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Brasil: Bolsovirus y Coronavirus

By 22 marzo, 2021julio 28th, 2021No Comments

Vera Vital Brasil [1]

 

¿Cuál será el devenir de las subjetividades sometidas al miedo al contagio y la muerte, sin un sistema sanitario que dé respuestas, y bajo un gobierno que se militariza cada vez más e incita a ignorar una pandemia que llega a todos los rincones del planeta?

 

En el contexto que vivimos, en que un virus envía una nueva alerta al mundo sobre el modo en que los seres humanos se relacionan con la naturaleza, cabe pensar en los procesos de subjetivación en un escenario pandémico. Se trata de una crisis planetaria que pone en jaque el modelo de la civilización y expone la vulnerabilidad de las sociedades. El virus nos impone que pensemos la humanidad y las formas de vida; echa por tierra la idea de estabilidad al anunciar el carácter provisorio de las existencias y el funcionamiento social.

Las noticias de la grave enfermedad y la devastación de vidas en China y Europa han penetrado en nuestro universo latinoamericano cotidiano. ¿Qué efectos ha producido en nuestra subjetividad? En este momento de perplejidades e incertidumbres sin precedentes, vale la pena preguntarse sobre las producciones subjetivas: ¿cómo percibimos, sentimos, pensamos y actuamos hoy en día en este escenario en el que los Estados están llamados a tomar medidas urgentes para proteger la vida, cuando la amenaza de la enfermedad y la muerte está en el aire, rodeándonos? ¿Qué sucederá después de que se haya controlado la ola pandémica que siega vidas humanas, expone las limitaciones de los sistemas de salud pública y abate profundamente la producción económica en el mundo? ¿Cómo se abordarán las políticas de Derechos Humanos en el mundo posterior a la pandemia?

Desde hace unos meses, el coronavirus afecta al mundo por su velocidad de contaminación y por la gravedad de la dificultad respiratoria que provoca. Se manifiesta abruptamente. Exige una atención hospitalaria adecuada. Tiene una alta tasa de mortalidad. En poco tiempo ya ha llegado a todos los continentes, sin que haya respuestas terapéuticas consistentes ni una vacuna como medida preventiva. Solo nos basamos en medidas de aislamiento y distanciamiento social, la única estrategia para contener la propagación masiva, experimentada con éxito en varios países. Así, cuando la Organización Mundial de la Salud la anunció, la pandemia puso en escena la urgencia de que los Estados nacionales adoptaran medidas para contener la vertiginosa propagación del virus que se transmite en una proporción mucho mayor que otros virus. Siguiendo las orientaciones de la OMS, la cuarentena y el aislamiento social fueron entonces las medidas adoptadas para reducir su irradiación, ahorrar vidas y prevenir el colapso de los sistemas de salud pública. Concomitantemente con esta iniciativa, desarrollar esfuerzos en pruebas y atención médico-hospitalaria especializada para afrontar un largo período de permanencia, que no tiene fecha fija de finalización.

 

Bajo el terror del virus, el terror de volver a la dictadura

La llegada del virus afecta a todo el planeta, ilumina las formas de gestión gubernamental, las condiciones de vida de las poblaciones, las formas de vida. Expone, bajo cuarentena, la exuberancia de la naturaleza, libre de interferencias depredadoras.

En el contexto de la pandemia y comparado con otros países latinoamericanos, Brasil vive de una manera particular y sin precedentes este momento histórico. Un país con 210 millones de habitantes, inmerso en una profunda desigualdad económica y social, experimenta la pandemia con un pandemonio gubernamental, generado por un presidente que atormenta al mundo con sus pronunciamientos intrascendentes y actitudes inapropiadas.

Elegido en 2018 en condiciones anómalas, en las que el principal competidor, el ex presidente Lula da Silva, fue apartado arbitrariamente del proceso electoral y condenado a prisión sin pruebas, y con una campaña de amplia difusión de noticias que demonizaban al Partido de los Trabajadores, el candidato Bolsonaro, respaldado por la élite financiera y empresarial con apoyo militar y policial, no participó en los debates ni expuso su proyecto político. Su incapacidad para asumir el más alto cargo ejecutivo fue disimulada y oscurecida, y la población, capturada por noticias falsas diseminadas a través de la estrategia de guerra híbrida –un nuevo modo de dominio político a través de las tecnologías actuales–, le otorgó la mayoría de los votos.

