Por Fabiana Rousseaux
Por LACANEMANCIPA · Publicada el 23/06/2022
https://lacaneman.
En el marco del Ciclo ¿Qué pueblo para la política por venir?[1] organizado por el Ateneo Alejandro Groppo, tuve la oportunidad de pensar acerca de esta pregunta, articulándola desde mi experiencia en el Estado. Tanto desde la creación del primer Centro estatal de asistencia a víctimas de violaciones de derechos humanos, en la Argentina, como también desde la creación del Plan de Acompañamiento a víctimas-testigo en los juicios por delitos de lesa humanidad. La creación de dispositivos clínicos para dignificar las políticas de reparación simbólica en estos procesos desde Argentina y Brasil como algunas intervenciones en Colombia, Uruguay y Chile, me permiten asumir algunas de estas reflexiones, introduciendo en todas ellas la condición hablante del Sujeto que transita por esos dispositivos.
Pandemia/ Estado
Dado que la Pandemia mostró a nivel global la necesidad de que los Estados asumieran el enorme e ingobernable problema sanitario y económico que se desató con la irrupción del virus, como modo de sostener las condiciones mínimas de existencia de la población y en particular de los sectores más vulnerables, el debate acerca del lugar de los Estados volvió a cobrar centralidad.
En las diversas respuestas generadas en pandemia, se evidenció que la democracia se ha vuelto una categoría mucho más vulnerable aún de lo que ya estábamos anoticiados, y que se la puede vulnerar a cada paso, se la puede avasallar ante todos los dispositivos que se ponen en marcha en su nombre, haciendo surgir la insatisfacción y la desconfianza de los/as ciudadanos/as en relación al Estado, de un modo metonímico.
El discurso neoliberal sostiene la premisa de exclusión del Estado como productor de respuestas, dado que lo rechaza por inservible e ineficiente, a pesar de la constatación de que si todavía estamos vivos/as, es porque hubieron Estados que intervinieron a través de las Políticas del cuidado haciendo frente a lo que significó la pandemia, mientras que otros Estados también considerados “democráticos” en términos formales pero con políticas de corte netamente neoliberales, generaron respuestas que solo pueden ser identificadas como Políticas de excepción.
Traducción de la demanda
En la actualidad el concepto de “insatisfacción democrática” ha tomado relevancia, o podríamos decir “resignificación”. Su definición formal refiere a “aquello que genera la falta de respuesta por parte de los Estados Nacionales, a las distintas demandas de la sociedad”. Está claro que si hay insatisfacción es porque hay demanda, pero ¿quién lee esa demanda? ¿cómo se responde a ella siendo tan indeterminada? ¿hace falta algo más?
En un estudio reciente realizado en la República Dominicana, se midió la insatisfacción democrática de ese país en un 80% y es probable que ese porcentaje sea similar en cualquier país de América Latina. Otros estudios, del mismo tenor tecnocrático, que apuntan a medir esa satisfacción en relación a gobiernos en América Latina, establecen que hay en la región una disminución de la confianza con la democracia en general y los “expertos” advierten de los “riesgos” que eso implica en la medida que pueden “aumentar las acciones sociales que no se atienen a las normas democráticas”. (Estallidos sociales, marchas de protesta, cortes de ruta, etc?).
Por su parte, en Argentina, las cifras de inflación, desocupación y pobreza -entre otras cuestiones que asolan- son extremadamente preocupantes en la actualidad y podríamos servirnos de las mismas, para establecer ¿qué tipo de análisis?.
El concepto en cuestión es interesante para pensar en qué contexto se puede aplicar y bajo qué discurso se aloja. Así como fue tomado por PNUD (ONU) para medir y explicar cuáles son los factores que la determinan -basándose en baremos e índices estadísticos- , quizás tengamos que restringir esa categoría a las mediciones o traducciones nomencladas para la producción de políticas públicas que se constituyan en herramientas de los Estados ante las necesidades de la sociedad, siempre y cuando no perdamos de vista que para que el Estado haga de traductor de esa satisfacción o insatisfacción, hace falta algo más que las mediciones. Hace falta que exista una suerte de transferencia recíproca de confianza que otorgue a un gobierno la autoridad política y ética de responder a las demandas, a la vez que la autorización para regular el malestar[2]. Sobre este asunto se expresó la vice-presidenta de Argentina, en una conferencia magistral hace pocos días atrás, cuando dijo: “Hay dirigentes que se parecen a sus pueblos”[3]. Si bien esta definición puede resultar enigmática, abre una orientación más precisa que el mero discurso técnico.
