Este artículo forma parte del libro Acompañamiento a testigos y querellantes en el marco de los juicios contra el terrorismo de Estado. Estrategias de intervención y fue publicado por la Secretaría de Derechos Humanos del Ministerio de Justicia, Seguridad y Derechos Humanos de la Nación en enero de 2008 y su segunda edición en mayo de 2010.
Por Fabiana Rousseaux
Para poder pensar teóricamente la problemática de las víctimas del terrorismo de Estado, aun en el campo de la clínica, fue necesario contar con una herramienta teórica que es el concepto de «terror de Estado», ya que el terror de Estado no es cualquier forma de violencia. El libro de Eduardo L. Duhalde, El Estado terrorista argentino[1], fue un aporte imprescindible para comprender los mecanismos desplegados en la implantación del terrorismo de Estado en la Argentina, ya que «No se trata sólo ya del Estado militarmente ocupado, asaltado por su brazo militar, donde la coerción ha reemplazado a las decisiones democráticas y donde el autoritarismo se configura en el manejo discrecional del aparato del Estado y en la abrogación de los derechos y libertades de los ciudadanos. Por el contrario, implica un cambio cualitativo y profundo en la propia concepción del Estado, una nueva forma de ‘estado de excepción'». Esa implementación sistemática fue pensada para generar efectos de allí en adelante.
Por otra parte, el terrorismo de Estado no es sólo algo que ocurrió sino algo que ocurre –a través de sus consecuencias– en la medida en que aquello ocurrido sigue pulsando en lo actual bajo diversas manifestaciones sintomáticas.
En ese sentido, desde el doble lugar de profesionales de la salud mental y representantes de la Secretaría de Derechos Humanos, venimos pensando los modos de incidencias posibles en las políticas públicas a partir de nuestro recorrido, y nos preocupa aportar al Estado nuestra experiencia en estos temas.
El testimonio como acto del sujeto. Transponer lo íntimo
En los procesos de decisión que se abren para afrontar el acto del testimonio detectamos que, en muchos casos, se provocan situaciones que desestabilizan la estructura familiar de quien testimonia, y donde además retornan el terror y la parálisis.
El intento de proteger al familiar o compañero que va a testimoniar hace que se profundicen las contradicciones respecto de esta decisión. Muchas veces el testigo debe enfrentar una situación tremendamente compleja en su entorno familiar y en algunos casos incluso el reproche de «volver a poner en riesgo a la familia».
Por otra parte, la exigencia moral del testimonio, el «deber», se torna un aspecto complejo, en la medida en que se deja de lado la dimensión de «derecho» que este significa. Es decir que se trata de un derecho. Plantearlo en términos de deber no hace más que agudizar la revictimización de quien porta en su cuerpo una verdad que en algunos casos no se puede transponer al plano de lo público por la magnitud y por la profundidad de la marca.
Pensamos que la instalación de un lugar «tercero», de un marco legal aportado por el Estado, este Estado, no sólo pone un coto a la decisión en soledad, sino que además aporta un marco simbólico sobre el cual otorgar un sentido diferente a ese testimonio: la eficacia de cierta protección institucional justamente allí donde se habían arrasado todas las protecciones y violado todos los derechos.
No hay mejores testimonios y peores, hay personas que cuentan lo que vivieron y las causas de esta decisión son subjetivas. Por eso insistimos en armar dispositivos que contemplen la particularidad de cada caso, la especificidad, porque no podemos anticipar los efectos de hablar en un dispositivo testimonial.
Los profesionales de la salud mental sabemos que no podemos hacer entrar en el entramado judicial aquello que entendemos es la prueba más contundente de las secuelas vividas por quien testimonia, que es la imposibilidad de hablar acerca de eso, y otros síntomas que se ponen en evidencia. Porque no puede obviarse la instancia probatoria, y lo probatorio está vinculado a demostrar la objetividad de los hechos, cosa que deja por fuera la dimensión que eso tuvo para quien debe relatar lo vivido. Ese es uno de los dilemas de este campo.
Nos encontramos con personas que llegan a esta secretaría desde muy diversos lugares y desde muy diversas posiciones respecto del acto que implica ejercer el derecho de dar testimonio. En ese sentido sostenemos que nuestra función comienza ya en ese momento en que nos disponemos a escuchar a ese sujeto. No podemos escuchar desde cualquier lugar ni en cualquier circunstancia. Lo reparatorio se instituye en lo que denominamos «el tratamiento del testimonio» al estilo de lo que Loïc Wacquant plantea como la denegación organizada de justicia, si la sanción penal es menos del orden de un castigo moral que del tratamiento que reciben durante todo el proceso judicial quienes se presentan.
Dice Giorgio Agamben en su libro Lo que queda de Auschwitz: «recoger la palabra secreta, escuchar lo no testimoniado, ahí nace toda escritura, toda palabra como testimonio».
