En el marco de este 24 de marzo de 2020, día de la Memoria, en la que recordamos el 44 aniversario de la implantación de la última dictadura genocida. Hoy, en un país donde estamos recuperando la democracia una vez más, sostenemos que las marcas de horror que siguen presentes pueden ser leídas a la luz de los nuevos procesos y sujetos que se constituyen en ese proceso de Memoria, Verdad y Justicia . Nunca Más.
Cristina Toro
La invención del inconsciente introduce una nueva dimensión política del sujeto, que no puede estar orientada sino por una ética.
El malestar incurable, que surge de lo traumático del encuentro con lalengua, nos permite distinguir lo que sí es curable del síntoma, y establecer las coordenadas en las que éste se instituye. O sea, allí donde se pone en juego una decisión, un acto que supone una elección sin garantías, pero con consecuencias.
El inconsciente en su fundamento último es la condición contingente que se le impone a la existencia. Lo real disloca la realidad y aparece en la forma de trauma, de pesadilla o de lo siniestro de la irrupción de la voz o de la mirada. Esta dislocación ética y política se comprueba en nuestra praxis.
Así, la contingencia permite una suspensión transitoria de la imposibilidad, en ella lo real aparece en su cualidad singular y fuera de sentido, fuera de todo saber ya sabido, para así lograr algo nuevo que pueda ser acogido y tener consecuencias en la vida de un sujeto, en tanto pueda acceder a un decir que sea la causa portadora de su deseo.
El psicoanálisis ofrece como dispositivo de cura una estrategia que es la transferencia, lugar en que el analista hace presente a un Otro que puede responder, ofreciendo las coordenadas para que un decir, tras los dichos, sea escuchado.
Para argumentar esta presentación, que versará sobre el testimonio que realiza la ex hija de un represor muy conocido en argentina, condenado por crímenes de lesa humanidad. Fue el Director General de Investigaciones, responsable de 21 centros clandestinos de detención durante la última dictadura militar en mi país.
Apela a la Justicia para solicitar la supresión y la sustitución de su apellido paterno (en sus palabras “no le permito más ser mi padre”). No se trata de no reconocer su identidad biológica, se trata de no consentir sostener con su persona un apellido que remite automáticamente a horrorosos hechos. Mediante un proceso de análisis, la sujeto decide desligarse del significante de la nominación originaria de filiación, lo que le permite un cambio radical en su vida, en sus palabras “asumirse en una subjetividad en la que reconoce como propia”. Su análisis personal le permite transformar la aflicción y el dolor, en una decisión.
En su testimonio, comenta que requiere pasar por el proceso de apelar a la Justicia, que es aceptado por “justos motivos”. A pesar de su deseo decidido, esto causa cierta conmoción en ella, porque la Justicia, en tanto representante del Otro, enmarca estos justos motivos en el hecho de que se trata de un genocida y no de un mal padre. Los jueces escucharon la auténtica dimensión de esa petición. Fue necesario, para proceder a una nueva inscripción simbólica, pero M. señala con énfasis el punto de real que toca su decisión, la potencia de su acto está en la decisión, que es sin Otro, aunque sostenida en el Otro finalmente, ya que necesita de la desvinculación simbólica de un nombre, pero que como ella dice, decisión que no tiene que ver “ni con su madurez ni su superación del miedo”, sino porque vía su tratamiento psicoanalítico, puede hacer con su deseo, acto. Acto que se sostiene en su deseo, pero requiere un pasaje de inscripción, por la ley.
La angustia fue la orientación que se observa en su testimonio, y que trabajada en transferencia, le permite una salida vía esta separación del apellido paterno. No es la ley la garantía, sino el acto. Adviene así la posibilidad en la imposibilidad, en un movimiento que ella llama de des afiliación y que la lleva a filiarse al apellido materno.
Y “decir que no”, es lo que le permite subjetivarse de otra manera, lo que implica construirse una identidad, cuyo pivote señala que fue el encuentro con una psicoanalista, allí se encuentra con lo que sabía sin saberlo y es que su progenitor habitaba una función que nunca ocupó.
Vivir un largo período de la infancia con sus abuelos maternos le permite abrazar lo que estima es su verdadera filiación. “Si no fuera por ellos y mi madre, otro hubiera sido mi destino”, dice refiriéndose puntualmente a lo subjetivo de la estructura.
El apellido que llevaba es una marca de identificación con el período más trágico que ha vivido nuestro país, y conlleva metonímicamente el recuerdo de hechos aberrantes, del que no acepta inscribirse como heredera.
Por ello, reclama un derecho a la identidad que no es resultado de una identificación, esta última tiene otros alcances diferentes. Una identidad devenida del acto.
Se nombra entonces, si se remite al apellido paterno, como ex hija, ya que fue el apellido del padre, un apellido que tuvo que “soportar”, y que no le permitió tener y llevar a cabo su propia vida, se refiere a sus elecciones.
Su decisión no fue un salto al vacío, sino que fue una decisión que le permitió vivir lo propio.
El atravesamiento de su fantasma tiene que ver con la mirada. Dice de su ex padre: “E. te sostiene la mirada, para soltarte… su mirada te deja caer”, eso pasó con sus víctimas, pero al elaborar en la transferencia las situaciones de la infancia, entiende que esto ocurrió desde siempre en el ámbito familiar, muy duro por cierto. Fue una niña solitaria que se refugiaba en la lectura, ya que el modo de vida que se le imponía era no estar más de un año en un mismo colegio, no podría generar afectos, ni construir amistades, por el escaso tiempo que pasaba en ellas, y porque le estaba literalmente prohibido.
Al iniciar su proceso de desafiliación (le llama excripción), nada fue calculado previamente, pero este cálculo se hizo en otro lado que los psicoanalistas llamamos inconsciente y fue lo que le permitió un nuevo posicionamiento, del cual la sujeto toma conciencia retroactivamente.
Los genocidios provocados en la historia de la humanidad han dado muestras de que las huellas del dolor en el tejido social son duraderas y no cesan ni aún con la recuperación de los procesos democráticos y Argentina estuvo y está atravesada por esas marcas hasta hoy.
Lo que en el marco de un análisis encontramos como una temporalidad que se torna lógica y no cronológica.
Si tratamos de responder a la pregunta que inició esta comunicación, apoyándonos en los dichos conclusivos de M., y la satisfacción con la que asume su nueva posición, entendemos que esto es posible.
* Este trabajo fue presentado en la X Cita Internacional de los Foros del Campo Lacaniano. Barcelona (septiembre de 2018).