Cuando hablamos del registro satisfacción-insatisfacción, no podemos dejar de lado las implicancias del Sujeto del enunciado y del Sujeto de la enunciación. Si invertimos la fórmula, se abren nuevas vías mucho más interesantes ¿Qué gobierno puede ser escuchado por su pueblo? ¿Qué lugar encarna un gobierno? ¿En qué texto se escribe su política y sus respuestas?
Estado responsable/ Justicia
Luego de haber transitado –a comienzos de los 2000, durante el kirchnerismo y por más de una década- por la experiencia inédita de dirigir el Primer Centro estatal de Asistencia en torno a lo que llamo “gestionar el dolor” –provocado por las violaciones de derechos humanos- y de haber presenciado el derrumbe ético en materia de ética democrática que posteriormente intentó el macrismo; considero que un gobierno democrático es aquel que produce respuestas responsables y se ocupa de pensar una política sobre las marcas del dolor social. Las políticas neoliberales “a secas” han dado sobradas muestras de la insistencia en provocar y profundizar ese dolor, encarnando incluso su negacionismo y la crueldad absoluta, en todos sus rostros. Pero las cicatrices (como llamaba Freud a lo que resta de un duelo, las marcas de lo que cae) juegan su partida en toda política pública, que a diferencia de lo que logra sintomatizarse, requiere de un tratamiento posible.
Mi práctica en este campo y más precisamente en el cruce de la salud mental, el psicoanálisis y los derechos humanos, erigida en Política de Estado, en el interior del Poder Ejecutivo, me obligaron a analizar muy seriamente las implicancias de cada una de estas formas y las precisiones que requieren las políticas de Estado, sobre todo cuando éstas se fundan “desde” y se introducen “en” el ombligo de la crueldad estatal. Máxime cuando se institucionalizan desde la intersección del Poder Judicial (discurso jurídico), con el Sujeto dividido por el lenguaje, en el microdispositivo que funcionó como traductor del dolor generado por el propio Estado contra sus ciudadanos/as, luego de haber provocado el nudo de terror más traumático de las últimas décadas.
Sin el “Todos somos iguales ante la ley” (precepto fundacional de la democracia) no podemos vivir, a su vez sabemos que eso no existe como tal, sin más. No todos somos iguales ante la ley y ante eso la revuelta de los cuerpos, cada vez, abre un intersticio en el muro de la desigualdad. La desigualdad no es heterogeneidad. Y no es lo mismo que decir que sin la heterogeneidad, no hay igualdad. Ser iguales antes la ley en la diferencia, es el fundamento de los derechos humanos. Por eso los registros de satisfacción /insatisfacción no pueden soltarse de esta lógica.
En los años de gestión pública se jugó la responsabilidad de leer cómo se aloja e inscribe el exceso de dolor en los/as ciudadanos/as, dentro de un organismo público, cómo se produce una política que regule el sufrimiento indimensionable en esa heterogeneidad para poder incluirlo (un tratamiento posible) , donde muchos sujetos llegan al Estado afirmando que no se sienten representados por ese discurso. Un discurso que en principio debería ser habilitante de una cadena simbólica que inscriba y cobre valor de igualdad.
Muchas veces circulan por los intersticios institucionales, frases tales como “La ley no está hecha para nosotros”. “No encajamos en ella”. “No cumplimos ningún requisito y en todo caso siempre se vendrá contra nosotros/as”. Y dado que esas frases las escuché circular en el interior del Ministerio de Justicia -donde estaba radicado el Centro de asistencia, y también por eso hablamos de lo inédito- y considerando que esa experiencia, en una gran medida, estuvo inserta en los procesos judiciales contra el terrorismo de Estado, en pleno terreno del discurso penal, estas preguntas se tornaron cruciales. ¿cómo y con qué responder? ¿a qué se puede responder sin ofender ese dolor que no tiene medida y requiere de un tratamiento?
