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LA RE-VINCULACIÓN COMO PROBLEMÁTICA DEL PROCESO DE REAPARICIÓN DE LOS SOBREVIVIENTES DE LOS CENTROS CLANDESTINOS DE DETENCIÓN EN BUENOS AIRES

By 20 febrero, 2018marzo 23rd, 2018No Comments

LA RE-VINCULACIÓN COMO PROBLEMÁTICA DEL PROCESO DE REAPARICIÓN DE LOS SOBREVIVIENTES DE LOS CENTROS CLANDESTINOS DE DETENCIÓN EN BUENOS AIRES*

 The re-linking as problematic of reappareance process of clandestine detention centers survivors in Buenos Aires

 Por Cristian Rama**

 

Resumen

Atravesados por los dispositivos de violencia material y simbólica producidos por la última dictadura, los sobrevivientes de los centros clandestinos de detención (CCD) que se quedaron en el país debieron volver a vincularse una vez afuera con personas que, en distintos niveles, también los padecían. En el marco de lo que denomino proceso de reaparición, que trabajo actualmente en una tesis doctoral, estos protagonistas afrontaron una serie de problemáticas individuales y sociales, muchas de ellas producidas durante la re-vinculación. En el presente artículo intentaré mostrar y analizar, cómo las prácticas represivas de la dictadura influenciaron en estas experiencias haciendo hincapié en el nivel de represión y en el grado de ruptura de los lazos sociales. El resultado de éstas, parecería estar ligado al aislamiento que logró el aparato represivo en relación al sobreviviente y en eso es clave observar los efectos en los círculos sociales con los que se relacionaron.

Palabras clave: sobrevivientes-proceso de reaparición-re-vinculación- represión

 

1.   Introducción

Al salir de los Centro Clandestinos de Detención (CCD) los sobrevivientes vivieron lo que denomino proceso de reaparición, temática central de la tesis doctoral que actualmente desarrollo. Con este concepto intento pensar cuestiones inscriptas a partir de la salida, siempre ligadas a las experiencias previas. En el contexto de sus desapariciones y luego en el de sus reapariciones, debieron afrontar los efectos que la represión estatal generó en ellos, que llevaban en sus cuerpos y sus psiquis, como también los que experimentaron los distintos círculos sociales en los que irían retomando vínculos (familia, vecinos, amigos, conocidos, compañeros de espacios de sociabilidad, de militancia política, de trabajo, empleados y funcionarios de instituciones estatales y privadas, etc.).

La re-vinculación es una de las cuestiones clave a la hora de pensar la forma en la que abordaron estos procesos, sobre todo en relación a la elaboración. En el presente trabajo intentaré analizar, cómo los efectos de la represión, y de ellos el terror, influenciaron en esas experiencias, haciendo hincapié en el grado de afectación del proceso represivo sobre la subjetividad del sobreviviente y en las rupturas que generó en los lazos sociales. La forma de la construcción y reconstrucción de los vínculos, una vez afuera, es uno de los ejes más importantes a la hora de pensar la relación que tuvieron estos sujetos con sus propias historias luego del salir de los CCD.

Tomaré historias de personas que vivieron el proceso de reaparición en el país. Considero que el reconstruir sus vidas en el mismo territorio gobernado por la dictadura que los desapareció hace que estas experiencias contengan aristas distintivas a la de otros sobrevivientes, por ejemplo a las de exiliados, quienes vivieron procesos con sus propias particularidades[1]. El análisis del medio en el que reaparecen sería una clave a la hora de analizar las variables y los matices de cada una de ellas.

Será necesario también pensar las diferencias temporales en relación a cuándo y cómo comenzaron a re-vincularse. En general, quienes iniciaron el proceso de reaparición en los primeros años de la dictadura se habrían encontrado con mayores niveles de aislamiento, ya que los antiguos lazos sociales ligados a la militancia política fueron o estaban siendo cercenados por la represión en la fase más intensa, produciendo la mayor cantidad de desaparecidos y de exiliados. En cambio, hacia su ocaso, sobre todo después de la derrota de Malvinas, con los espacios ganados por el heterogéneo arco de sectores opositores a la dictadura, y a comienzos del periodo democrático, algunos se fueron reencontrando con compañeros que estuvieron en el exilio o que salían de prisión. De todas maneras, propongo el análisis en una temporalidad flexible, ya que si bien el proceso de reaparición comienza durante años de dictadura, sus problemáticas se extienden en el tiempo, algunas hasta el presente.

Para llevar adelante esta tarea, cuento con un corpus de entrevistas y testimonios de sobrevivientes de los CDD brindados en distintas épocas ante diversas instituciones. Aparecerán en el texto algunas del archivo de Memoria Abierta (3); también testimonios en espacios judiciales (2); y, por último, entrevistas realizadas por cuenta propia entre el 2013 y el 2015 (6)[2]. A su vez, algunos de estos protagonistas han realizado escritos muy interesantes, en los que además del relato, produjeron importantes reflexiones[3].

Los entrevistados reflejan diversas pertenencias: Montoneros, Juventud Peronista (JP); Juventud Guevarista (JG) y Partido Revolucionario de los Trabajadores (PRT); y Vanguardia Comunista (VC); también aparecerán en el artículo personas que no tuvieron compromiso político en términos de militancia durante los años ‘70, aunque son la minoría. Dentro de las organizaciones mencionadas las actividades también eran heterogéneas, ya que desarrollaban tareas en lo territorial, barriales, en frentes gremiales y estudiantiles. De todas maneras, a pesar de la diversidad de orígenes políticos, una característica común que presentan es que en algún momento de sus vidas estuvieron vinculados a la lucha en organizaciones de derechos humanos, muchos de ellos en la Asociación de Ex Detenidos Desaparecidos (AEDD).

En los últimos años, las investigaciones sobre la Historia Reciente como campo de estudios han renovado aportes y análisis. Conceptos, periodizaciones, estudios regionales, protagonistas que no habían recibido tanta atención en años previos, están siendo indagados. Ejemplos son los estudios sobre exilios, presas y presos políticos, géneros, la coordinación represiva a escala regional, los circuitos visibles e invisibles, la deconstrucción del Estado como un todo monolítico y coherente, el poder judicial, los sectores empresariales, y la infancia, por nombrar algunos[4].

Los sobrevivientes de los CCD no han sido estudiados en profundidad desde el ámbito académico por sus propias problemáticas, salvo escasas excepciones. Hay trabajos que los abordan en forma lateral[5] y otros que toman alguna temática específica[6], y esto es sintomático, ya que refleja una invisibilidad que han padecido a nivel social. Reflejo de estas ausencias es que ellos mismos han publicado “memorias” y reflexiones respecto de lo que les ocurrió, sobre todo desde fines de los 90[7].

Luego de la nulidad de las leyes de Punto Final y Obediencia Debida en el 2003, así como de los indultos, y más aún con la reapertura de los juicios y la promoción de políticas públicas desde el Estado, por lo menos hasta 2015, es notoria una mayor visibilidad y reconocimiento a nivel social respecto a los sobrevivientes. Esto estaría ligado a que nuevamente son figuras clave en los juicios, pero en un contexto totalmente distinto a los de aquellos que se llevaron a cabo durante los ‘80. En general, su pasado militante y su lugar como víctimas no fueron cuestionados[8]. En este contexto se produjo el acercamiento a los estrados judiciales de muchas personas que sufrieron la violencia de los CCD y que no habían declarado nunca, quedando expuestas varias de las problemáticas que debieron afrontar como desaparecidos y como sobrevivientes, así también, en forma indirecta, las dificultades que tuvieron durante tantos años para expresar lo vivido. De esta manera, en los últimos años han comenzado a producirse importantes producciones referidas específicamente a lo vivido por estas personas[9].

