Por Sara Méndez*
No es fácil hablar de este tema. Muy pocas veces he hablado de ese aspecto que ustedes quieren que toque: la maternidad. He dicho decenas de veces –a veces me parece que millares de veces– de cómo llegaron a mi casa, de que Simón tenía sólo 20 días, de los años de búsqueda, de sus secuestradores. Pero muy pocas veces, sólo muy pocas veces he hablado de que Simón también tuvo un montón de batitas que fueron regalos de amigos, de familiares y hasta que algunas de ellas tenían el carácter de préstamo; que tuvo un moisés y sábanas bordadas por su madre y como todos los niños que son esperados, largamente esperados, un montón de diálogos ya iniciados.
A veces pienso que fueron los años de cárcel; la imposibilidad de volcar en un medio donde todos tenían su cuota parte de pesares que llevar, más pesar y uno tan especial en un medio de mujeres. Porque allí no se podía mostrar heridas, porque en ellas los represores echaban sal y había que resistir. Quizás –también– porque a veces se tiene miedo de llegar hasta el fondo del dolor; por eso y quién sabe por cuánto más… luego no es fácil sacar todas esas pesadas tapas de defensa así nomás. Ello significa un proceso, y aún estamos en la difícil etapa de la denuncia, del reclamo, del hacer que se haga justicia.
Recuerdo las dudas, los temores, los tremendos temores que tenía y a veces lo conversábamos con compañeras y compañeros militantes. Tener un hijo no podía ser un hecho fortuito y tampoco –por qué diablos– algo tan meditado y calculado. ¿Miles de seres no tienen un hijo porque sí, porque ellos son fruto del amor de un hombre y una mujer? ¿Por qué su destino debía ser algo tan premeditado, acaso los pobres son unos inconscientes cuando traen sus hijos al mundo? O los pueblos que están en guerra, ¿acaso no tienen hijos? Y Vietnam era el ejemplo. Sin embargo se necesitaba una madurez, una convicción real en lo que se estaba y por qué se estaba. Por eso Simón nació cuando yo tenía 32 años. Luego entendí que era el tiempo de madurez de mis convicciones. Lo vivido me lo iba a demostrar muy duramente.
Han pasado 10 años desde que Simón nació. Hoy, en el lugar donde se encuentre, con el rostro que tenga, Simón es un ser que nació de padres que lo quisieron mucho, que tiene un montón de diálogos inconclusos, pero que es él. Simón es todo eso con sus 10 años vividos junto a quienes –quizás– lo tienen como una posesión, como algo querido, pero como una posesión, un trofeo o simplemente la posesión de un niño que no pudieron tener.
Ustedes me piden que hable de la maternidad… quizás lo más importante que pueda decirles es que mirar a un niño me sigue siendo hoy, de los hechos más felices que puedo vivir.
* Sara Méndez nació en Montevideo en 1944. Realizó estudios de magisterio y psicología social. Comenzó su militancia gremial y política en la Federación Anarquista Uruguaya y en la Resistencia Obrero Estudiantil. A partir del golpe de Estado se exilia en Argentina, donde es secuestrada en 1976 en un operativo conjunto de fuerzas represivas uruguayas y argentinas. Fue fundadora del Partido por la Victoria del Pueblo. Estuvo prisionera en «Automotores Orletti» antes de ser trasladada clandestinamente a Uruguay. Su hijo Simón fue secuestrado a los 20 días de edad. Lo recupera luego de una larga lucha de 26 años. Estuvo cinco años presa en Uruguay durante la dictadura. Después de ser liberada desempeñó una intensa actividad de denuncia en diversos países. Está casada con Raúl Olivera. Este testimonio fue publicado en Cotidiano Mujer https://cotidia nomujer.org.uy/sitio/