Fabiana Rousseaux
El abismo en la historia de Edson Teles es un libro central para el Brasil actual y propone una lectura que irradia a toda la región. Sabemos por la historia y por insistencia de memoria, que ningún país que haya atravesado por la experiencia límite del terror de Estado puede asumir la verdad de los acontecimientos, ni la reconstrucción de los lazos sociales, si antes no produjo un acto de escritura sobre ese pasado. Llamo acto de escritura a la decisión de sumergirse en lo ocurrido, despojados de relatos dicotómicos, de moralidades engañosas, de literalidades confusas y de exigencias imposibles, para hacer lugar a las marcas y los legados.
El acto de escritura que requiere la verdad sobre los crímenes estatales está más del lado de una topología que de un espacio plano y pulcro; más del lado de la lógica de anudamientos de sentidos que del relato puro y objetivo. Esta verdad exige para su escritura un contexto complejo y dilemático y eso se puede alcanzar en la medida en que se hagan existir la infinidad de relatos de quienes atravesaron esos hechos en un acuerdo previo de terrenos éticos.
En este sentido, la “teoría de los dos demonios” tan expandida en las etapas post-dictatoriales de América Latina, ha coexistido –en muchas oportunidades– con la puesta en marcha de procesos de memoria y verdad, e incluso frente a algunos procesos de justicia. Si el contexto donde se escriben los relatos y testimonios, está despojado de la dignidad que requiere la creencia insoslayable en la palabra de las víctimas, o se impulsa la equiparación de los crímenes o la inconsistencia en el sentido de los hechos, el proceso de reconstrucción de memoria se malogra en su dimensión reparadora.
Las lógicas con las que deben pensarse las instancias reparatorias, requieren complejidad y pueden llegar a ser injustas ante la dimensión inabordable de los crímenes que se intentan reparar. Reparar es un imposible al que se enfrentan todos los Estados, sin embargo el impacto simbólico que provoca la construcción de medidas enmarcadas en procesos de reconocimiento de las necesidades de las víctimas y procesos de subjetivación de las medidas a aplicar, es insoslayable.
Desde el psicoanálisis y a partir de Lacan, sabemos que la verdad sólo puede decirse a medias, y la verdad que se reconstruye a través de relatos de los hechos ocurridos en épocas de estados de excepción, es una verdad que apela sobre todo a un sujeto dividido por el lenguaje, tomado por el dolor indescriptible e intraducible de los hechos y una importante necesidad de hacer traducible lo innominable. Esa verdad entonces cuando adviene, no sólo recae sobre quienes asumieron en sus cuerpos esa verdad, sino en un proceso de subjetivación social de esa verdad. Dejarse tocar por ella es un hecho que interpela a la sociedad en su conjunto.
Entonces, la dimensión que toma la palabra misma, los testimonios, tienen efecto de escritura y eso es a lo que podemos apelar cuando se trata de la inconmensurable dimensión de una memoria que se transmite en acto. Hay en juego un plus, una decisión – en este caso del Estado– para que esa verdad opere con todo su sentido e incluso con sus sinsentidos, sin que ello afecte o dañe su momento de veracidad.
Sin embargo no es cualquier sociedad la que puede disponerse a escuchar, ni es cualquier Estado el que puede dar lugar a esos relatos si no ha decidido qué destinos tendrán los mismos. Decíamos más arriba “dejarse tocar”, lo que significa que se necesitan condiciones singulares para que esa verdad emerja. La verdad de la que se trata en estos casos es una “verdad hablada” por los hechos y exige por tanto una lógica específica, ya que el intento de transmisión de la experiencia insondable a través del lenguaje es siempre un intento fallido y la prudencia en lo que se le exige al testigo de los hechos que se narran cobra un estatuto central.
En torno a las experiencias con la verdad y reparación en Brasil, es importante resaltar que en año 2012 se crea –por Resolución de la Comisión de Amnistía del Ministerio de Justicia–, Proyecto de Reparación Psicológica a víctimas de violaciones de Derechos Humanos durante la dictadura cívico-militar, denominado “Clínicas del testimonio”. El objetivo de este Proyecto, fue incorporar el acompañamiento, la atención y los espacios de escucha como parte de una política de reparación integral y más amplia hacia las víctimas.