A partir de 2019 comienza la gestión de un presidente cuya trayectoria como agresor de los derechos humanos se expresó durante sus 27 años de actividad parlamentaria, con el agravante de que utilizó su mandato exclusivamente para honrar a torturadores y milicianos[2] y en no pocas ocasiones alzó la voz para alabar el golpe militar, al que caracterizó como movimiento en “defensa de la democracia”. Sus declaraciones merecían que fuera sancionado y removido por faltar al decoro parlamentario, pero nada de eso sucedió. Refiriéndose a las víctimas, afirmó: “… en lugar de torturados durante la dictadura deberían haber sido muertos”. Entre muchos de quienes lo eligieron sus palabras se consideraron sin sentido y vacías, extemporáneas, aunque provocaron protestas entre aquellos que vivieron el período del terror estatal. En su equipo de gobierno se rodeó de religiosos fundamentalistas y militares. En un año de gestión, amplió la presencia militar en la estructura estatal, desmanteló numerosas políticas públicas de protección de los derechos humanos, los derechos laborales y la seguridad social; la autonomía de la política exterior brasileña ahora está sometida a Estados Unidos. Ha ampliado el derecho al uso de armas. Ha alentado la ocupación ilegal de tierras, la falsificación de títulos de propiedad y la minería en busca de piedras y metales preciosos en la Amazonía invadiendo las tierras indígenas. Y frecuentemente emite expresiones ofensivas y de desprecio contra los negros, los pueblos indígenas, las personas LGBT, las mujeres.

En este año 2020, en el marco de la pandemia, el Presidente ordenó al Ministerio de Defensa que el 31 de marzo se hicieran en los cuarteles ceremonias de homenaje al golpe militar, lesionando la Constitución de 1988, medida que fue posteriormente aprobada por el actual presidente de la Corte Suprema.

Su discurso, que niega la violencia de la dictadura, que confronta la ya consolidada historiografía sobre el período autoritario, en los tiempos actuales se amplía a la negación de la gravedad de la pandemia, tratándola como una simple gripe sin consecuencias mayores. Bajo presión social determinó la transferencia de la llamada renta básica a las poblaciones más vulnerables, desempleadas, que viven de su pan diario con trabajos esporádicos y eventuales. Demoró la entrega del apoyo económico, de valor irrisorio, y cuando este fue liberado provocó una enorme concentración de personas que se presentaron a cobrar la cuota mensual. El gobierno que esperaba asignar a 55 millones de habitantes ese apoyo –inferior a la mitad del salario mínimo–, se enfrenta a 70 millones de personas necesitadas.

En un momento en que la única orientación concreta para hacer frente a la pandemia es el aislamiento social, Bolsonaro lo ignora, circula por las calles y participa en manifestaciones. Si bien las directrices de los epidemiólogos y de la OMS son tenidas en cuenta por varios gobernadores y alcaldes, el Presidente produce en sus discursos y acciones el movimiento inverso, estimulando la desobediencia civil. Ante las diferentes y opuestas orientaciones de las autoridades, la propagación del virus toma cuerpo con la presencia de personas desprotegidas que circulan por las calles.

Cuando le preguntan sobre las tasas de contagio, el Presidente ofende y ataca a periodistas en conferencias de prensa. Se alineó con Estados Unidos para rechazar el apoyo a una resolución de la Asamblea General de las Naciones Unidas sobre un acuerdo de cooperación internacional contra el coronavirus. Despidió en plena pandemia a dos Ministros de Salud por haber adherido a las directrices de la OMS desde que comenzaron a aumentar los casos en el país y por oponerse al uso de la hidrocloroquina, tratamiento que según investigaciones no es indicado para Covid-19. Siguiendo los pasos de su líder, el presidente Trump, ignora y se burla de organismos internacionales como la ONU y la OEA.