Insatisfacción/ Inadecuación
Quizás aquí valga apelar a un concepto que atiende a otra dimensión que la satisfacción/insatisfacción: la inadecuación. Las respuestas estatales siempre son inadecuadas, y no hay proporción en la relación entre el Estado y los/as ciudadanos/as. En particular, en la experiencia de pensar un lazo posible entre el Estado y las víctimas de Estado, es donde encuentro un universo -reducido, pero muy determinante- para analizar la especificidad de este problema para pensar desde allí, los bordes imprecisos de la categoría Pueblo.
¿El pueblo es un significante que se representa para otro significante?¿El pueblo es aquel que confía en su gobierno para que hable en su nombre?¿cómo se sostiene eso?¿Qué proporción es la que se puede satisfacer ante las demandas del Pueblo? ¿Las demandas sociales son lo mismo que las demandas del Pueblo?
Quienes a partir de su historia de resistencia al régimen dictatorial, se constituyeron -en términos estatales- en las víctimas de Estado, pueden representar sin lugar a dudas, al Sujeto Político comprometido en la lucha contra la opresión y la desigualdad, al Sujeto que emana del campo de los derechos humanos. Ahora bien, ¿ese Sujeto es el Pueblo? ó podemos extremar el interrogante y pensar si ¿la Víctima Estatal es el Sujeto Político que representa al Pueblo de modo autológico? ¿Podríamos hacer esa ecuación?
Sebastián Barros en el encuentro anterior de este mismo Ciclo, marcaba en torno a la pregunta sobre ¿cuál es el pueblo del populismo? que lo Popular, es el anverso de la totalidad estructurada y que antes que pensar en términos de inclusión/expulsión (adonde decir “afuera” es decir afuera, sin decir mucho más) Foucault pensó en el anverso de los dispositivos como una fuerza centrífuga creada por el mismo dispositivo, pero que al mismo tiempo resiste a la significación.
Por su parte, Jorge Alemán en El porvenir del inconsciente[4], dice: “La renuncia impuesta por la lógica del “para todos” deja siempre un “resto pulsional” que se incrusta como una mancha heterogénea en los dispositivos simbólicos”. Allí, tomando a Freud recupera alguna de sus advertencias, indicando que “La renuncia que la civilización impone, está contaminada por la pulsión que quiere domeñar, el resto infiltra la Ley y el autismo de la pulsión se disfraza entonces de ley, norma, reglamento, para ejercer su satisfacción escondida y paradójica”. Por ello Freud –señala el autor citado- que no dejó ninguna indicación sobre cuál sería la civilización más adecuada para tratar al “resto pulsional”, formuló sin embargo algunas advertencias, entre ellas:
Cuanto más se exige a cada uno estar por encima de sus posibilidades (en cuanto a renuncia a lo pulsional se refiere) más hipocresía e impostura impregnarán al tejido social. Freud, por este motivo, nunca se fascinó demasiado por la utopía ilustrada del proyecto de emancipación, pues el resto pulsional, constituía un serio obstáculo para soñar con “Hombres Nuevos y Comienzos Absolutos” (op.cit.)
En el texto, Alemán señala que “En la época del discurso capitalista, poder y política no se recubren, aunque sea siempre necesario efectuar el semblante del control político sobre el rizoma capitalista”
En ese mismo sentido, ahora tomando a Lacan cuando formaliza al discurso capitalista, nos encontramos con que se trata de una torsión del discurso del amo donde se juega un rechazo de la verdad y que con esta teorización trató de pensar la creación de un nuevo discurso (pseudo-discurso) que permita pensar el lazo social en la época[5].