 

2. Sobre el proceso de reaparición y la re-vinculación

Ante la necesidad de pensar la particularidad de las experiencias de los sobrevivientes de los CCD surge el concepto proceso de reaparición. Este involucra toda una serie de problemáticas sociales e individuales, heterogéneas, pero con hilos en común ligados a lo vivido en esos espacios y a las marcas que dejó en sus cuerpos.

A través de la violencia, el aparato represor generó efectos sobre la subjetividad, por eso la vida post-CCD tiene una ligazón muy fuerte a lo vivido allí y a los efectos sociales de la represión. En este sentido, debe pensarse este proceso como el de la reconstrucción de una subjetividad dañada, siempre abierto, no lineal y relacional, lo que vuelve importante la reflexión respecto sobre los contextos y los discursos que atraviesan a esas biografías. Desde la forma en la que fueron “liberados”, pasando por las problemáticas de re- vinculación con personas también atravesadas por los efectos de la represión estatal (familia, vecindad, amigos, conocidos, compañeros de espacios de sociabilidad, de militancia política,  de trabajo,  empleados  y funcionarios  de instituciones estatales y privadas, etc.); la reestructuración del sustento material, sobre todo en aquellos casos que permanecieron mucho tiempo detenidos o que fueron dejados cesantes en sus lugares de trabajo; las rupturas y posibilidades que pudo generar la búsqueda de un hogar en otro sitio geográfico; los efectos para algunos de enfrentar situaciones de vigilancia y hostigamiento; la resignificación de la militancia y de la política; hasta cuestiones de elaboración ligadas al trauma individual y colectivo.

El concepto surge de las dificultades para poder nombrar lo que han padecido luego de reaparecer. Dejaron de ser desaparecidos, niegan ese estado, ya no se los puede llamar así. Por otro lado, las problemáticas que experimentaron no fueron las de una persona que ha sufrido otros tipos de encierro, como pueden ser las de aquellos y aquellas que estuvieron en situación de cárcel “legal”. Si bien hay sobrevivientes de los CCD que pasaron por penales al ser legalizados, la experiencia es otra a la del “preso político”[10]. Llevaron y llevan consigo marcas de una violencia única, que estarán presentes en mayor o menor medida en la sobrevida, en un tiempo de larga duración, algunos manifestándolas aún en la actualidad.

Dentro del marco del proceso de reaparición, la re-vinculación es un momento clave, porque en el armado o rearmado de relaciones hubo determinaciones en cuanto a la forma de abordar sus propias experiencias. De todas maneras, los testimonios con los que trabajo muestran heterogeneidad. En esto parecieran ser determinantes distintos aspectos constitutivos de la identidad rastreables en sus biografías: la familia; la clase; el género; los espacios de pertenencia social, político, gremial o cultural; el nivel de compromiso en la militancia, el lugar que ocupaban en esos espacios; las experiencias previas de represión, cuán afectados se venían por las persecuciones antes de “la caída”, el grado de afección de la subjetividad por la violencia de los dispositivos del Estado (sobre todo la clandestina), como también, y en paralelo, la producción y reproducción de los efectos de la represión en el tejido social donde se irían re-vinculando. La forma del armado y rearmado de los vínculos es nodal para el análisis de muchas de estas problemáticas.

 

3.   El proceso de re-vinculación

Susana militó en la JP desde el ‘73 al ‘75, allí conoció a Osvaldo, quien sería su pareja. Para la época del secuestro se encontraban “desenganchados”, viviendo en Haedo, aunque habían comenzado a retomar algunos contactos de los días de militancia. Ella estuvo desaparecida desde el 16 de junio al 16 de septiembre del ‘77, en el CCD el Vesubio, en situación de embarazo; su compañero fue “trasladado” al mes, permaneció desaparecido durante treinta y dos años, hasta que el Equipo Argentino de Antropología Forense (EAAF) identificó sus restos en el Cementerio de Avellaneda.

Al ser liberada, luego de tres meses de cautiverio, se sentía ajena, muy atemorizada, a la espera de noticias de Osvaldo y pronta a dar a luz a Juan Pablo. Decidió ir a la casa de su madre en la Ciudad de Buenos Aires, cerca del centro, necesitaba contención. Tenía terror de que la volvieran a secuestrar o de que le ocurriera lo mismo a algún familiar, por eso luego del nacimiento de su hijo fue a vivir Córdoba por unos meses, allí pensaba encontrar tranquilidad. Al tiempo regresó, vendió la casa de Haedo y se mudó al barrio de su mamá. A pesar de la contención, sentía el terror y eso afectaba lo cotidiano:

Me costó mucho. A Juan lo atendí, lo crié, no es que por mi estado lo dejaba, pero me costaba, tenía mucho miedo de que me lo saquen. Por la noche lo agarraba y me lo llevaba a la terraza porque pensaba que venían a buscarme, era una situación de locos, estaba perseguida, me sentía perseguida[11].

Esa sensación de miedo, de persecución, de sentirse vigilados, se dio en varios casos de sobrevivientes en este contexto de primeros años de dictadura. Fue uno de los efectos del terror, la sensación de volver a ser secuestrados y de que pudieran también afectar a la familia. La forma de abordarlo dependió de la persona, en esto las experiencias son heterogéneas, la respuesta dependió en gran medida de las condiciones subjetivas en las que se encontraba. Miguel[12], por ejemplo, sobreviviente del Club Atlético en el año ‘77, no se sentía aterrorizado a pesar de la percepción de vigilancia, de hecho, a los pocos días de salir con vida del CCD intentó hallar el lugar dónde había estado secuestrado, como así también reconectarse con compañeros del partido (PRT), algo que no logró hasta que viajó a Europa dos años después. En Miguel todavía primaba la reorganización política, la militancia, tenía miedos pero no lo paralizaban. En cambio, el testimonio de Susana expone lo contrario, la continuidad del terror y la desestructuración de una forma de vida en la que la militancia ya no era central.

En esas afecciones que Susana fue padeciendo tuvo un rol importante la desmoralización que implicó la percepción de la indiferencia de la sociedad en relación a lo que estaba pasando. El retorno con vida del CCD fue, según ella, de desolación, no podía entender qué era lo que estaba pasando y cómo socialmente no había reacción. En su recuerdo, manifiesta la impotencia de sentir que la población continuaba con una rutina a pesar de la manifiesta escalada represiva, lo que la impactaba y a la vez la desmoralizaba[13]:

Ver cómo seguía la vida después de haber estado ahí fue el impacto más fuerte. Es como que venía de otro mundo, no podía creer que nadie nos estuviera buscando públicamente, bueno, mi mamá, por supuesto; pero que nadie hablara de los desaparecidos (que en ese momento no se decía desaparecidos), de la gente que no estaba […], que la vida seguía igual, que el mundo seguía con todo esto, las chicas que dejé ahí… secuestradas, era un impacto muy fuerte […]. Yo estaba todavía allá[14].

El impacto de ver que había rutinas, mientras que sus compañeras y compañeros de cautiverio seguían allí, así lo creía, padeciendo la violencia del CCD, sumado al aislamiento en el que se encontraba, fue muy intenso, algo que actuó como un elemento desmoralizador más[15]. Si bien en la ciudad podía pasar desapercibida, dada la gran concentración  poblacional,  su  historia  y  la  de  las  y  los  compañeros  que      fueron secuestrados estaban siendo renegadas. En este contexto, no sentía confianza para denunciar:

Ese fue el peor momento. Me acuerdo de tener la necesidad de decir ‘yo me quiero volver’, yo pensaba eso, era como insoportable […]. Esa era la peor situación, cómo poder seguir viviendo sabiendo que estaban ahí, ¡y no poder decirlo!, no poder denunciarlo en ningún lado. Muy fuerte […]. No había nadie, los que habían sido mis compañeros se habían ido del país o estaban en el CCD; fue un quiebre por todos lados[16].

A pesar de la importante contención de su familia, la desestructuración la vivió en forma intensa y no había instituciones ni personas en las cuales sentir confianza. El testimonio manifiesta las dificultades para tramitar ese proceso, el terror, la sensación de soledad, de estar aislada. Sus compañeros y amigos no estaban, se habían ido al exilio o se encontraban detenidos, tampoco su pareja, y socialmente percibía esa gran indiferencia que mencionó.