Hoy Brasil se ha convertido en el epicentro de la pandemia en América Latina. El número de casos oficiales y muertes que se multiplica exponencialmente día a día revela parte de la tragedia anunciada. Sin equipos para atender satisfactoriamente a los pacientes y proteger a los profesionales de la salud, sin pruebas suficientes para testear a la población, las cifras presentadas por los medios de comunicación son parciales, no reales. Las ambulancias con pacientes que esperan vacantes en las camas de los hospitales permanecen a las puertas de los establecimientos. Las personas mueren en casa sin atención médica y sin que se notifique la causa mortis. En varios estados se han abierto fosas comunes, lo que evidencia que el número de muertes es significativamente mayor que el que se registra como producto del Covid-19. Los cementerios vuelven a exponer la tragedia de un Estado que oculta crímenes.

En muchos casos solo se indica (como causa mortis) “insuficiencia respiratoria”, en otros, “causa indeterminada”. Vale la pena recordar que familiares de los muertos y desaparecidos por razones políticas durante la dictadura brasileña buscaban allí a sus seres queridos; en el Brasil de los años 90 se encontraron pistas sobre desaparecidos políticos en un cementerio en San Pablo. Los cementerios vuelven a mostrar la realidad innoble de las prácticas de invisibilizar los cadáveres. Sin identificación y sin registros adecuados, en el contexto actual de la pandemia se repite un procedimiento dictatorial que se descubrió y que siguió ocurriendo en el período de la democracia, enmascarando no solo los datos sobre la propagación de la pandemia, sino también la actual necropolítica[3].

 

En la estrategia del terror, pistas: ¿un regreso a la dictadura?

La población brasileña, además de vivir con el terror de la pandemia, experimenta conmociones a diario producto de las medidas del gobierno. En las últimas semanas el Presidente ha circulado por barrios populares, tomando contacto físico con correligionarios, facilitando aglomeraciones y haciendo declaraciones que expresan su autoritarismo, falta de respeto a los afectados por Covid-19, a sus familias y a los profesionales de la salud de primera línea. Cuando los periodistas le señalan el aumento de muertes, responde: “¿Y qué?”. Trivializando la enfermedad y la muerte de tantas personas, ofende a los periodistas burlándose de sus preguntas y ordenándoles que se callen. Recientemente, ha participado en manifestaciones junto a sus adherentes a favor de la clausura del Congreso Nacional y la Corte Suprema, y reivindicativas de la dictadura y el Acto Institucional N° 5, que signó el período más duro y perverso del terror estatal.

Utilizando el método político de la negación de la dictadura, de la historia del país, de los conocimientos científicos en el momento en que se establece la tragedia de la pandemia, el Presidente no respeta la Carta Magna. Recientemente llegó a afirmar “la Constitución soy yo”. Atribuyéndose a sí mismo la figura simbólica del monarca/emperador, afirma su deseo de investirse de poder soberano. No tiene en cuenta los principios republicanos e indica a sus seguidores la intención de acelerar el cierre del proceso democrático en esta época de crisis pandémica. Con su presencia permanente en los medios de comunicación con actitudes grotescas, irreverentes, perversas y aparentemente locas, construye una narrativa de poder naturalizando el autoritarismo, la violencia, la tortura. Una narrativa que irradia a través de las redes sociales y penetra como verdad; asociada con noticias falsas que infunden odio estimula la violencia de sus seguidores contra los opositores.

Frente al Palacio de gobierno, en Brasilia, se ha instalado un campamento de milicianos armados, que siguen la línea de la desobediencia civil del presidente Bolsonaro. Aunque el Ministerio Público Fiscal denunció este hecho y pidió la retirada de los manifestantes, la Justicia rechazó el pedido. Recientemente, cuando la pandemia empeoró, recibió a un invitado “especial” en el Palacio Presidencial: Sebastiáo Curió, un torturador confeso que permanece impune, responsable del asesinato de políticos desaparecidos de la guerrilla de Araguaia, que fue premiado durante la dictadura con la jefatura de una zona de búsqueda y explotación de metales y piedras preciosas en el estado de Pará. Una afrenta a las familias de las víctimas del terrorismo de Estado en el pasado, un desprecio por las familias de las víctimas de Covid-19 en el presente. Este movimiento de desobediencia a los derechos constitucionales, generado por políticos de ultraderecha y dirigido por el Presidente, se viene haciendo en nombre de “democracia” y “pueblo”. El argumento que sostiene es la defensa de la economía del país y que el pueblo no puede dejar de trabajar porque “no tiene nada que comer”. Alega que el gobierno no tendría los recursos para continuar la transferencia de ingresos. Se hace evidente el interés de ampliar sus poderes y satisfacer la demanda de los empresarios afines, los invasores de tierras fiscales y de tierras de aborígenes despreciando el impacto de la pandemia sobre el sistema de salud y el número de muertos que esta produce.