Así en su Conferencia de Milán, del 72, Lacan señaló: “no digo que el discurso capitalista sea feo, al contrario es algo locamente astuto, pero destinado a estallar. Es después de todo lo más astuto que se ha hecho como discurso. Pero es insostenible. Es insostenible… en un truco que podría explicarles… porque el discurso capitalista es ahí, ustedes lo ven..(indica la fórmula) una pequeña inversión simplemente entre el S 1 y el S….. que es el sujeto… es suficiente para que esto marche sobre ruedas, no puede marchar mejor, pero justamente marcha demasiado rápido, se consuma tan bien que se consume.[6]”·
Lo destinado a estallar
Con estas precisiones y el artificio de los discursos construido por Lacan para un tratamiento posible del sinsentido del goce, incluso de su improductividad, volvamos a la cuestión que podemos llamar “Percepción de satisfacción”. Desde la lógica de los discursos, la satisfacción es lo que se liga al punto ilimitado de la circularidad del pseudo-discurso capitalista, enloquecedor y sin corte; a la satisfacción pulsional, a la reintroducción del goce.
Desde ese minúsculo dispositivo dentro del Estado -mencionado más arriba-, intentábamos hacer existir -instituir- y “hacer consistir” lo que se allí se jugaba, como en muy pocos lugares, como es el impacto del daño que el Estado puede provocar a sus ciudadanos/as convirtiéndolos/as en una categoría, tan ríspida e inaprensible como inadecuada para un Sujeto Político, pero a su vez sacralizada (o repudiada), cargada profundamente de significación, como es la categoría de víctima, más precisamente “víctima de Estado”, con todo un universo nosológico que la acompaña, la rodea y la aplasta como he desarrollado en textos anteriores[7]. Es la condición paradojal que la envuelve, la que la hace tan interpelante y sólida. Hemos entrado luego del nazismo, en lo que muchos/as autores/as han llamado “la era de las víctimas” a la que le corresponde también “la era del testimonio” y agregaría “la era de las nosologías ligadas a las maquinarias mortíferas estatales”.
Ante esta figura victimal que llamo del “exceso” (de sentido y de goce), retornan con insistencia las interpelaciones que sugerimos ¿Hay proporción? ¿Existe un modo de dar con la medida para que se constituya una respuesta que esté a la altura? ¿Hay traducción? ¿Se repara lo dañado si hay proporción? ¿O el no-todo existe para tirar de esa cuerda y dimensionar aquello que excede, que se sale del sentido, como lo verdaderamente determinante? ¿Es lo que encaja o lo que no encaja, lo que hace posible la traducción política de un daño que el Estado está compelido a reparar? En mi experiencia clínica dentro y fuera del Estado, pude escuchar y confrontarme con que aquello que no encaja, es lo que habilita el surgimiento de un Sujeto distinto a la Víctima, que puede o no coincidir con el Sujeto Político. Porque acaso el psicoanálisis ¿no está frente a un Sujeto Político cuando emerge el Sujeto del inconsciente? Es político porque surge con la fuerza determinante e interpelante de lo que inaugura un nuevo lugar para quien habla y se deja tocar por sus dichos ¿Por qué incluímos al psicoanálisis en esto? Porque limitar la satisfacción del goce –goce en términos lacanianos- es en gran medida la intervención que le cabe a los/as representantes de un Estado frente a las víctimas, cuando pretenden asumir las consecuencias del dolor en sus ciudadanos/as. Si todo entra en la demanda ilimitada que ordena satisfacer lo mismo que enloquece y si el Sujeto es hablado por esa voz áfona, que empuja a lo ilimitado del dolor, también se actualiza en esa deriva sin freno lo que intenta acallarse. Es más sencillo responder que escuchar. Es verdad que hace falta prestar atención a esto, ya que la sutileza de la lengua con la que intentamos bordear este delicado punto, excluye generalizaciones que podrían igualar estos interrogantes con aquellos que emanan de otros discursos que descartan al Sujeto. La operación de pérdida de satisfacción en la demanda ilimitada, es el único reducto con el que contamos para dignificar los derechos y exigencias de las víctimas de Estado, es decir, introducir un corte que haga posible hablar y exigir en nombre del Sujeto y no solo en nombre de la Víctima. Aquí cabe la diferenciación entre Sujeto y Subjetividad (agrego, de la víctima) que desarrolla Alemán[8] en gran parte de su obra, tomando a Lacan.
