasó los datos de un brasilero, Luiz Rodolfo, dijo que Lucio y Gastón se quedaban en su casa de Río cuando entraban y salían del país.
También estuvo buscando un rato en su biblioteca un libro de Orgambide, no me acuerdo cuál. Se lo había regalado Lucio en México. Pensé que me lo iba a dar, pero después de que leí la dedicatoria, lo guardó discretamente. Me emocionó tanto que haya querido conservarlo.
Escribí una carta para Luiz Rodolfo. Se la mandé con una copia de la foto de Fredy desaparecido y a la semana me respondió por email en español, diciendo que yo no podía saber cuánta emoción le causaba recibir una carta de su amigo y compañero Hugo. Me contó que Hugo se quedó dos veces en su casa con Gastón en el 79 . Ahí recordé que los últimos sellos del pasaporte falso eran una entrada a Brasil a principios de noviembre del 79.
En aquel correo, Luiz Rodolfo también me contó que pasaron muchas noches discutiendo los caminos posibles de la revolución y que durante mucho tiempo soñó con «las conversas de aquellas madrugadas». Varios años también conservó documentos con otros nombres y una guitarra y un juego de cuerdas nuevas por si volvían. «Tu padre, para mi, fue un revolucionario por haber sido gente, por haber sido entero», dijo en otra parte de aquel correo.
Luiz Rodolfo me invitó a Río, dijo que ahí siempre iba a tener una casa. En el momento que estuvimos en contacto, él estaba con un emprendimiento agrícola, pasaba más tiempo en el campo que en la ciudad, por eso, me dijo, tardaba en responder los emails. Aunque yo sabía que no era el tipo de anteojos de las fotos blanco y negro (ahora sabía que ese era el Lince), seguí manteniendo esa imagen mental de él.
Dijo que el bar donde había pasado tantas noches con papá y Gastón, hablando de revoluciones y tocando la guitarra, todavía existía y que no había cambiado mucho. Pero no hice ese viaje, qué se yo por qué.
Al Lince verdadero no tuve que buscarlo. En una reunión de compañeros me lo presentaron como “alguien que había conocido a tu papá”. Le vi cara conocida y enseguida me di cuenta quién era. Quedamos en tomarnos un café por la zona de Liniers. El día que nos encontramos le di copias de las fotos; se las acercó hasta la nariz con las dos manos y al verlas se emocionó muchísimo. Me contó que la casa que yo siempre había imaginado en Brasil quedaba en Laferrere, aunque no sabía exactamente dónde.
Hablamos de las transmisiones, dijo que con Lucio habían hecho 14 en la zona de La Matanza, desde techos de casas abandonadas y terrazas de edificios en construcción. Y tal vez para que yo entendiera por qué eran necesarias, me explicó que si en el 71 ponían una mesa de ese mismo café en el medio de la avenida y cantaban la marcha peronista juntaban 3000 personas, pero en el 79 no.
El Lince me hizo notar que lo que sostenía Teresa brazo en alto, un aparejo construido con palos de escoba, tiras de metal y cables colgantes, no era otra cosa que una de las antenas que usaban para las transmisiones.
Cuando terminaron las transmisiones del 79 él no salió del país. Se quedó con los transmisores y unos fierros. Los embutió detrás de un placard con material. Al año siguiente, a partir de marzo, cubrió unas citas durante meses en General Paz y Av. del Trabajo (hoy Av. Eva Perón); pero no pasó nada y deja de ir.
El Lince me preguntó si tenía las fotos de los techos, unas que se habían sacado en la casa de Laferrere posando con el equipo de las transmisiones y los fierros. Las había sacado él. Pero no, esas no las tenía. Creo que ahí me di cuenta que la foto donde a papá se lo ve de perfil tomando ginebra Bols -la había usado para escribirle una líneas a mi abuela- tenía que ser el interior de aquella casa.
Los compañeros de las transmisiones que habían sobrevivido seguían más o menos relacionados, uno me conectaba con otro, me pasaban emails, teléfonos; gracias a esto pude hablar con varios de ellos.
Con María nos reunimos en un café cerca del Congreso. Ella era responsable de un pelotón de las TEA II (Tropas Especiales de Agitación) en el que también estaban el Negro, su pareja en aquel momento, y Chamaco, reclutado en México y al que por las dudas le cambiaron el nombre por Chaco. Dijo que ella no sabía nada personal de los demás, que no quería saber nada.