Sobre la desconfianza, el sociólogo Daniel Feierstein plantea que fue uno de los efectos de lo que denomina “prácticas sociales genocidas”. Como producto del terror, actuó también en la desarticulación de las relaciones de reciprocidad y solidaridad:

La desconfianza resultó uno de los modos más eficaces de clausurar las relaciones de reciprocidad y solidaridad. No es posible construir una política crítica o contestataria desde la desconfianza, y de dicha imposibilidad da cuenta la absoluta desestructuración de las fuerzas contestatarias durante las décadas del ochenta y del noventa. Si no existe la posibilidad de confiar en el otro, pues sólo queda hacer la mía, la salida individual[17].

Y más adelante concluye el apartado, diciendo:

La secuencia que va ligando el horror con la parálisis, ésta con la desconfianza y por último la desconfianza con el encierro individual es una de las articulaciones fundamentales del genocidio con las políticas económicas, sociales y culturales desarrolladas en los siguientes veinte años.

Como se verá a continuación, la desconfianza se reflejó en distintos espacios sociales y eso tuvo consecuencias sobre las víctimas, pero como se viene exponiendo también afectó a la forma de construir los vínculos desde los propios sobrevivientes. Se pudo observar en el testimonio de Susana, dado el terror, la falta de compañeros y la percepción de indiferencia en los otros; pero también en el de Miguel, que recuerda que no confiaba en nadie. Estas desconfianzas, se tratará en otro apartado, fueron claves en el silenciamiento propio, lo que pudo tener consecuencias en la elaboración de la experiencia.

Durante el año ‘78, en el Vesubio, el aparato represor produjo otro tipo de liberaciones. El CCD iba a ser demolido, con lo que los represores debieron tomar decisiones sobre qué hacer con la gran cantidad de secuestrados, las opciones que accionaron finalmente fueron el asesinato o la liberación[18], entre ésta última el “blanqueo”[19]. Según la reconstrucción que hicieron los sobrevivientes organizados en la Comisión de homenaje a las víctimas de los CCD el Vesubio y Proto-banco[20], la demolición del CCD pudo estar vinculada a la futura visita de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) y a un cambio más general de la política represiva de la Junta respecto de las violaciones a los derechos humanos, que habría tenido que ver con el ascenso a la comandancia del Ejército de Roberto Viola[21].

El proceso dictatorial tuvo etapas distintas en cuanto al tipo de represión, siendo el ‘79 un año bisagra. Desde el ‘78, se puede observar el descenso del nivel de desapariciones (aunque no dejaron de producirse) y la centralidad que tomaron otros dispositivos represivos. Tuvo un rol importante en estos cambios la presión que estaban generando a nivel internacional distintos grupos de activistas, organizaciones políticas, sindicales y de derechos humanos, que realizaron denuncias ante diversos medios de comunicación e  instituciones; en este contexto también, se dio la visita de la CIDH al país, que recibió denuncias de familiares de desaparecidos y presos políticos y que publicó un informe de repercusión, sobre todo en el extranjero, acerca de la situación observada en el país[22].

Guillermo, militante de Vanguardia Comunista (VC), estuvo desaparecido en el Vesubio desde el 19 de agosto hasta el 13 de septiembre del ‘78, pasando luego por varias instituciones carcelarias[23], hasta el 19 de mayo del ‘79, que recuperó la libertad. La salida del CCD fue colectiva, en esos días fueron liberados 35 desaparecidos. No obstante, luego de una farsa armada entre la patota que los “abandonó” y el Ejército que los “encontró” en la puerta del Batallón de Logística 10 de Villa Martelli, comenzaría un proceso que los mantuvo aún clandestinos y circulando por varias comisarías hasta ser derivados a la Unidad 9 de La Plata, durante ese trayecto fueron “blanqueados”, siendo juzgados por un Consejo de Guerra[24]. Esta modalidad es importante para pensar en las diferencias existentes con otras historias, allí Guillermo y otros sobrevivientes tuvieron la posibilidad de reconstruir sus vínculos en un marco con otras características si se lo compara con las historias de Susana y Miguel, abandonados en la vía pública durante septiembre del ‘77. Con la legalización, tuvo contactos con su familia y con compañeros del partido, pudiendo comenzar a estabilizarse dentro de la misma cárcel. Al salir de todo el proceso de encierro, conservó mucho de su vida personal, con excepción de la gran pérdida de compañeros. Aun así, esto no significó que tuviera buenos vínculos con todos. Recuerda que hubo espacios en los que pretendió visibilizarse para mostrar lo sucedido y se encontró con que las reacciones fueron contrarias a sus deseos. En la entrevista que brindó a Memoria Abierta hizo referencia a que conocidos y hasta algunos amigos pretendían “volver a hacernos desaparecer”; que salvo contadísimos, la actitud fue de alejamiento de la situación, de no escuchar, de olvidar lo ocurrido. En su familia, por ejemplo, existió un deseo de que no retomara la actividad política y de que se alejara de ella. Con el paso de los años fue entendiendo que: “a muchos les fue duro encontrarse con los que sufrimos la represión, ellos también la estaban sufriendo, pero con efectos diferentes”[25]. Guillermo había sido detenido por ser militante político, actividad que seguía reivindicando una vez afuera, esa misma política era la que encontraba cuestionada.

La historiadora Gabriela Águila plantea que la dictadura no sólo buscó desmovilizar y despolitizar a la población a través de la represión, también lo intentó a través de dispositivos para generar consenso o desalentar posibles oposiciones:

La dictadura argentina, tanto como sus homólogas latinoamericanas, no buscó una base de masas, sino su despolitización y desmovilización. Sin embargo, desplegó un conjunto de estrategias que buscaban generar adhesiones a las políticas del régimen, o bien desalentar –por la vía de la represión y de la imposición de pautas y modelos de comportamiento– la existencia de disidencias y modelos de oposición[26].

Entre esas estrategias el terror fue la más reconocida, pero también hubo otras visibles como la propaganda, expresiones públicas de consenso de políticos y gremialistas nacionales o locales y sectores representativos de las comunidades[27]. Los dispositivos de desarticulación impartidos desde el gobierno de facto y de sus cómplices civiles produjeron efectos de despolitización, que son los que pueden observarse en el testimonio de Guillermo.

Con esa despolitización y desmovilización se encontraron algunos, sin duda un elemento desmoralizador más. Si bien existieron grandes gestos de solidaridad y pequeñas resistencias en el proceso de re-vinculación, muchos padecieron la apatía, cuando no rechazos[28]. En este sentido, varios de los sobrevivientes describen un gran problema que debieron afrontar: los prejuicios sociales. La desconfianza sobre las actividades de los  desaparecidos, y por ende de los sobrevivientes, puede ser representada con una frase que excedió posteriormente a la etapa de la dictadura: “…por algo será”.

Estas palabras fueron una manera de legitimar el discurso oficial: si los detuvieron, torturaron y demás, sería porque estarían en alguna actividad que debía ser reprimida, una condena por sospecha. Este “…por algo será”, aparece en varios relatos de los sobrevivientes cuando describen las reacciones de algunos vecinos en sus barrios.

Darío, también ex militante de VC, secuestrado y detenido en el Vesubio desde el 12 de agosto al 12 de septiembre del ‘78, preso hasta el 29 de mayo del ‘79, cuenta que en general los entornos de familiares y amistades más cercanas no lo podían creer, que lo trataban como un “muerto vivo”, y que en determinados círculos del barrio, sobre todo vecinos, vivían con una actitud de alejamiento su presencia. Al leer su relato se puede observar la manera en la que se articula la reproducción del discurso, pero a la vez el terror y su misma reverberación:

Durante el ‘79, ‘80 y ‘81 fue un poco eso. Recuerdo que iba a visitar gente que vivía cerca de [mi casa] y más de uno me atendía por la mirilla, con un terror terrible, estarían pensando que si me dejaban pasar los iban a secuestrar esa misma noche. Inclusive una vecina me dijo: “Si te llevaron por algo será”; y yo le dije, “Sí, por algo será, porque luché contra la dictadura, otra gente la favoreció”; “Sí, sí”, me dijo y me cerró la puerta[29].