La letra que escribe la medida del daño, sin traducirlo
Considerando que en América Latina las democracias (sobre todo en el cono sur), se consolidaron a partir de una gran herencia de totalitarismos, y que es en la década del 80 cuando renacen las democracias de modo más generalizado en nuestros países, podemos pensar que paradójicamente las mismas se consolidan en el contexto de los neoliberalismos que las condicionaron ya de entrada e impactaron de modo directo en las diversas formas que tomaron las letras de la ley. Bajo esta perspectiva, diversas leyes tradujeron las violaciones de derechos humanos en una cuantificación monetaria para dar lugar a las denominadas leyes reparatorias con una impronta pecuniaria y domeñada por la lógica del mercado.
En nuestro país, en los 80 con el retorno a la democracia, se fundó el discurso ético que puso en la centralidad de la escena política el derecho a la vida. El ex Presidente Alfonsín, con un discurso humanista intentó restituír algo de ese derecho que se había perdido en las mazmorras que impusieron “los dueños de la vida y de la muerte”, los criminales de Estado. Allí se pasó de la ecuación ESTADO= MUERTE, a la ecuación ESTADO= VIDA, en la medida que era el Estado el que podía introducir un freno al terror diseminado por todo el país, y una garantía que amparara de algún modo a los y las ciudadanos/as garantizando el derecho a la vida.
Ese retorno a la vida, “la primavera democrática” donde podíamos respirar una suerte de unidad en la heterogeneidad, fue un momento sublime en nuestra sociedad, ya casi nadie lo recuerda pero para quienes en ese momento éramos muy jóvenes, fue un despertar muy potente, salíamos de la oscuridad compacta y descubríamos que existía la vida en comunidad. Muchos/as nos enterábamos recién allí de qué se trataba eso, solo lo conocíamos por relatos de generaciones anteriores y quizás hoy, retroactivamente, podemos preguntarnos si ¿aquel fue un instante de articulación de Pueblo? en la medida que todos/as salíamos de un dolor y un silencio extremadamente traumático que nos enlazaba en la heterogeneidad. Había que reconstruír el Pudor. Esa frontera estaba devastada. Nos mirábamos extrañados/as, para intentar reconocernos en cierta locura que rondaba el lazo social. Transitar las ruinas de los lazos estallados, fundaron un deseo de lo por venir sostenido en el NUNCA MAS.
Ya en los años 90, en la década menemista, el neoliberalismo se apoderó nuevamente de nuestras vidas y de nuestras muertes, desplegando un espectáculo de miseria y desocupación agobiante. En ese contexto, las leyes que surgieron al interior del propio Estado (como mencionábamos más arriba) para inscribir el modo de reparar (responder) a las víctimas de Estado, se derivaron de las cuentas que sacó el gobierno en ese momento, frente a la demanda multimillonaria de reclamos ante la Corte Interamericana de DDHH, producto de las violaciones cometidas durante el Estado de Excepción. Esas leyes intentaron regular los pedidos que se multiplicaban, poniendo un obstáculo ante las demandas, por la vía menos visible: los intersticios de la ley. Imponiendo exigencias incumplibles, hablando otra lengua que la que hablaban las/os sobrevivientes y sus familiares, configurando un escenario absolutamente exterior al que se había producido en nuestro país durante los años 70. Así, una persona que había estado secuestrada en un CCD[9] debía presentar ante el Estado, en el sin fin de recovecos administrativos y estériles, el certificado de ese secuestro clandestino; una persona que había sufrido daños físicos y/o psicológicos, producto de esos hechos, debía demostrar el nexo causal con circuitos de pruebas imposibles basados en los manuales de psiquiatría como si las consecuencias de los circuitos concentracionarios, tomaran la forma de una enfermedad mental ; o demostrar que un daño físico provocado varias décadas atrás tenía la nitidez de las marcas recientes en el cuerpo; una persona que no había declarado la presencia de niños/as en el allanamiento de su vivienda para protegerlos, tenía que demostrar que habían estado presentes sino no contaban ante la ley; una persona que había nacido en cautiverio de modo clandestino en un CCD, debía presentar un certificado de nacimiento[10]. Y así la sucesión de pruebas imposibles que de entrada acotaban en una gran medida, el universo de víctimas reconocidas por el Estado para el ingreso administrativo en esos circuitos. Casi podríamos decir que eran muy pocas las personas que quedaban dentro de ese universo. Pero además, la perspectiva que sobrevolaba sobre todas las letras de esas leyes era la de poner del lado de las víctimas la sospecha. Sospecha de pretender cobrar dinero de fondos públicos, intentando hacer pasar al Estado aquello que no contaba con las pruebas exigidas.