María se acordaba bastantes cosas del entrenamiento a principios del 79. Tiene una imagen de Lucio como de ausente o distante. Lo recuerda tocando en la guitarra una canción de Zitarrosa. «Pensaba que era uruguayo», dijo María. «Así que las nostalgias uruguayas de tu papá no eran por extrañar el pago, sino porque ahí estabas vos».
Ella me conectó con el Negro, con quien nos encontramos en el café de una YPF. Después de saludarnos, sacó una foto ajada y una lupa y me las entregó para que encuentre a papá. Sí, era él, también había una pileta y niños jugando. «Le gustaba aparecer», dijo el Negro y yo pegué un respingo ciego. Soy hipersensible a algunas palabras; casi no uso “mi viejo” porque ya soy mucho más viejo que él, “guardamuebles” me resulta siniestra, “campito” me entristece.
El Negro me contó sobre la instrucción en las afueras de San Miguel de Allende, México, a comienzo del 79. Dijo que Lucio -responsable de todos los grupos TEA II- lo llevaba a Guanajuato a darse inyecciones para el asma. Se movían en una camioneta 4×4 con aire acondicionado y dirección hidráulica. Aprovechaban para comer algo como la gente y tomar vino, prohibido en la base. El bigote nietzscheano del Negro le permitía hablar con la boca tapada, algo que sumaba irrealidad a la escena.
Le mostré las fotos de la casa de Laferrere y confirmó que ese era el lugar que compartieron Lucio, Gastón y Teresa en el 79. Él había estado ahí, Lucio lo había invitado a comer un asado. No sabe bien dónde queda porque lo llevaron mirando al suelo. «Si se enteraba la conducción nos hacían un juicio, estábamos chapita». Dijo que Lucio era tímido, verticalista (porque aceptaba todas las decisiones del partido) y calentón (cuando perdía al ping pong).
El Negro también habló de su pelotón TEA. No le gustaba operar con Chaco, siempre tenía miedo. Una noche, por ejemplo, a Chaco se le perdió la 9 mm. Y en una de las transmisiones nocturnas, un vecino lo confundió con un ladrón y le metió un balazo en la pierna. El Negro quiso sacárselo con una pinza pero al final, por suerte, consiguieron un cirujano que les prestó ayuda.
En un momento de la charla salió el tema del repliegue. María y él discutieron con Lucio justamente por eso. Le plantearon que no iban a salir del país hasta que naciera su hijo, querían que sea argentino. Desobedecieron la orden y se quedaron. María se internó en una clínica, le hicieron una cesárea y al otro día se fue caminando hasta la calle con su hijito en brazos. El Negro pasó a buscarla en la motoneta que hacían las transmisiones. Unas semanas después viajaron a México. Ahí el Negro leyó un informe de Lucio, donde decía que él los había autorizado.
A principios de 1980, después de la dura campaña de las transmisiones, Lucio, Gastón, Teresa, María y el Negro, alquilaron una combi y salieron de vacaciones casi dos meses. Lucio había conseguido 5000 dólares siguiendo una sugerencia del Negro, ya que iba a pedir bastante menos. Fueron a las pirámides, visitaron Acapulco (Teresa quería conocer) y terminaron en Zihuatanejo, el lugar donde se hizo el campamento montonero.
El Negro recuerda que durante el viaje, cuando Lucio proponía ir a comer a lugares “más de pueblo”, él le pedía por favor que se dejara de joder.
José Astiz, el Pelado José, escribió Lo que mata de las balas es la velocidad. Es el libro preferido de mi colección de libros que mencionan a papá porque ahí no es el desaparecido-que-intenta-escapar-y-no-lo-consigue. En el primer capítulo, por ejemplo, practica ejercicios en el agreste campo mexicano con Gastón y Teresa, su pelotón en las Tropas Especiales de Agitación II. Y más tarde hace empanadas para la fiesta de despedida.
Antes de que empezaran las transmisiones, en abril del 79, el Pelado José tuvo a cargo la misión de entrar al país el armamento de defensa que las TEA II luego utilizarían durante las emisiones relámpago de Radio Liberación TV. Los primeros capítulos están dedicados a contar eso. Lo ayudó una pareja joven. Entraron los fierros embutidos en el piso de una camioneta roja con chapa de California. Antes de cruzar la frontera brasileña, embarraron el piso para disimular las costuras. Llegaron a Buenos Aires sin problemas.