Este sobreviviente vivía en Villa Ballester, una localidad cercana a la Capital, lo que tiene características distintas a las de vivir en el centro: casas bajas, menor concentración de población y mayor nivel de relación en lo cotidiano entre las personas del barrio, lo que dio una circularidad distinta a la información. En este sentido, también las historias creadas y los rumores podían darle movilidad a este tipo de mitos. La frase “por algo será” perduró durante muchos años en la sociedad, otra prueba del alcance de los efectos de la represión. Significó un posicionamiento en relación con las desapariciones, que llevó implícita la reproducción de un discurso que legitimaba un accionar, el del Estado y la exclusión de un otro.

Este tipo de estigmatización y desconfianza también se dio sobre algunos de los sobrevivientes ya no sólo por su militancia, sino por haber logrado salir con vida: “si estás vivo, por algo será”. La sobrevida por sí sola, dirá Ana Longoni, lo vuelve sospechoso:

Los que atravesaron por el espacio y el tiempo suspendidos del campo clandestino y retornaron a este mundo generan desconcierto, incomodidad, sospechas en los otros. Sobre ellos pesa la culpa de estar vivos, de que para vivir hicieron un pacto con el Mal, cuando miles a su alrededor morían[30].

Algunos de los sobrevivientes también han hecho publicaciones al respecto, mostrando que estas estigmatizaciones estuvieron presentes en compañeros de las organizaciones a las que pertenecían y en organismos de derechos humanos. También aparece en muchos de los testimonios con los que trabajo. Por ejemplo, en su libro Memoria del Infierno, Jorge Watts[31] recuerda que a la semana salir de la cárcel, en mayo del ‘79, se acercó a la ronda de las Madres, las saludó, les dijo quién era y de dónde venía. Le preguntaron cuestiones relacionadas con el cautiverio, todo en medio de un gran desorden. Agradeció mucho el trabajo que estaban llevando adelante. Pero prontamente comenzó a percibir algo de tensión: “[…] después de esta cálida recepción y emotiva charla y cambio de opiniones sentí algo raro. Ninguna lo dijo, pero es como si yo hubiera advertido que algunas, no sé cuántas ni cuáles, pensaban algo que no se atrevían a expresar en palabras. Si estaba vivo, “por algo sería‟. Si yo estaba vivo y no sus hijos, “por algo sería‟. Fue muy duro. Años después pudimos hablarlo con ellas y sé que no me equivoqué en mi percepción”[32].

El haber sobrevivido a los CCD generó que algunos asociaran esa sobrevida con haber colaborado con el aparato represor. En ese sentido, sobre todo un grupo de ellos, que perteneció a la Asociación de Ex Detenidos Desaparecidos, problematizaron la invisibilidad que han sufrido durante todos estos años a nivel social, relacionándola no sólo a la condena de la militancia revolucionaria, sino también al retraso de debates y a la toma de posturas simplistas, como por ejemplo la generalización de los desaparecidos como “víctimas inocentes”, algo que se dio en muchos espacios durante los años ‘80,   y la de tratarlos como “héroes”, durante los ‘90, quedando para los sobrevivientes un espacio marginal o un no-lugar[33].

Dentro de la heterogeneidad de experiencias convivieron estas actitudes sociales de alejamiento con otras, solidarias, que fueron claves en la reestructuración luego del proceso de despersonalización de los CCD. Como menciona Pilar Calveiro, politóloga y sobreviviente del CCD ESMA:

La sociedad sencillamente es; en efecto es muchas cosas que permiten el asentamiento de ese poder desaparecedor pero también es todas aquellas que lo obligaron a imponerse sobre ellas, como el desorden, la desobediencia y la diversidad; (…) la sociedad descubrió resquicios, recuperó sus movimientos y se escudó en el trabajo, el arte, el juego como formas de reestructurarse y resistir[34].

En la historia de Jorge se pueden observar varios gestos solidarios que recibió y que resultaron, según su recuerdo, muy significativos. Militante desde fines de los ‘60 en VC, fue secuestrado en la fábrica Bagley de Barracas donde se encontraba trabajando desde hacía unos meses. Estuvo detenido desaparecido en el Vesubio desde el 28 de julio hasta el 12 de septiembre del ‘78. Fue legalizado en el mismo procedimiento que Darío, pasando por el Batallón de Logística de Villa Martelli, la Comisaría de Monte Grande y la U9 de La Plata, allí permaneció hasta mayo del ‘79. Sus familiares se enteraron de que estaba vivo a través de una carta que pudo enviar desde la comisaría de Monte Grande, la segunda por la que circularon, le hicieron llegar alimento e información, y por fin comenzaron las visitas estando en La Plata.

Tanto en la entrevista que realizamos como en su libro, resalta el afecto y la solidaridad que recibió. Por ejemplo, en la U9, le llegó la noticia, a través de una carta dirigida por la directora del colegio de su hijo a la autoridad máxima del penal, de que padres y docentes de alumnos lo reeligieron como secretario de la Cooperadora. Antes del secuestro había sido electo por primera vez para ese cargo, por eso se sintió orgulloso de aquel gesto de la comunidad escolar y lo ve como algo muy significativo: “Tanto los directivos de la escuela como los padres y maestros sabían que yo estaba preso y cuáles eran los motivos. Así que mi alegría estaba bien fundamentada. Era una muestra de gran solidaridad hacia mi persona”. A su vez, recibió gestos solidarios de la maestra de su hijo, que ayudó a Eva durante ese tiempo, por ejemplo con ropa o llevando al niño a jugar con otros a su casa. Narra también que ya durante los primeros días luego de que salió de la U9, en el acto del 25 de Mayo del ‘79 que se realizó en el colegio, lo recibieron como un “héroe” en un clima de mucha emoción y alegría. “Fue muy grande la solidaridad”[35]. Por último, en el barrio tampoco encontró hostilidad ni prejuicios, aquí también remarca la buena actitud de los vecinos hacia él.

La dictadura apuntó a desarticular esos lazos de solidaridad. Si bien la experiencia de Jorge no es la más común, demuestra también los márgenes de maniobra y la forma en que gestos como los descriptos pudieron sobrevivir al intento totalizante y atomizador del régimen. Pareciera como si en la comunidad escolar y en el barrio en el que estaban insertos Jorge y su familia, habrían generado relaciones que la situación represiva no destruyó, al contrario la experiencia adversa produjo varios tipos de gestos solidarios que según el recuerdo del sobreviviente fueron muy significativos en cuanto a lo anímico.

A la hora de conseguir empleo, muchos de los testimonios reflejan que aquellos que pasaron por situaciones de legalización carcelaria tuvieron mayores inconvenientes debido a los antecedentes penales, sobre todo si eran trabajos formales. Aquí también tuvieron consecuencias las estigmatizaciones y el estado de los vínculos solidarios para afrontar la situación. A no ser que la salida fuera el cuentapropismo o algún empleo informal, la ayuda de algún conocido fue fundamental. El mismo Jorge recuerda que los primeros meses fue a varios empleos publicados en avisos clasificados, pero sin éxito, sólo pudo solucionar su situación gracias a un amigo que le consiguió trabajo en una empresa de exportación de productos agrícolas. En este sentido, nuevamente la solidaridad fue fundamental para poder reestructurar un aspecto clave del proceso de reaparición, como el sustento material[36].