Dar testimonio es en cierto modo escribir un texto, en el cual nos encontraremos siempre con un resto inenarrable para escribir y para transmitir. Al dar testimonio, el sujeto reescribe su historia, la reinventa.
Pero veamos de qué hablamos cuando decimos testimonio, ya que este comprende una divergencia estructural en la cual se hace necesario detenerse, ya que de lo que se trata es del desencuentro entre los hechos y la verdad que toca la intimidad de ese sujeto.
Cuando contamos algo, debemos poder realizar una operación de olvido, olvidar algo para poder recordar algo. El olvido se convierte entonces en trabajo de la memoria, como en Funes el memorioso, que, al recordarlo todo, terminó careciendo de memoria, no sabiendo que recordar ni que olvidar.
Quien da testimonio lo hace sobre una verdad, y esto es lo que da a su palabra consistencia. Sin embargo, lo que estamos planteando, tomando las reflexiones de Giorgio Agamben, es que el testimonio vale en lo esencial por lo que falta, contiene en su centro algo que es intestimoniable. Esta función de la falta se torna esencial para la producción del recuerdo.
En la memoria apelamos a un desciframiento, no hay en ella la presencia completa de lo vivido. No se trata entonces de un simple juego dicotómico entre la memoria y el olvido, sino de un trabajo de ficción y de escritura.
Y es en este sentido que la memoria se vuelve acto del sujeto, porque es a partir del encuentro con lo indecible que el sujeto produce nuevas significaciones.
Tampoco se trata, en los procesos de memoria, de la repetición de lo ya sabido; ese no es estrictamente su estatuto. Hablamos de la irrupción de un recuerdo de algo que paradójicamente es no-sabido, y nos estamos refiriendo a las significaciones que se abren al tomar la palabra. Ese registro particular que se presenta en el sujeto, precisamente como desconocimiento, es el punto de cruce entre lo íntimo y lo extimo[2] del sujeto que testimonia.
En un campo de concentración, una de las razones que pueden impulsar a un detenido a sobrevivir es poder convertirse en testigo de lo ocurrido.
En el libro citado, Agamben plantea que si Auschwitz produce una nueva ética, es porque ya no se presenta sólo como campo de la muerte sino como el lugar en donde los contornos entre lo humano y lo inhumano se confunden. «Las categorías morales y éticas conocidas se presentan como insuficientes y aparece el testimonio como una nueva tierra ética, el no-lugar donde todas las barreras entre las disciplinas se arruinan y todos los diques se desbordan.»
Foucault, al plantear que las dos formas principales de organización del poder sobre la vida desarrollados desde el siglo XVII son la anatomopolítica del cuerpo humano (cuerpo como máquina, su utilidad y su docilidad para su integración en los sistemas de control eficaces y económicos), y la biopolítica de la población (siglo XVIII, cuerpo-especie, mecánica de lo viviente como soporte a los procesos biológicos, intervenciones y controles reguladores), propone que el poder ya no define su más alta función en el empuje a matar sino como invasión entera del cuerpo del viviente.
El Estado nazi es el paradigma del biopoder absoluto, donde el poder de hacer vivir, esa intervención radical sobre los cuerpos, se entrelaza con el poder de hacer morir, experiencia extrema que en Argentina se vio representada en toda su magnitud en esa invención argentina sin precedentes en la historia, dada la particularidad que ha tenido el hecho de montar maternidades clandestinas en los centros clandestinos de detención (CCD), específicamente, para que las mujeres embarazadas, secuestradas y sometidas a todo tipo de vejaciones, continúen con su embarazo con el solo fin de hacerlas parir en condiciones infrahumanas para luego apropiarse de sus bebes. La criminalidad implícita en este delito atroz ha llegado al punto de que quienes ejercieron tortura sobre los cuerpos de mujeres embarazadas –con la consecuente tortura de los bebés que llevaban en sus vientres–, se han apropiado de esos niños y niñas con la pretensión de constituirse luego en sus padres. ¿Cuál es entonces el punto en el que se discierne lo humano de lo no-humano?
A partir de que en la Argentina la responsabilidad se tradujo en obediencia, se consolidó la matriz ideológica que dio lugar a todos los modos de la impunidad.
Dar testimonio, entonces, es hablar de aquello que hemos atravesado, no para decirlo todo sino para hacer intervenir una intimidad en el espacio público, intimidad que no es otra cosa que ese resto desconocido del sujeto.
Sujeto del testimonio / Sujeto que habla
Hay un campo de intersección entre el sujeto del testimonio y el sujeto que habla. Esta articulación podemos pensarla entre el discurso jurídico y el del testimonio como terreno ético.
Por lo tanto podemos plantear que entran en juego dos modos de legalidad: la legalidad jurídica y la del sujeto que habla, y donde se manifiestan al menos dos modos de recordar: relatar los hechos con objetividad ante el juez, y contar lo vivido y encontrarse con sus respectivas consecuencias.