Unos días después, el Pelado tenía una reunión para coordinar el reparto de los fierros. La cita estaba podrida; logra escapar de casualidad en bicicleta, en un Renault 12 manoteado, en el último vagón de un tren, etc. Algunos balazos pasaron cerca. Improvisa lo que sigue. Manda a la pareja joven -no tenían ninguna experiencia ni entrenamiento- a Mar del Plata con la camioneta. Les pide que alquilen una casa con garaje. Él llega unos días después y se encuentra la camioneta estacionada en la puerta. Fue lo mejor que pudieron conseguir, le explican.
Compran herramientas y van a una playa desierta a boquetear el piso. Cuando logran hacer un agujero, el Pelado José pasa una mano y saca la primera Browning 9 mm. Después sacan más pistolas, granadas de fabricación montoneras y escopetas. Una de las Ithacas, a su vez, desembute su carga, por suerte sin consecuencias lamentables. De nuevo en la ciudad, compran otras herramientas y en la banquina de un camino tapan los agujeros de salida.
Por último, compran 8 bafles y los desarman y embuten 2 pistolas, 2 escopetas, 4 granadas y municiones en cada uno de ellos y los cierran y los mandan a Buenos Aires en diferentes empresas de mudanzas.
Hay un capítulo del libro donde el Pelado José se encuentra con Lucio en un bar de Buenos Aires. «Me hacía acordar al Doctor Gachet, cuando se ponía la boina quedaba igualito». En otra parte que me gusta, lo describe así: «Navegaba en la carabela “La Picardía” con bandera de distraído pero nunca se le caía la brújula». También dice que no destilaba amargura.
En el bar organizan una reunión de las TEA II no autorizada. Convocan a la gente individualmente, las inmediaciones de la cancha de River fue el punto de reunión. Cuando están todos, van a las boleterías y sacan las entradas para el superclásico que se jugaba en unas horas. Esa tarde, dice el Pelado, gritaron el gol como si gritaran “Montoneros, carajo!”.
Los bafles había que buscarlos en diferentes puntos en la ciudad. Al principio, todo bien. El Pelado pasó a buscar los dos que se había mandado a sí mismo. María y Gastón recibieron los suyos sin problemas. El último envío iba a buscarlo Lucio, pero a último momento un compañero de nombre Raúl agarró el recibo y entró a la empresa de mudanzas.
Lucio lo esperó en la vereda, tenían una pick-up estacionada en doble fila. Raúl sale del local con los bafles, un pibe lo ayuda a cargarlos. Cuando cierra la tapa de la caja y da una propina, un Falcon gris y un taxi viejo se estacionan detrás de la camioneta. Era una patota. El Pelado -estaba a una cuadra con otro TEA haciendo apoyo- cuenta que sonó un disparo de revolver y después otro y otro, que Lucio fue el primero que disparó.
Raúl corre hacia la puerta del conductor y una ráfaga de Uzi lo levanta del piso y lo deja tirado en el pavimento. El grupo de apoyo empieza a sacudir a la patota con escopetazos y granadas, eso le permite a Lucio correr hasta Raúl para tratar de levantarlo. Pero no puede cargarlo, se resbala en el charco de sangre. Al final, le calza la cabeza entre el estómago y el pecho y con mucha dificultad logra subirlo a la cabina. Pero el fletero había rajado cuando empezaron los tiros. Por suerte el chico de la camioneta roja, que en esta operación estaba solo de observador, corrió hasta la pick-up, se sentó al volante y arrancó. Lucio no tenía la menor idea quién era. Las sirenas se escuchaban cada vez más cerca.
Cuando estuvieron seguros que no los seguían, Lucio manoteó otra camioneta por la zona de Boedo. Pusieron el cuerpo de Raúl en la caja y lo taparon con una campera. También subieron los bafles. Lucio manejó solo hasta la casa de Laferrere y descargó los bafles. Después estacionó la camioneta cerca de la estación Ramos Mejía del Sarmiento. Se tomó el tren a Capital para llamar a México e informar la muerte de Raúl y pedir que le avisaran a la familia dónde estaba el cuerpo, así lo encontraban antes que la policía.