Como se verá, en el próximo aparatado, la pervivencia y la construcción de lazos solidarios permitieron a algunos sobrevivientes generar espacios en los que el habla resultó menos dificultosa. En los casos de los sobrevivientes del Vesubio que pertenecían a VC es más notorio. Dentro de la cárcel pudieron reconectarse con lo que quedaba del partido y una vez afuera reorganizarse. Pero, a otros les fue más complejo poder hacerse de espacios empáticos para expresar sus historias. A continuación, se abordará cómo la forma de la re-vinculación tuvo efectos en la elaboración de lo vivido.

 

4.   Re-vinculación y elaboración

La represión significó para muchos de los sobrevivientes la resignificación de las identidades políticas[37]. Nuevamente, las experiencias fueron heterogéneas, desde personas que buscaron inmediatamente re-vincularse a lo que quedaba de sus organizaciones, otras que buscaron nuevos espacios de pertenencia (no necesariamente ligados a la política), aquellos que se mantuvieron expectantes de lo que sucedía políticamente en el país pero marginales y los que se dedicaron a proyectos personales[38]. Las opciones variaron dependiendo de los contextos. Esto nuevamente tuvo que ver con la época de la liberación, el grado de afectación de los vínculos y de los espacios sociales en los que reaparecieron, como también con el estado de la subjetividad del sobreviviente. Para muchas de estas personas el paso por los CCD significó un antes y un después, pero la elaboración del proceso no siempre estuvo activa, varios vieron renegada la historia de sus experiencias. Algunos, de hecho, la vieron silenciada durante décadas. En esto tuvo un rol importante la capacidad social de escucha[39], como también la del habla del sobreviviente. En este sentido, se fue mostrando a lo largo del trabajo las dificultades que tuvieron varios de ellos a la hora de visibilizar sus experiencias. El terror, las desconfianzas, las estigmatizaciones, la falta de otros semejantes y de espacios empáticos con sus historias, produjeron dificultades en cuanto a la elaboración. Aquellos que sintieron el terror y que se mantuvieron aislados, vieron profundizado este proceso. A continuación se analizará la importancia de la forma en la que se dio la re-vinculación en relación al abordaje o a la denegación que los propios sobrevivientes tuvieron para con sus historias. Se verá cómo en distintos contextos aquellos que pudieron rearmar espacios donde primó la empatía estuvieron en condiciones de afrontar los efectos traumáticos en conjunto, generando un marco de posibilidad para elaborar lo vivido.

No fueron muchos los casos de sobrevivientes que en tiempos de la dictadura y en el país, llevaron a cabo en forma organizada y colectiva las denuncias por lo vivido en los CCD, el de los sobrevivientes del Vesubio ligados a VC es uno de ellos. Como se vio en los casos de Jorge, Guillermo y Darío, la re-vinculación con compañeros la comenzaron en un principio en el periodo carcelario, continuándola afuera. Esta reestructuración permitió generar en el año ‘79 un espacio de lucha en el que fueron repensando y elaborando la experiencia traumática de la represión. Dentro de la cárcel pudieron reconectarse con lo que quedaba del partido y una vez afuera reorganizarse. Cuando salieron no había indicios de que la dictadura fuera a realizar una transición, al contrario, se encontraba estable, si bien crecían las denuncias por violaciones a los derechos humanos sobre todo a nivel internacional[40]. En este contexto, como grupo, continuaron con una política de denuncia enfocada en los derechos humanos que ya venía realizando el partido desde comienzos del gobierno de facto. Con ese apoyo, formaron parte de un colectivo, junto a otros sobrevivientes del Vesubio, siendo impulsores de la causa 35040, que fue tramitada en el Juzgado de Morón y que en el año ‘83 derivaría en la causa 1800.

En una entrevista que Jorge brindó para el Diario del Juicio, durante el año ‘85, recordó las dificultades que en ese contexto del año ‘79 significaba el llevar adelante una causa. Enfatizó sobre el temor existente y cómo este repercutía en las posibilidades de escucha. Por ejemplo, mencionó que al ir a declarar al Juzgado, una de las secretarias del Juez Olivieri, Susana Pernas, le hizo mención del riesgo que significaba su testimonio: “[…] en el ‘79, cuando recién salía de la cárcel, me advirtió de los riesgos de lo que yo estaba diciéndole. Era insólito que yo quería declarar y en la justicia me dijeran no, no declare”[41].

La inmediata re-vinculación y la creación del espacio de reconstrucción de lo vivido permitieron afrontar los temores y las desconfianzas, que como vimos en otras historias mantuvieron a algunos de los sobrevivientes con dificultades en la re-vinculación. En este sentido, el propio Guillermo reflexionó, en la primera entrevista que hicimos, acerca de los efectos del paso por los CCD sobre la subjetividad en un contexto de una dictadura todavía muy fuerte:

[…] había un temor que era una rémora de lo que habíamos pasado los que estuvimos en el campo. El campo de concentración es un tema aparte. La cárcel tiene distintas variantes, porque no era lo mismo Devoto que La Plata, con respecto a los castigos, con respecto a la forma de vida ahí dentro, pero no se podía comparar a un campo de concentración […]; había un temor permanente, unas condiciones de vida espantosas y eso no se saca fácilmente de encima, es como que se impregna. Te permite hacer cosas, porque uno ha salido y ha militado, pero el temor era algo que con cambiarme la ropa no me lo sacaba.

Al salir, esos temores perduraron, estuvieron presentes en la subjetividad, pero como se viene observando, algunos pudieron sobrellevarlo sin aislarse, manteniéndose activos, y en eso tuvo mucho que ver el estado en el que se encontraban los espacios sociales en los que se re-vincularían. De esta manera, según dice, el continuar con la militancia le permitió no paralizarse:

El hecho de volver a militar es algo que te ayudaba a no paralizarte, no es que te quitara los temores. El tema era no paralizarse y para eso la cuestión era socializar las emociones, las aspiraciones […], romper esta cuestión individualista de creerte víctima de algo y hacer partícipes a los que te rodean. Lo que no quiere decir no tener temor, sino no paralizarse[42].

Con la militancia crearon un espacio en el que además de luchar contra la dictadura, socializaron las emociones, pudiendo narrar lo que les ocurrió. De esta manera, organizaron una comisión, en la que fueron haciendo una labor pionera de recopilación de información, testimonios, contacto de familiares y de otros sobrevivientes, y contención.  Luego,  muchos  de  ellos,  junto  a  otros  compañeros,  ya  en  tiempos  de  democracia, formarán la AEDD[43]. En esta última, llevarían “a un nivel industrial” lo que fue el trabajo “artesanal” de las causas por los crímenes de Vesubio en cuanto a la recopilación de datos y el trabajo con las víctimas[44]. En ambos espacios, la organización colectiva tuvo como objetivos el generar un sitio en el que aquellos que habían sufrido la violencia del CCD pudieran no sólo brindar información sobre el lugar en el que estuvieron detenidos, de los compañeros, del aparato represor, sino también socializar las emociones, encontrar contención y así hacerse de un lugar empático para elaborar la experiencia. No obstante, el caso de este grupo de sobrevivientes del Vesubio no fue el más característico durante los años de dictadura en el país, al contrario muchos padecieron las dificultades para el habla.

Uno de los ejes fundamentales del proceso de reaparición en cuanto a la re-vinculación fue la familia, sobre todo el círculo más cercano. Allí los sobrevivientes encontraron un punto para recomenzar, tanto por el afecto, la contención, la solidaridad o la ayuda económica. Aparece como la primera referencia en prácticamente todas las historias. Sin los compañeros, muchos de ellos muertos, desaparecidos, replegados o en el exilio, el espacio familiar podía brindar una base vincular para recomenzar. No obstante, la contención y las solidaridades no produjeron de por sí la capacidad de escucha.