Se era víctima (Sujeto de derecho en este ámbito específico) solo si se podía mostrar todo aquello con lo que no contaba. Esa es para mí la definición de la política de memoria y reparación del menemismo y lo podríamos hacer extensivo a todos los países neoliberales encarnados por gobiernos que no están interesados en “soportar” el padecimiento de sus ciudadanos. Olvidar y cobrar -solo si había pruebas imposibles- fue el lema implícito por aquellos años, y por supuesto todo esto en el marco del empuje al olvido.
A ello sobrevino toda una etapa de cancelación de las vías de justicia y de verdad, como la sanción de las leyes de Punto Final (del año 86), Obediencia Debida (del año 87), junto a la consagración del olvido como podemos llamar a los Decretos de indulto menemistas (del 89 y 90).
¿Hay traducción?
En 2003 la historia comienza a re-escribirse. Asume el gobierno Néstor Kirchner en un contexto desolador. Ese mismo año se sanciona la Nulidad de las dos leyes (Obediencia Debida y Punto Final) y posteriormente se declara la nulidad de los indultos (2006). Con ello se generan las condiciones para la reapertura de los juicios, esta vez orales, con sanciones penales y con tribunales ordinarios.
El acto del 24 de marzo del 2004[11] en las puertas de la Escuela de Mecánica de la Armada, se constituyó en el acontecimiento político más trascendental que marcó un antes y un después en nuestro país, inaugurando un nuevo sitio para las víctimas, para el relato y para la política estatal. No sin antes asumir el duelo que todo ello implicaba. El duelo interdicto, tuvo su lugar para poder hablar en una nueva lengua.
Fue el instante de ver; donde aquellas marcas de los 80, retornaban para abrocharse a la pregunta que no había sido alojada ¿había sido allí que nos habíamos constituído como Pueblo? ¿Ahora era ese momento? ¿Ó había sido cuando las derivas del neoliberalismo menemista-delarruista hicieron volar todo por el aire y emergió el 2001 como significante de lucha que parecía articular las demandas populares históricas?
Por esos años menemistas, trabajábamos en instituciones públicas de salud y nos preguntábamos con los/as pocos/as colegas psicoanalistas que circulábamos por allí, ¿si se podía confundir al Sujeto arrasado por el neoliberalismo con el Sujeto del inconsciente? ¿Qué restaba de esa operación? A quienes escuchábamos eran personas arrasadas por la desocupación y el hambre y en las entrevistas del sistema público, no se escuchaba otra cosa. El arrasamiento subjetivo era lo único que había. ¿Esa era la única clave para escuchar? ¿Adónde nos conducía todo aquello? En esa desolación no había fisuras. Todo estaba tomado por la mudez que provoca el secuestro del futuro. Sin embargo el Sujeto del deseo insistía, si había sitio para escuchar, porque no coincidía absolutamente con el Sujeto domeñado por el poder arrasante. Aunque tampoco parecía emerger ningún Pueblo ante este límite.
Chile, pueblo y sujeto dañado
Una pequeña viñeta de una experiencia en 2019. Para volver a la categoría Pueblo, tenemos una experiencia más acá en el tiempo y un poco más allá en las fronteras: Chile ¿Podemos leer retroactivamente como Pueblo el instante de irrupción en octubre del 2019? Allí parecieron articularse a posteriori, las demandas que en los 3 meses de estallido persistente parecían no tener un claro destino político. ¿La convención constituyente significa que se alcanzó ese estatuto? ¿O la institucionalidad política resultante de las últimas elecciones[12] muestran que la insatisfacción –con el nuevo gobierno- tardó menos en llegar que la indignación?