 

¿Qué se genera como formas y modos de subjetivación en este contexto?

La perplejidad ante la instalación de una pandemia sin precedentes y sin previsión de control, produce un gran impacto en nuestros territorios existenciales. Los dos virus, el que provoca el Covid-19 y el de la crueldad del gobierno, que actúan a la máxima velocidad, uno por su propia naturaleza y el otro por su forma de gestión, cruzan la vida social produciendo efectos en las subjetividades.

Aunque se haya acentuado la condición de vulnerabilidad de los seres humanos frente a un agente desconocido, aunque se torne evidente la importancia de los sistemas de salud pública para una mayor protección de las sociedades, los intereses políticos se reorganizan y surgen nuevas tensiones. La confrontación de narrativas sobre la pandemia, su origen y control, ocupan los medios de comunicación dejando a los ciudadanos atónitos e indefensos. La gravedad, antes oscurecida, de las condiciones socioeconómicas en que viven sectores de la población se ilumina ahora, como la profunda desigualdad social que se revela en el enorme contingente de desempleados. El rostro de la realidad social y política está cambiando rápidamente y en esta confrontación se presentan nuevos protagonismos. La imagen pública del Presidente cambia de irreverente, grosera, loca, a la del asesino, genocida. Mata contradiciendo a la ciencia, recetando medicamentos de eficiencia no probada, lanzando a sus seguidores contra instituciones como el Congreso y la Corte Suprema. Mata a personas dejándolas sin salud y asistencia económica en una democracia que ya es tan frágil. Las formas de percepción del mundo, las producciones históricas y culturales, se están moldeando frente a una realidad aterradora, producen un profundo impacto, sin referencias en el pasado; se modifica nuestra vida cotidiana. A su vez, permite la creación de nuevos lazos, de nuevas producciones subjetivas. La existencia de otras epidemias y pandemias dejó marcas y legados en las sociedades, evidenciando las necesidades, alterando las relaciones. Y, en el período de seguimiento del proceso actual, en circunstancias desestabilizadoras de lo que hasta entonces era una cierta “normalidad”, la experiencia humana revela –además de la omisión del gobierno y la credulidad de los capturados por el fundamentalismo religioso– en este enfrentamiento el poder de la recreación de formas de vida.

La experiencia del confinamiento nos hace revisar nuestro lugar en el mundo y lo que deseamos. Más allá de la privación de libertad para circular por las calles, para estar con amigos y familiares, en los lugares de trabajo, la cuarentena nos permite estar en contacto con el sentido de humanidad que nos habita; muestra la dimensión colectiva de nuestra existencia, nos lleva a verificar la interdependencia en la protección de los unos y otros. Una experiencia que pone nuestra condición de seres sociales en escena: realza la relación del autocuidado e intensifica valores como la solidaridad. El virus nos impone la percepción de que estamos inexorablemente juntos y que nos conformamos como sujetos en la relación con el otro. Promueve la ruptura de la ilusión de aquellos que se perciben de manera individualista, centrados en sí mismos, separados de la dimensión colectiva, producción subjetiva intensificada por el neoliberalismo. Muestra que los seres humanos no estamos solos en el mundo, que la violencia contra la naturaleza y su devastación nos llevan a situaciones extremas, como la que estamos atravesando de una manera sin precedentes en esta pandemia.

Desde entonces, las relaciones humanas ya no se experimentan en persona, como era costumbre en todas las áreas del circuito humano, ya sea en las relaciones amorosas, la familia, el trabajo, el ocio, la amistad, etc. El contacto físico, una expresión afectiva de nuestra cultura, se ve obstaculizado por las circunstancias del contagio. Las comunicaciones ahora ganan fuerza, nuevas imágenes, nuevas formas, a través de tecnologías multimedia, de redes que se mejoran durante el aislamiento social. ¿Qué efectos en la subjetividad se producirán a raíz de estas formas de relación?

A su vez, el virus nos pone en contacto con una realidad inexorable: la del límite de control sobre la vida y la muerte. Produce la ruptura de las ilusiones que podrían existir sobre este control y sobre un posible retorno a la “normalidad” vivida hasta hace unos meses. ¿Habrá normalidad post-pandemia?