Algunos, de hecho, ni siquiera pudieron encontrar contención en la familia y eso pareciera también haber tenido su peso, ya que profundizó aún más el retraimiento; un ejemplo es la experiencia de Delia. Su núcleo familiar se reducía a su madre y su tía. Desde varios años antes ya no vivía con la primera, había formado pareja con Hugo, militante de Montoneros[45], con quien estaba de novia desde cinco años antes. A los dos se los llevaron el mismo día, el 05 de agosto del ‘77, a él cerca de la estación Primera Junta y a Delia en la puerta del edificio en el que vivían desde hacía unos tres meses, en el barrio de Belgrano. Compartieron por un tiempo el mismo espacio en el CCD el Atlético, hasta que a Hugo lo “trasladaron”.

Según la protagonista, nunca tuvieron buena relación con su madre, por ello se sintió muy sola durante estos primeros años, encerrada en sí misma. La única contención y comprensión que tuvo fue con la familia de Hugo, particularmente con la mamá. Fue a visitarlos al día siguiente de su liberación y desde ahí, hasta la muerte de ésta, “no todos los meses, pero cada dos o tres iba a verla”. En cambio: “Con mi mamá no se podía hablar del tema. No se podía […] por ella, porque decía que a mí me hacía mal, al contrario, hubiese sido mejor si ella me hubiese podido escuchar”. Esto mismo le sucedió a varios de los sobrevivientes, la necesidad de hablar algo que no muchos estaban dispuestos a escuchar. Ya se vio como la inaudibilidad y el posterior silenciamiento también podían estar ligados al terror o a la desconfianza; Adriana Calvo, quien fuera una de las dirigentes más visibles de la AEDD[46], relataba tempranamente en el año ‘88 cómo familiares o amigos, a pesar de haber sido incansables luchadores durante su desaparición, no querían que hablase, porque decían que le haría daño. Sin embargo, lo que Adriana sentía era que a aquellos con los que se relacionaba les hacía mal escuchar, que no soportaban el relato: “Esto nos pasó a todos los que salimos. No nos dejaban hablar, nos ponían de nuevo la venda, pero esta vez en la boca. ‘Está bien querida, olvidate, ya pasó’. O sea que afuera nos encontrábamos con otro cerco, el aislamiento era total”[47].

En la historia de Delia se suma que en su familia, por parte de la mamá, había varios militares, lo que tensionaba aun más las cosas, ya que no solo en ese círculo había sido dominante el discurso del régimen, sino que además era vista como la “oveja negra”; el “por algo será” y la criminalización de la militancia política eran reproducidos en forma constante. Fueron muy pocos los que conocieron su historia, y en su mayoría eran vínculos nuevos, ya que no permitía entrar a su vida a cualquiera y menos aun a su pasado inmediato. Esta carencia de espacios de contención hizo que durante el resto de la dictadura Delia se volviera sobre sí y se mantuviera aislada, lejos del tipo de personalidad que tenía antes de la experiencia del CCD, como se vio también en la historia de Susana. Este aislamiento implicó varias dificultades relacionadas a la elaboración. Delia hace referencia a la diferencia entre el periodo de dictadura post Atlético con los tiempos en los que comenzó a vincularse con compañeros que padecieron también la desaparición en ese CCD, ya en los primeros años de democracia:

A veces yo pensaba: a mí, esto que yo cuento, ¿me pasó realmente? Porque yo no encontraba el eco de alguien que me dijera ‘sí, yo estaba en ese momento’; […] eso fue muy fuerte, muy emotivo, y me dio toda esa fuerza que necesitaba para seguir adelante, encontrarme con gente que podías hablar de lo que te había pasado, que eran la misma historia, contarla y llorar juntos, reírnos y además hacer un poco de humor negro[48].

En su testimonio se refleja la necesidad de otros como referencia para la (re) construcción de la propia identidad. La socióloga Julieta Lampasona menciona que tanto en la etapa previa a la represión, en la que la militancia política era consuetudinaria, como en la de las formas de elaboración posteriores al CCD, en la construcción identitaria (siempre abierta) hace falta un otro, en este caso otro-semejante. En la etapa de elaboración ese otro es clave para el anudamiento con la identidad pre catástrofe[49]. El ver confirmado socialmente su relato es trascendental para la legitimidad propia de su discurso y lo hace junto a otros que alcanzan el nivel de empatía necesaria. El aislamiento ocultaba la posibilidad de poder confrontar las experiencias con otras personas y de repensarse a sí misma, por lo que en los trabajos con los compañeros sobrevivientes del Atlético, desde el año ‘84, irá asimilando y le dará sustento a su propia historia. La sensación que mencionó Delia cuando realizamos la entrevista fue que su desaparición duró toda la dictadura, reapareciendo cuando se sintió nuevamente formando parte de este colectivo, reconstruyendo su propia historia y la de los compañeros desaparecidos: “Voy apareciendo cuando puedo empezar a hablar. Cuando estoy con todos los compañeros sobrevivientes, no es el aparecer total, pero es empezar a salir del campo”

Se refleja en sus palabras lo procesual de la elaboración y lo significativo de ese momento, la asociación que hace entre “aparecer” con el hecho de comenzar a hablar y el re-vincularse con los compañeros. En este grupo, con el que comenzaría a elaborar lo ocurrido en el Atlético, se acercó cuando fue a declarar a la CONADEP, allí le advirtieron sobre otros sobrevivientes de ese CCD, con los que pudo tomar contacto. Estas personas eran Miguel, del que ya se habló en el primer apartado, y Ana María, ambos se habían conocido en el exilio Europeo, en Suecia[50].

En este nuevo contexto de transición, algunos de los sobrevivientes encontraron mayor apertura para el habla. El reencuentro con compañeros que volvían de sus exilios[51], la multiplicidad de información sobre los crímenes de la dictadura que muchos de los medios de comunicación produjeron como mercancía, las disputas públicas sobre cómo juzgar a los responsables, la creación de la CONADEP (y luego los Juicios), produjeron un ambiente en el que varios decidieron hablar. De todas maneras, no todos los sobrevivientes se sintieron interpelados, no estaba clara la estabilidad del nuevo gobierno, qué iba a pasar con el tratamiento de ese pasado inmediato, y en este sentido nada garantizaba que no hubiera un nuevo golpe de Estado, perduraban así para algunos los temores y las desconfianzas.

En todo caso, si el signo de los nuevos tiempos fue antidictatorial, eso no significó un cambio de percepción inmediato sobre cómo debía ser pensada esa dictadura y su violencia, cuáles habían sido las causas de ese proceso político y qué debía hacerse frente a ello. Si esas construcciones alternativas venían elaborándose desde hacía tiempo en el seno del movimiento de derechos humanos, de actores políticos y de otros sectores sensibles al tema, ello no implica que ese discurso tuviera un alcance o una aceptación general en 1984[52].

Para algunos, esta poca estabilidad que predecían en relación al nuevo gobierno los mantuvo aún ajenos. Sin embargo, otros estuvieron expectantes, aunque con sin perder la desconfianza, continuando los temores. Incluso, hubo quienes fueron a declarar a la CONADEP, pero que no se animaron a relatar todo lo que vivieron, por ejemplo Susana[53].

Según recuerda, declaró aunque no todo, se abocó a dar los nombres de las víctimas que había visto, no sabía qué podía ocurrir, tenía la sensación de que era posible el retorno de los militares. La CONADEP brindó un espacio de escucha desde el Estado, lo mismo puede decirse de los primeros juicios, no obstante esto no significó la apertura del habla para una gran cantidad de sobrevivientes. Muchos comenzarán a dar testimonio en otros contextos, en los que la percepción de pérdida de poder militar del aparato militar es más clara y en los que la capacidad social de escucha también[54].

 

5.   Conclusiones

La re-vinculación es una problemática que se enmarca dentro de lo que denomino proceso de reaparición. Esta es clave para entender las particularidades que se generaron en las experiencias de los sobrevivientes luego de la salida de los CCD. Las características de las últimas, siempre abiertas y no lineales, tienen una relación intrínseca con la dialéctica entre el proceso personal de reconstrucción de la subjetividad y el tipo de relaciones entabladas con aquellos con los que se fueron re-vinculando.