Pensé que algo así tenía que haber salido en los diarios. En el libro del Pelado José hay una referencia temporal muy precisa. Busqué las policiales de mayo de 1979 y encontré estos titulares: “Tiroteo en Palermo, con un Herido, al Intentarse Liberar a un Secuestrado”; “Secuestro Frustrado en Un Banco de Palermo”; “Tiroteo con un herido grave. Liberan a un industrial”.
El 23 de mayo, La Razón, diario vespertino, dice que un sangriento y espectacular suceso conmocionó esa tarde al barrio de Palermo. Los datos de testigos son fragmentarios y confusos, predomina el hermetismo policial. Todo habría empezado en Provincia de Buenos Aires, donde un industrial fue secuestrado. La policía siguió la pista de los secuestradores y los encontró en la calle Seguí, entre Salguero y Canning, circulando con el rehén. Ante la orden de arresto -eran cerca de las 16 hs.- los delincuentes se desacataron a balazos. Un empleado del Banco de Tornquist, ajeno al hecho, resultó herido. Los malhechores fugaron con el secuestrado.
Al día siguiente, La Razón retoma la historia. Pero ahora el secuestrado -un constructor bonaerense- fue llevado por sus captores a la sucursal Palermo del Banco de Tornquist para que firmara y cobrara un cheque por ventanilla. El industrial tuvo la suficiente presencia de ánimo como para escribir “auxilio” en el endoso. Esto, naturalmente, alertó al cajero, quien avisó al personal de vigilancia. Así se originó el tiroteo. El señor Oscar Bermúdez, un cliente ajeno al hecho, resultó herido. Fue internado de urgencia en el Hospital Fernández. Los dos delincuentes, sin dejar de disparar, lograron llegar hasta la camioneta F-100 estacionada cerca del banco, con un cómplice al volante. Se dieron a la fuga abandonando al secuestrado, quien resultó ileso y cuyo nombre no fue suministrado.
Ese 24 de mayo Clarín también informa sobre un episodio de contornos dramáticos ocurrido el día anterior en el Banco de Tornquist, ubicado en Seguí 3543 a las 14:40. Dos delincuentes entraron al banco con un conocido cliente de la casa -un industrial secuestrado- y un empleado de éste, quien hábilmente escribió “auxilio” en el cheque dando aviso a los custodios. Cuando se desató el tiroteo, el empleado del industrial resultó gravemente herido; recibió una herida en el torax de la que manó mucha sangre. Fue internado en el Hospital Fernández, donde se le practicó una intervención de urgencia. A su vez, el señor Bermúdez, que transitaba la zona, habría recibido heridas. El industrial, de quien no trascendió la identidad, resultó ileso. Los malvivientes huyeron en una Ford F-100 totalmente embarrada.
También el 24 de mayo, Diario Popular coincide en que ayer exáctamente a las 14:40, en la sucursal Palermo del Banco de Tornquist, ubicado en Seguí 3543, se produjo un episodio de contornos dramáticos. Dos individuos fueron sorprendidos presionando a un cliente de la casa, secuestrado previamente, para que retirara una fuerte suma de dinero. Los delincuentes ganaron la puerta de la calle cubriendo a tiros la retirada. Pero fue el señor Oscar Bermúdez, que circunstancialmente se hallaba en el lugar, quien fue alcanzado por un disparo hecho por los malhechores. Cayó herido de un balazo en el torax y fue trasladado inmediatamente al hospital Fernández. Los marginados por la ley huyeron en camioneta a toda velocidad con rumbo desconocido. La persona secuestrada resultó ilesa y libre. De todos modos, dice el diario, por el momento estas son conjeturas.
La nota de Clarín incluso está ilustrada con un facsimil del supuesto chequedel Banco del Tornquist, con fecha 23 de mayo de 1979, por una suma de 700.000 pesos. Abajo de la firma del industrial puede verse el “S.O.S” salvador. Clarín ayuda a sus lectores con una flecha para que no se pierdan el detalle.
En los próximos capítulos, el Pelado José cuenta que en julio del 79 las TEA II empiezan a operar en zona Oeste. Ya habían conseguido las cosas para completar el equipo: baterías de auto, cargadores, tiras de cobre para hacer las antenas. Cada transmisor servía para interferir un solo canal: el 7, el 9, el 11 o el 13. Al principio transmitían quince minutos.