La expertice desarrollada en Brasil en décadas anteriores, respecto de estos temas, por algunos equipos de profesionales del sector no gubernamental (como por ejemplo el rol que cumplió la organización Tortura Nunca Mais) fue muy rico, y parte de ello, fue aportado a la construcción de una política pública, junto a profesionales que formaron parte de esa experiencia, entre otras, y de jóvenes profesionales que se sumaron a esta tarea en consonancia con los requerimientos internacionales en materia de Derecho Internacional de los Derechos Humanos. Este proyecto surge junto a otros dispositivos novedosos como la creación de las Conversas Públicas, el proyecto “Marcas de la memoria”, y las Caravanas de Amnistía.
Me parece importante remarcar que las discusiones que se desarrollaron en el país, en los momentos previos a la creación de la Comisión Nacional de la Verdad (e incluso en sus múltiples réplicas en Comisiones estaduales, municipales, sindicales, universitarias, etc) significaron un nuevo escenario nacional, ya que toda vez que el Estado interviene sobre la “rememoración” del horror, de lo traumático, basándose en el peso central de los testimonios de las víctimas, se desplieguen situaciones nuevas que pueden dar lugar a nuevos acontecimientos políticos. ¿Es esto lo que ocurrió en Brasil? El libro de Teles hace un exhaustivo recorrido sobre este problema.
También cabe destacar que la implantación de juicios orales desarrollados en otros países de la región, como por ejemplo en Argentina, con audiencias públicas; o el caso de Uruguay, con los avances y retrocesos en materia de audiencias por delitos de lesa humanidad y acciones implementadas a partir del mandato de la Corte Interamericana de Derechos Humanos de gestionar políticas de reparación integral; o Chile, con algunos procesamientos y condenas efectivas, inclusive los juicios in absentia (en ausencia) que se desarrollaron en algunos de estos países, generaron un gran caudal y circulación de testigos-víctimas por el cono sur, lo cual determinó la creación de múltiples espacios de escucha y asunción de las marcas del dolor que se desplegaban por la región. En muchos casos las y los testigos que se trasladaban a la Argentina para testimoniar por hechos acaecidos en el contexto de la coordinación represiva del cono sur -en particular en las causas por “Plan Cóndor”, “Plan Sistemático de Apropiación de niñas y niños”, y “Automotores Orletti”- dieron cuenta de la necesidad que atravesaba a esa experiencia, de traspasar los límites del lenguaje para dar lugar al relato en su complejo valor de prueba. En este sentido, las vías que se gestaron para hacer “drenar” esos dolores y necesidades de interlocución social, fueron necesarios y tensionaron las lógicas de reparación instituidas al comienzo desde el Estado.
En el caso de Brasil a partir de la existencia de estos dispositivos surgieron ciertas instancias organizativas de víctimas como el Colectivo de Filhos e Netos (Hijos y Nietos) por Memória Verdade e Justiça (Memoria, Verdad y Justicia), la consolidación de una Red de Asistencia, investigación y capacitación que se fue expandiendo y comprometiendo a nuevos profesionales y ciudades (Río de Janeiro, San Pablo, Porto Alegre, Santa Catarina , Recife) y la propuesta de creación de una Red Latinoamericana de reparación psíquica a sabiendas de la dimensión que cobran los crímenes de Estado y su vínculo con el sufrimiento ó daño a-temporal e imprescriptible que desencadena.
Como introduce Teles en este libro ¿Cuánta verdad soporta un país? y ¿de qué modo las Comisiones de Verdad pueden sostener este fuerte desafío ético? El acceso a la verdad en estos casos, no se ciñe a la temporalidad cronológica de los hechos y la batalla por la consistencia de los relatos, tantas décadas después, cuando el gobierno de Brasil decidió escribir por primera vez sus crímenes, lo ha puesto de frente con este dilema.
En este libro se desentraña un recorrido particular sobre la experiencia de verdad en Brasil. Así, Edson Teles apela a una clave genealógica para dar cuenta de los desfiladeros de la memoria a los que se enfrentaron los sobrevivientes y sus familiares y de ese modo revela los antecedentes y la constitución misma de la CNV, las tensiones y los reclamos para dar un sentido a esa verdad, tres décadas más tarde. El recorrido en el que se centra va del 2009 al 2015 y desarrolla la construcción política que se articuló en las luchas de las organizaciones de derechos humanos en su relación con el Estado.