La dictadura, con complicidad civil, apuntó a reorganizar una gran parte del tejido social, y para ello utilizó el terror, junto a una serie de dispositivos de represión y de búsqueda de consensos visibles e invisibles. Si bien hay una gran heterogeneidad de experiencias, existen puntos en común observables y que están determinados por el grado de inserción de los efectos de ese accionar. Las marcas psíquicas y físicas en las personas que salieron con vida, huellas en general de largo plazo, y la absorción, producción, reproducción y/o resistencias a ese terror, desde distintos sectores sociales con los que se relacionaron, son elementos a tener en cuenta para pensar ejes de estas problemáticas. En general, la mayoría encontró un punto de apoyo en la familia, allí tuvieron, entre otras cosas, contención, solidaridad y ayuda económica. Quienes estaban mejor en lo anímico, con un entorno más confortable y con compañeros, antiguos o nuevos, relacionados a la experiencia de militancia o a la de los CCD, pudieron construir espacios en los que re- significaron su identidad política, donde a su vez generaron reflexiones y acciones que hicieron un proceso de elaboración de lo vivido en el pasado reciente con otro tipo de características en relación a sobrevivientes que estuvieron aislados.

Algunos testimonios hablan de indiferencia y/o de alejamiento de ciertas personas con respecto a ellos. En otros, el medio social no fue un ámbito que generara confianza, en éste se sentían los efectos de la represión, sobre todo el miedo. Pero el contar con un espacio de pertenencia junto a otros semejantes, como Guillermo o Darío, colaboró a afrontar el proceso. En algunas de las historias, el “blanqueo” y el periodo de la cárcel permitieron un reencuentro y rearmado de vínculos, además de hallar espacios también para la discusión política. Hubo otros que quedaron “desenganchados”, aislados, se encontraron con una parálisis. En general, se volcaron sobre lo privado, sin poder exponerse y a su historia durante los años de dictadura (muchos aún después).

El contexto también es una variable que plantea matices en las historias, tanto en relación a lo personal como al medio donde reaparece el sobreviviente. Encontraron muchas dificultades para la re-vinculación los que salieron del CCD en el periodo de mayor represión y ejercicio del terror por parte de la dictadura, algunos ya estaban desenganchados antes de ser secuestrados, proceso que profundizó el cautiverio. Esto no quiere decir que quienes reaparecieron años más tarde no tuvieran dificultades, como se mencionó, los efectos de la represión a nivel social fueron perdurables.

Más allá de las condiciones psíquicas y físicas de quienes sobrevivieron, la falta de una estructura que los acompañase o de compañeros, atacados por las fuerzas del Estado, hizo que en esos primeros años se les hiciera dificultoso reencontrarse con aquellos vínculos, en el caso de que hubieran tenido la idea de hacerlo. La importancia de lo contrario, una estructura junto a otros semejantes, es reflejada en la historia del grupo de sobrevivientes del Vesubio, que pudieron comenzar a impulsar una causa desde el ‘78 y ‘79 y organizarse, en un contexto de cambios en cuanto a la política represiva del régimen. No significó esto que esa organización fuera del todo visible, las condiciones para militar continuaban siendo inseguras e inciertas. Luego de Malvinas se dio un periodo en el que hubo mayor apertura que en los años previos, ya que el régimen colapsó y tuvo que ceder espacios, algo que se incrementará con el retorno de algunos de los que vivieron diferentes exilios y con la llegada de la democracia. De todas maneras, no significó que hubiera una apertura generalizada para el habla de los sobrevivientes, todavía perduraron las desconfianzas, sobre todo generó dudas el alcance de la estabilidad del nuevo gobierno democrático, lo que continuó siendo una variable para la desconexión de aquellos que continuaron sin exponer sus historias.

 

Bibliografía citada

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*Este trabajo fue publicado en Revista de Historia, (18), noviembre 2017, pp. 73-101. Departamento de Historia, Facultad de Humanidades, Universidad Nacional del Comahue. ISSN-e 2591-3190

**Licenciado en Historia y Profesor en enseñanza media y superior en Historia (Facultad de Filosofía y Letras, Universidad de Buenos Aires). Actualmente, se encuentra realizando un doctorado en la misma institución, con una beca cofinanciada por el Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET) y la Universidad Nacional de Avellaneda (UNDAV).


[1] Con esto no quiero decir que aquellos que salieron al exilio hayan tenido experiencias más amenas, al contrario. No obstante, si bien la generalización es dificultosa, lo que pretendo exponer es que las problemáticas de los exiliados tienen características propias, como también las de los que se quedaron en el país, gobernados por las mismas Fuerzas Armadas que los secuestraron y que podían volver a detenerlos. De hecho, como se verá, para algunos de los sobrevivientes el sentir la amenaza de ser nuevamente secuestrados fue algo que perduró durante mucho tiempo y esto pudo haber tenido influencia en el proceso de reaparición. Para ver algunos trabajos que han pensado aspectos políticos, económicos, sociales y culturales de exiliados: Marina Franco, El exilio, Buenos Aires, Siglo XXI, 2008; Silvina Jensen, Los exiliados. La lucha por los derechos humanos durante la dictadura, Buenos Aires, Sudamericana,   2010; Brenda Canelo y Ana Gugliemucci, “(Re)aparecer en democracia: silencios y pasados posibles”, Anuario de Estudios en Antropología Social, CAS-IDES, 2005. En el caso del último de los textos citados, las autoras utilizan los conceptos “(re)aparecer” y “sobreviviente” en un sentido distinto al que pretendo dar. La reaparición a la que hacen mención es a la de sobrevivientes exiliados y presos políticos en tiempos de “transición a la democracia”, extendiendo el término a los sobrevivientes de la represión en un nivel más genérico. Tienen puntos en común con las problemáticas que debieron afrontar quienes sobrevivieron a los CCD, de hecho en algunos casos éstos últimos pasaron por otros circuitos de detención, como sus legalizaciones en cárceles, y otros salieron al exilio; sin embargo, las experiencias presentan particularidades que son destacables y que es necesario diferenciar.

[2] Entre paréntesis se indica la cantidad de entrevistas. Las del archivo oral de Memoria Abierta vienen siendo realizadas desde principios de milenio. Trabajaré con un grupo de ellas, unas tres, fueron producidas entre el 2002 y el 2005. En cambio, las realizadas en forma personal con los entrevistados, se hicieron entre el 2013 y 2015. Los contextos para el habla son distintos y hay que tenerlos en cuenta a la hora de la lectura.

[3] Si bien hay escritos de sobrevivientes de los CCD antes de la época mencionada, éstos se dan en su mayoría en el exterior, seguramente relacionado a las condiciones diferenciales de escribir desde otro territorio y sociedad, como por ejemplo Alicia Partnoy, The Little School. Tales of Disapereance & Survival, San Francisco, Cleis Press, 1986. Entre los trabajos de sobrevivientes que produjeron en el país: Graciela Daleo, “Ensayos del aparecer”, Cuentas pendientes, N.º 3, Revista de la Cátedra Libre de Derechos Humanos de la Facultad de Filosofía y Letras, UBA, agosto de 1997. Inés Vázquez, “Compañías. Ensayos del aparecer”, Boletín de la AEDD, Buenos Aires, 23 de julio de 1997; Munú Actis, Cristina Aldini, Liliana Gardella, Miriam Lewin y Elisa Tokar, Ese infierno: Conversaciones de cinco mujeres sobrevivientes de la  ESMA,  Buenos  Aires,  Sudamericana,  2001;  Jorge  Federico  Watts,  Memoria  del  infierno:  Relato testimonial de un sobreviviente del Centro Clandestino El Vesubio, Buenos Aires, Ed. Continental, 2009; Mario Villani y Fernando Reati, Desaparecido: Memorias de un cautiverio, Buenos Aires, Biblos, 2011.