De noche, en lugares solitarios, cuanto más alto mejor, izaban la antena, on al aparato, play al grabador y los televisores del barrio se convertían en radios que captaban la marcha peronista y una voz diciendo “atención, atención, transmite Radio Liberación” y a Firmenich explicando que había que pasar de la resistencia a la contraofensiva popular. Algunos pelotones, como el de Lucio, compraron Siambrettas para moverse durante las transmisiones, otros salían en colectivos con el equipo disimulado.
El pelotón de Lucio debutó a mediados de julio en las inmediaciones de la fábrica Borgward. Gastón escaló un tanque de agua y transmitió desde ahí con muy buen alcance. Unos días después, transmitieron cerca de La Cantábrica de Haedo. Eran grupos chicos que operaban sin tener contacto entre sí. Tampoco tenían contacto con las bases populares que debían emancipar. «La guerrilla encapsulada», define el Pelado José, «consigna principal: no aferrarse al espacio-tiempo».
Pero la contraofensiva montonera siguió teniendo dificultades de todo tipo, hasta financieras. El Pelado José cuenta que en un momento se acabó la plata y bajó la orden de salir a buscar trabajo. Mientras tanto, las transmisiones se suspendieron por un mes. Lucio fue uno de los primeros que consiguió algo. No dice qué, seguramente no lo sabía, pero tal vez sea la explicación a la libretita de la Unión Obrera Metalúrgica, seccional San Martín, que recibí con el kit de documentos falsos a nombre de Carlos Torres.
En otra parte, dice que a pedido de los trabajadores de la Fiat, el pelotón de Lucio intentó darle un susto a los guardias de la fábrica, pero que las granadas no funcionaron. Para peor, los milicos se dieron cuenta cómo se hacían las transmisiones y empezaron a triangularlas, por eso hubo que acortarlas a siete minutos. Lograron secuestrar o acribillar a balazos a muchos militantes.
Algunas páginas más adelante, Lucio le pide al Pelado José que dibuje un avión en una carta para su hijo. Él dibujó un Jumbo y un pibe cabezón. Tengo esa carta, abajo del dibujo papá escribió «avioncito de alas plateadas, siempre cruzando el aire, siempre ganándole a las nubes, prepara tus potentes motores…».
Conseguí el email del Pelado José, escaneé el dibujo y se lo mandé, así entramos en contacto. Enseguida me respondió desde México diciéndome que la emoción al recibir mi correo fue enorme, que volver a ver esa pinturita a tantos años de distancia fue algo maravilloso. Nos escribimos varios correos, me mandó fotos de su familia, sus hijos se acuerdan de papá, el tío Lucio. Yo le tiré mil preguntas, muchas creo. En un momento me dijo que no podía contarme mucho más porque estaban compartimentados.
Los pelotones de las TEA II recibieron los pasaportes para el repliegue en octubre y los empezaron a usar en noviembre. En la última hoja sellada del pasaporte a nombre de Carlos Torrres, se puede ver una entrada a Brasil fechada el 3 de noviembre de 1979 y, en esa misma hoja, una entrada a México fechada el 7 de noviembre.
Pocos días después, el 14 de noviembre, el diario La Nueva Provincia de Bahía Blanca, publicó un artículo sin firma titulado “La Reorganización de los Montoneros”, con supuesta información arrancada evidentemente por los servicios en la tortura. Hay una foto de papá, el epígrafe dice “Federico Frías”. Y hacia el final, una frase que comienza con un «se sabe que Frías…», como si para el lector fuera un viejo conocido.
Cuando encontré el recorte (estaba en el sobre de mi abuela), comparé la foto que publicaron con la del pasaporte y también con las de la casa de Laferrere: Carlos y Lucio no se parecen a Federico.
El Pelado se volvió a encontrar con papá en el DF. Me contó que en un café de la avenida Insurgentes trató de persuadirlo de que no regresara con la segunda etapa de la contraofensiva, que eso ya había fracasado, que se uniera a Montoneros 17 de Octubre, que diera la pelea desde ahí, más apegados a las posibilidades de las masas. «Pelado, yo no puedo quedarme en México vendiendo libros», le dijo. Fue la última vez que lo vio.