Chile es un excelente dispositivo para pensar el problema de la respuesta estatal a las víctimas, ya que por esos días junto a algunos/as colegas del Seminario Latinoamericano que coordino desde TeCMe[13]-con docentes de diversos países del cono sur que intervenimos en la aplicación de políticas públicas en el terreno de lo reparatorio-, tuvimos la oportunidad de supervisar y acompañar clínicamente algunas de las intervenciones de jóvenes psicólogos/as que asistieron en las calles a la multitud de víctimas que arrojó ese proceso de lucha donde veíamos que ese “despertar” requería profundas lecturas. La participación social (sobre todo de los jóvenes) parecía estar referida a la posibilidad de constituirse en un sujeto político que “despierta” para asumir las consecuencias de los legados de la generación anterior.
¿De qué modo ese despertar podía leerse desde la consigna política “Chile despertó”? ¿Qué causas lo habían llevado a dormirse luego de los episodios de los ’70? Hay discursos que adormecen y otros que despiertan[14]. ¿Tendrá algo que ver con esta metáfora del sujeto dormido, el hecho de que Chile atravesó por un proceso de justicia por los delitos de Estado, con poco impacto simbólico y muy poca participación social, que hubiera permitido involucrar a las nuevas generaciones, en el proceso de memoria y verdad como nudo central del legado de lucha? Si ese proceso de Justicia hubiera permitido constituir un nuevo sujeto político, ¿podría haber generado otras condiciones para que el retorno de los significantes de los años ’70 y los que se sucedieron durante la transición y los gobiernos neoliberales, estuvieran mediados por otras formas de resistencia?¿ O que no implicaran necesariamente esa resonancia sacrificial que los padres y madres de esos/as jóvenes, por esos días, referían con tanto temor?
Frente a lo que se jugaba en octubre, en las calles de Chile, el Estado no respondió con las estructuras organizadas para tal fin, como es el PRAIS (Programa de Reparación y Atención Integral de Salud) que se institucionalizó en los 90 -de hecho fue el primer país de la región que tuvo un programa de salud integral como política de reparación simbólica en respuesta a las demandas de las víctimas de Estado-,sin embargo la respuesta del gobierno de ese momento, también “democrático” y estrictamente neoliberal, fue meramente administrativa: “el programa fue creado para las víctimas comprendidas entre tal año y tal año” y estas víctimas de Estado, producto del estallido, quedaban afuera, de modo que nadie las podía asistir, a pesar de que hubiera cupo para hacerlo dentro de las áreas gubernamentales específicas. De modo que las /os jóvenes “psi” se organizaron para asistirlos/as y acompañarlos/as en las calles, exponiéndose, a merced de lo que ocurriera, como vimos por esos días con estupor. Podríamos decir que el Estado respondió a esas demandas de modo administrativo y desde su propia definición de “víctima de Estado”.
En ese sentido y atendiendo a la cuestión de la importancia entre el sujeto del enunciado y el de la enunciación, para distinguir la insatisfacción de la inadecuación del no-todo, siempre me orientó la observación de Jorge Alemán cuando marcó algunas diferencias en el terreno de las respuestas estatales: “el Kirchnerismo fue una experiencia contrahegemónica al interior del neoliberalismo”; y nosotros podemos afirmar que lo contrahegemónico estuvo determinado por aquello que el discurso sostiene en la diferencia, en lo heterogéneo, en lo que produce del lazo, en lo que de frontera tiene. Ó “litoral”, para tomar a Lacan cuando marca en Lituraterre[15] que “la frontera ciertamente, al separar dos territorios, los simboliza como mismos para quien la franquea, que tienen común medida. Bastaría quizá, que de la escritura sacáramos otro partido distinto que de tribuna o de tribunal, para que allí se jueguen otras palabras para hacernos su tributo”. El ejemplo de Chile y el contrapunto con Argentina, resultan importantes para leer las respuestas estatales en ese sentido y organizar la pregunta acerca de ¿qué lugar encarna un gobierno para su pueblo? ¿qué se espera de él? y ¿qué pueblo puede escribirse en las políticas por venir, cuando un gobierno se deja escuchar?
Entonces, se trata de seguir sosteniendo una escritura que no cesa, dado que el Pueblo es siempre un significante en suspenso. Lo que lo determina es que siempre está por venir aún cuando llegue. He allí la tela de su constitución deseante. Recordemos de qué modo termina Alemán su libro Ideología[16] “al fin y al cabo, no desear el tiempo siempre interminable de la emancipación, sería a mi juicio, como no desear”.