Bajo cuarentena se imponen enormes desafíos. El miedo a la enfermedad insidiosa desencadena inseguridad, temor, angustia, depresión, ira. Produce pesadillas, sospechas, acentúa los síntomas. La amenaza de la pérdida puebla el universo imaginario. Los conflictos familiares colocan a las mujeres y los niños en una posición de mayor vulnerabilidad. Mientras la violencia contra las mujeres tiene índices elevados, ¿cómo convivir con niños, cuya vida requiere actividades intensivas? Ante la amenaza del virus indetectable que se propaga rápidamente, el control de la limpieza de la casa, el cuidado de evitar la contaminación conducen al cansancio y al agotamiento físico: un trabajo psíquico excesivo frente a una amenaza invisible, y el esfuerzo por adaptarse a una realidad cuya finalización es impredecible.

Desde las diversas condiciones para afrontar la cuarentena, ya sea en soledad, o viviendo con familiares y/o amigos, la preocupación por la contaminación se impone asociada con la impotencia por la falta de una política de contención de la tragedia pandémica y por las medidas que el presidente impone para reducir los logros democráticos.

En esta imprevisibilidad a la que nos lanzan doblemente, ya sea por la presencia del virus, o por el perverso juego del gobierno actual, se presentan iniciativas de la sociedad civil. Las redes nacionales de movilización de recursos para la compra de equipos y cestas básicas ganan espacio en las redes sociales. Empresas y universidades públicas se lanzan a la producción de equipos e insumos; centros de investigación desarrollan pruebas de vacunas. Ante la ausencia de políticas estatales en defensa de la vida, la sociedad civil se moviliza para apoyar a los más vulnerables. Los movimientos de diversos matices en barrios marginales y barrios populares, asociados con organizaciones sociales guían a la población local para que tome medidas de protección. Junto con instituciones públicas, universidades y centros de investigación, toman la iniciativa de implementar la “cuarentena asistida”, centrándose en la atención de la salud y la seguridad alimentaria.

En un país en el que las políticas de memoria, verdad y la justicia sobre los períodos autoritarios fueron tardías y limitadas, al día de hoy prevalece la interpretación de la ley de amnistía que protege a los agentes del Estado que cometieron crímenes de lesa humanidad, algo que, sin duda, contribuyó al ascenso político de Bolsonaro. En este escenario pandémico hay una iniciativa que se destaca: la creación del proyecto de memoria “Los innumerables” (https://inumeraveis.com.br) que rescata de la condición de ser apenas números a las personas que vivían, eran amadas, y dejaron huellas.

Con el esfuerzo y la dedicación de muchos que percibieron, sintieron y comprendieron la gravedad de esta pandemia, en la confrontación de narrativas sobre nuestra historia, experimentamos nuevas formas de construir un presente en la convivencia con la imprevisibilidad. No sabemos cuál será el futuro de un país con un gobierno que, o se encuentra sin saber cómo afrontar la mayor crisis de salud del planeta o, en realidad, esta es su principal estrategia para imponer una dictadura compuesta por militares y milicianos.


*Este artículo fue publicado en El Puán Óptico, el 15 de mayo de 2020.


[1] Vera Vital Brasil es miembro del Equipo Clínico Político y del Foro de Reparación y Memoria, ambos de Río de Janeiro, y consultora externa de Territorios Clínicos de la Memoria, Argentina. Formó parte del Equipo Clínico del Grupo Tortura Nunca Mais de Río de Janeiro (1991- 2010); coordinó el Proyecto Clínicas de Testemunho do Rio de Janeiro, Ministerio de Justicia (2013-2015).

[2] Milicianos: nombre con que se conoce al moderno Escuadrón de la Muerte; se trata de parapoliciales que asesinan delincuentes vinculados al menudeo del tráfico de drogas, con acciones de toma de los centros de su distribución en algunas favelas, que pasan a ser explotados por ellos. También se ocupan del transporte irregular en los suburbios, y de conexiones de gas ilegales en las favelas. Muchos de sus miembros han integrado la Policía Militar.

[3] Véase Boletín de la CAAF, https://www.unifesp.br/reitoria/caaf/boletim-caaf-unifes

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