El discurso jurídico, fuertemente instalado y legitimado desde el ideal de igualdad, abre la dimensión de un supuesto sujeto de derecho que, al describir los hechos en un proceso judicial y en su calidad de testigo que relata, debe ejercer el plano de lo demostrable y lo probatorio en todo momento, sin entrar en detalles que puedan confundir o correr el eje de la lógica que el juez quiere consolidar. En este sentido, la metáfora del grabador, empleada por Graciela Daleo[3], es interesante en tanto el «off/on» serían los tiempos que marcan el relato dejando por fuera a quien habla.
Desde el punto de vista del Sujeto que habla veremos que, al testimoniar, la verdad en la cual se apoya para poder realizar un relato de lo vivido por él y ningún otro, no es la misma verdad que persigue el juez. Siempre existe una divergencia en este sentido. Divergencia necesaria, porque lo que se pone en juego al hablar y volver a transitar por el horror de lo vivido toca una memoria corporal, y una memoria compleja que tiene efectos en el cuerpo. La reiteración mecánica del aparato judicial deja por fuera al sujeto que testimonia.
Sin embargo, debemos decir que el Otro jurídico tiene una función constituyente en la subjetividad, por lo tanto es preciso diferenciar la función de la ley como ordenadora de la subjetividad, de la función que encarnan las leyes del Estado.
Al tomar la palabra, el sujeto del testimonio se erige en un nuevo sujeto. Citando a Graciela Daleo: «Si me preguntas si yo siempre me siento libre te diría que no. Después de haber salido de la ESMA creo que empecé a sentirme libre cuando públicamente pude testimoniar ante alguien y pude dar algún paso para cuestionar lo que estaba pasando en Argentina».
En un sentido estrictamente psicoanalítico, lo traumático es aquello que retorna y está ligado a la repetición, y no tiene tanto que ver con el hecho traumático en sí, sino con la imposibilidad de nombrarlo. La abundante bibliografía referida a este aspecto en torno a los sucesos de la Shoa da cuenta de este mecanismo límite de lo humano. En el mismo sentido Primo Levi, en Los hundidos y los salvados, escribe: «los recuerdos quedaron grabados en forma de película desenfocada y frenética, llena de ruido y de furia, y carente de significado, un ajetreo de personajes sin nombre ni rostro sumergidos en un continuo y ensordecedor ruido de fondo del que no afloraba la palabra humana. Una película en blanco y negro, sonora pero no hablada». Podríamos decir que se trata de una letra, pero fuera del lenguaje.
Hay una imposibilidad de traducción de la vivencia al lenguaje, sobre todo frente a las experiencias que son incomprensibles por ser límites. Para quien queda con vida, el sentido de esa verdad se constituye en indescifrable, la única operatoria posible será la renuncia a su traducción literal. Hay en juego, entonces, un desciframiento. Dicen los sobrevivientes: «¿quién podría contar (e inocular) el terror en cada habitante? El relato del horror debía quedar en boca de un puñado de sobrevivientes, que enteraran a la sociedad de lo que le sucedía a las personas que, de pronto, dejaban de ir al trabajo, al colegio, a su propia casa. Un relato del horror aterrorizado y aterrorizante… el mandato represivo para nosotros fue ‘aterroricen'»[4].
Como en el medioevo, la lógica del escarmiento fue central en la política del terror, cuya eficacia estuvo centrada en la clandestinización del crimen, a condición de «dar a ver» ese poder de aterrorizar.
Tal como plantea Rufino Almeidaó, «sobrevivir» y «volver a la vida», no se tratan de la misma cosa. Hace falta ubicar una operación más, aparte del mero hecho de la sobrevivencia, para poder transitar cierto retorno a la vida luego de esta experiencia límite.
Desde la Secretaría de Derechos Humanos planteamos que «acompañar» es una función fundamental en las políticas públicas reparatorias de Estado, ya que colabora en habilitar un espacio de confiabilidad para que el testigo produzca ese acto de palabra en relación a la Memoria, la Verdad y la Justicia.
Las consecuencias en las generaciones futuras por la repercusión de la magnitud del trauma vivido ya han sido transmitidas por la experiencia europea, que nos trae antecedentes sobre los efectos que perduran en el tiempo y de qué manera se transmiten transgeneracionalmente, en especial en aquellas sociedades que han inducido a sus familias al silencio sin asumir las responsabilidades colectivas de la memoria.
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[1] Duhalde, Eduardo Luis, El Estado terrorista argentino. Quince años despuès, una mirada crìtica. Ed. Eudeba, Buenos Aires, 1999.
[2] Jacques Lacan propuso el concepto de lo extimo, referido a un lugar exterior-interior: se funda en la idea de que lo íntimo es el Otro, viene de afuera.
[3] Sobreviviente de la ESMA.
[4] Ver sitio web de la Asociación de Ex Detenidos-Desaparecidos (AEDD)