Adjuntamos comentario sobre este texto, realizado por Lidia Ferrari en el siguiente enlace: https://lacaneman.hypotheses.org/2981
[1] Parte de este texto fue presentado el 19/5/2022 en el Ciclo ¿Qué pueblo para la política por venir? organizado por el Ateneo Alejandro Groppo del Programa de investigación Subjetividades políticas en la época del discurso capitalista, de la Universidad Nacional de Villa María (Córdoba), coordinado por Mercedes Barros, Jorge Foa Torres, Virginia Morales, Natalia Magrin, Lucía Budassi, Agustín Ambroggio.
[2] Valga como ejemplo para pensar el riesgo de una indiferenciación sobre este concepto, la inaudita intervención que realizó Carlos Rosenkrantz, Ministro de la Corte Suprema de Justicia de Argentina, en la Univ de Chile, hace pocas semanas atrás, cuando en su conferencia magistral “Justicia, Derecho y Populismo en Latinoamérica” espetó que “no puede haber un derecho detrás de cada necesidad”: http://derecho.uchile.cl/noticias/186910/carlos-rosenkrantz-dicta-conferencia-en-inauguracion-de-ano-academico
[3] Fernández, Cristina, “Estado, poder y sociedad: La insatisfacción democrática”. Conferencia Magistral en la entrega del título Honoris Causa en Chaco: https://www.pagina12.com.ar/420107-discurso-completo-de-cristina-kirchner-estado-poder-y-socied
[4] Alemán, J. El provenir del inconsciente, Ed Grama, 2006.
[5] Al respecto recomiendo el texto de Jorge Foa Torres , Juan Manuel Reynares, publicado en esta misma revista https://lacaneman.hypotheses.org/1930
[6] Disertación de Jacques Lacan el 12 de mayo de 1972 en la Universidad de Milán, titulada “Del discurso psicoanalítico”
[7] Al respecto, puede consultarse Rousseaux, F, “¿Existe una clínica de la izquierda lacaniana?” https://lacaneman.hypotheses.org/2614 , y otros textos en https://tecmered.com/
[8] Alemán, J, http://www.revistavirtualia.com/storage/articulos/pdf/dnnc586noArNBR76HHp4r1w6vC8dDjea8AHm4nFl.pdf
[9] Centro Clandestino de Detención
[10] Cabe destacar que si bien esta Ley 25.914 recién se promulga en 2004, la arquitectura jurídica empleada por el menemismo, sentó las bases estructurales de todas las leyes reparatorias en argentina.
[11] Ese día el Presidente de la Nación, tomó la palabra en el acto conmemorativo por el 24 de Marzo y frente a una multitud pidió “perdón en nombre del Estado”. Horas antes, en el Colegio Militar donde se forman de cadetes del Ejército, en su carácter de Comandante en Jefe de las Fuerzas Armadas, había hecho bajar los cuadros que reivindicaban a los Comandantes responsables de los crímenes de Estado. Su acto estuvo acompañado de una palabra simbólica y contundente en ese contexto: “Proceda”.
[12] Allí asume Gabriel Boric.
[13] Asociación Civil Territorios Clínicos de la Memoria
[14] Al respecto, Lacan en la Conferencia de Milán, dice: “Hacer la revolución, yo pienso que a pesar de todo, ustedes que están ahí y a quienes yo me dirijo ustedes deben haber comprendido lo que eso significa. Que eso significa volver al punto de partida. Es porque ustedes perciben que está demostrado históricamente: a saber que no hay discurso del amo más guacho [vache] que en el lugar donde se hace la revolución” (Lacan, 1972). Me parece aguda esa frase por la potencia que emerge del discurso amo, es decir del inconsciente. En Dunker, C, El discurso del capitalista: espectros de Marx en Milán, 2021.
[15] Lacan, J; Lituraterre. Publicado originalmente en la revista Littérature, nº 3, 1971.
[16] Alemán, J, Ideología. Nosotras en la época. La época en nosotros, Ed Ned, 2021, España
[1]Psicoanalista. Dirige TeCMe (Argentina)