La particular situación de Brasil en este derrotero es analizada en profundidad en este importante libro y que abre vías de estudio a muchas de las consecuencias derivadas de la exclusión de la justicia en su anudamiento con la verdad, la memoria y la reparación. Si el saber siempre está en relación a la verdad es porque toca los límites del lenguaje. En ese sentido, me viene a la memoria un hecho que tuvo un fuerte impacto en Brasil hace unos meses atrás cuando circuló un libro que intentaba poner en evidencia un hecho histórico trágico: el secuestro y violación de una mujer que pertenecía a la guerrilla de Araguaia. Su violación fue presentada en el libro “Borboletas e Lobisomens” (Mariposas y hombres lobos) del periodista Hugo Studart como una “escena de amor entre un soldado y una guerrillera en Araguaia”. Inadmisible escritura de hechos criminales que requieren de un contexto responsable para circular en un espacio público. Lo irrepresentable de estos hechos y lo que resta luego de la pérdida de sentido -si se lo arranca del sentido, como en este caso- se articula en una función de resto y retorna por los intersticios del discurso social del modo más brutal e indigno. La escritura de una nueva versión de la verdad en su tensa relación entre el relato oficial, el relato de los hechos vividos, el recuerdo desfigurado para poder vivir y poder oficiar así de verdad real, el impronunciable dolor de los sobrevivientes y familiares; tienen el objetivo de poner un tope, un freno a estas versiones indignas de la historia.
Así como la búsqueda de cuerpos, oficia de frontera ante la desaparición, instaurando la muerte simbolizable y “contable” (como mecanismo que rechaza lo in-número de los crímenes de masa)[1], los relatos del horror en oídos del Estado, imponen un límite a las versiones oscuras y ominosas de los perpetradores. En épocas donde la dicotomía democracia-autoritarismo ya no son necesariamente términos antagónicos -o al menos no lo son en la dicotomía clásica que imperó hasta finales del siglo XX-, es necesario reformular qué términos son los que se oponen a los derechos básicos consagrados por la humanidad hasta aquí y la experiencia de la verdad no es ajena a estos vaivenes.
Si la experiencia del nazismo nos ha arrojado como comunidad internacional a tocar los límites que traspasaron todas las fronteras, en la actualidad habitamos esas marcas que continúan produciendo efectos invisibles y que amenazan aún hoy con establecer modos de subjetivación acordes con los rastros de ese pasado. Un claro ejemplo de ello, es la notoria y preocupante situación actual con el cambio no sólo de gobierno sino de paradigma ético, donde el discurso negacionista y pro-dictatorial del actual presidente Bolsonaro pone muy fuertemente en riesgo a las instituciones democráticas. La democracia amenaza a la democracia. Esa amenaza se torna el contexto mismo y retorna por los intersticios sociales bajo el modo de la peor pesadilla.
“¿Cómo designar el régimen político contemporáneo?” dice Henrique Parra en la introducción y anuda ese interrogante con lo que toca el núcleo directo de lo que trata este libro ¿qué es lo que la palabra “golpe” es capaz de describir? Mientras escribo este prefacio, las noticias que llegan de Brasil son irrespirables, intraducibles y sin embargo en términos formales Bolsonaro ha sido elegido por el voto popular. ¿Es esto una democracia? ¿Podemos designar de ese modo a un gobierno como el actual sin que un crujido acompañe esa aseveración? ¿Qué significa un gobierno democrático? Me gusta responder a este interrogante –ineludible en la actualidad mundial- diciendo que “un gobierno democrático es aquel que produce respuestas responsables”. Existe una responsabilidad sobre el dolor, sobre la pena, sobre la muerte, sobre los muertos y desaparecidos, sobre los hambreados, sobre los sin techo o sin trabajo, sobre la infancia que no puede estudiar, sobre la salud, sobre la humanidad, sobre el derecho a la locura, sobre la identidad sexual, sobre las mujeres como colectivo. Y un gobierno es democrático si puede establecer políticas “ante lo intolerable.”
Desde esa perspectiva ni Bolsonaro en Brasil ni Macri en Argentina –para tomar las dos experiencias más cercanas a mi tarea- pueden incluirse en la lista de gobiernos democráticos a pesar de haberse cumplido los circuitos formales de la administración electoral para garantizar el voto y acceso al gobierno, porque durante sus respectivos mandatos lo que se ha radicalizado y profundizado es el autoritarismo y la crueldad.
A este libro lo pienso como un tratado sobre la función de frontera, sobre lo que implica la dicotómica perspectiva democracia-autoritarismo y lo pienso como un esfuerzo de lectura para sacudir las categorías que no alcanzan para nombrar lo que hay que nombrar. ¿Se podrá? Si la memoria de las víctimas es arrasada de su función de límite, la profanación de la democracia amenaza con alcanzarnos.
[1] Rousseaux, F. Territorios, escrituras y destinos de la memoria, en Tren en movimiento, Buenos Aires, (2018).