 

[4] Gabriela Águila, Santiago Garaño y Pablo Scatizza (coordinadores), «Introducción”, en Represión estatal y violencia paraestatal en la historia reciente argentina: Nuevos abordajes a 40 años del golpe de Estado, La Plata, FaHCE, 2016.

[5] Hay algunas referencias de las problemáticas que estos han debido afrontar en: Diana Kordon, Lucila Edelman y otros, Efectos psicológicos de la represión política, Buenos Aires, Sudamericana, 1986; Pilar Calveiro, Poder y desaparición: Los campos de concentración en Argentina, Buenos Aires, Ed. Colihue, 1.ª ed. 6.ª reimp., 2008 [1998]; Marguerite Feitlowitz, A Lexicon of Terror. Argentina and the Legacies of Torture, Nueva York, Oxford University Press, 1998; Daniel Feierstein, El genocidio como práctica social: entre el nazismo y la experiencia argentina, Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica, 2007.

[6] Ana Longoni, Traiciones: La figura del traidor en los relatos acerca de los sobrevivientes de la represión, Buenos Aires, Ed. Norma, 2007.

[7] Ver nota 3.

[8] Eduardo Luis Duhalde y Fabiana Rouseaux, El ex-detenido desaparecido como testigo de los juicios por crímenes de lesa humanidad, Buenos Aires, Fundación Eduardo Luis Duhalde, 2015; Pablo Llonto, El Juicio que no se vio: una mirada testimonial sobre el Juicio a las Juntas militares, Buenos Aires, Continente, 2015.

[9] Por ejemplo, los trabajos de la socióloga Julieta Lampasona o del historiador Rodrigo González Tizón.

 

[10] A pesar de que ambos espacios de detención se utilizaron como dispositivos para afectar las subjetividades y de que hubo una circulación de detenidos entre lo clandestino y la “legalidad” (y viceversa), en un nivel general, hay diferencias en cuanto a la forma en la que hicieron funcionar la represión entre la cárcel y el CCD que luego tuvieron repercusiones en las reconstrucciones de las vidas de los liberados. Si bien en las problemáticas de resocialización hay cuestiones comunes a las del proceso de reaparición, me interesa destacar lo distintivo, ya que allí se exponen las particularidades de las experiencias.

[11] Entrevista personal con Susana, Buenos Aires, 19 de septiembre 2013.

[12] Miguel militó en la JG y luego en el PRT, tenía 18 años cuando fue secuestrado y llevado al Atlético desde el 02 de julio del ‘77 al 30 de septiembre de ese año. Vivía en Castelar. Le tocó hacer el servicio militar al poco tiempo. Luego, en el ‘79, fue al exilio, allí retomó contactos con lo que quedaba del PRT/ERP, pero al poco tiempo decidió desvincularse. Fue uno de los impulsores junto a Ana María Careaga de las primeras denuncias sobre el Atlético, siendo testigo clave en CONADEP y en el Juicio a las Juntas. Desde esos años a la actualidad, estuvo vinculado a la denuncia y al dar testimonio, acompañando a distintos organismos de derechos humanos. Entrevista personal con Miguel, Buenos Aires, 13 de diciembre de 2015.

[13] Hubo dos formas de hacer reaparecer en el Vesubio. Una fue la “liberación” en la vía pública o en la casa de algún familiar, y la segunda, la legalización y la inserción en el circuito represivo legal. En el caso de Susana, fue abandonada en plena calle.

[14] Entrevista personal con Susana, Buenos Aires, 19 de septiembre de 2013.

[15] En su caso, como algunos otros sobrevivientes, amplificó el aislamiento el hecho de padecer el control del aparato represivo del CCD donde estuvo, quienes buscaron continuar aterrorizándola y a sus familiares. Pero también, esperó noticias durante mucho tiempo por la aparición de su compañero Osvaldo, algo que la llevó a no querer exponerse por miedo a que algo le ocurriera a él, ella y al hijo de ambos.

[16] Entrevista personal con Susana, Buenos Aires, 19 de septiembre de 2013.

[17] Feiertstein, El genocidio…, 2007, p. 341.

[18] Fueron liberadas en ese periodo de septiembre del ‘78 unas 35 personas.

[19] El término hace referencia al momento en que las personas pasaban a estar en situación de legalidad, siendo llevados a alguna cárcel o comisaría. El entrar a la órbita legal no significó que no pudieran retornar a condiciones de clandestidad o sufrir torturas, existieron muchos casos en los que detenidos legalizados eran reinsertados en la trama de la represión clandestina cuando los represores lo consideraban necesario.

[20] La Comisión comenzó a funcionar en mayo del año ‘79. Se verá en el próximo apartado el trabajo realizado en ella por tres de los sobrevivientes. http://archivos.memoriaabierta.org.ar/index.php/comisi-n- de-homenaje-las-v-ctimas-de-vesubio-y-protobanco-2

[21] Jorge Watts, Testimonio brindado en el marco de los Juicios por la Verdad en la Ciudad de La Plata el 4 de noviembre de 1998. Tomado de http://www.desaparecidos.org/nuncamas/web/testimon/watts.htm;, Jorge Watts, Testimonio brindado en el marco de la causa “Zeolitti y otros”, TOF Nº 4, Tribunales de Comodoro Py. 17/05/2010. Watts, Memoria del infierno…, 2009.

[22] Débora D´Antonio, “Derechos Humanos y estrategias de la oposición bajo la dictadura militar argentina”, TensõesMundiais, WorldTensions, CE Universidade Federal do Ceará, Observatório das Nacionalidades, Fortaleza, vol. 6, n° 11, 2010; Jensen, Los exiliados…, 2010.

[23] Estuvo detenido en el regimiento de Ciudadela, en la comisaría de Villa Insuperable, luego en la cárcel de Villa Devoto y finalmente, en la Unidad 9 de La Plata.

[24] La historiadora Débora D’Antonio sintetiza cuál fue su rol: “Estos consejos previstos en el Código de Justicia Militar fueron utilizados para legalizar procedimientos extraordinarios que promovieron penas de hasta diez años a quienes ‘incitaren a la violencia y/o alterasen el orden público’ y reclusión perpetua o pena de muerte para quien ‘mediante incendio, explosión u otro medio análogo creare un peligro común para personas y bienes’. Débora D´Antonio, «Represión y resistencia en las cárceles de la última dictadura militar argentina», La revista del CCC [en línea], enero / abril de 2008, N.° 2.

[25] Memoria Abierta, testimonio de Guillermo Lorusso, Buenos Aires, 2003.

[26] Gabriela Águila, Dictadura, represión y sociedad en Rosario, 1976-1983, Buenos Aires, Prometeo, 2008, pp. 224-225.

[27] Gabriela Águila menciona para el caso de Rosario el Arzobispado de Rosario, la Bolsa de Comercio, la Sociedad Rural, entidades empresariales y comerciales como la Federación Gremial del Comercio y la Industria o la Asociación Empresaria de Rosario.

[28] Una de las anécdotas que recordó Guillermo, en la primer entrevista que realizamos, fue la del hostigamiento recibido cuando junto a familiares de desaparecidos se acercaron a denunciar a las oficinas del centro de la ciudad donde estaba la CIDH en su visita a Buenos Aires. Recuerda que fue en el mismo día que la selección juvenil de fútbol había logrado el campeonato mundial, muchos de los que estaban de festejo pasaron por ese lugar a insultarlos, alentados por el famoso relator José María Muñoz. Entrevista personal con Guillermo, Buenos Aires, diciembre de 2012.

[29] Memoria Abierta, testimonio de Darío Machado, Buenos Aires, 2003.

[30] Longoni, Traiciones…, 2007, p. 29.

[31] Se presentará a continuación su historia.

[32] Watts, Memoria del Infierno, 2009, pp. 132-133.

[33] Esta misma temática aparece reflejada en trabajos como: AEDD, ¿Por qué sobrevivimos? Un debate que abre puertas. http://www.exdesaparecidos.org/aedd/sobrevivimos.php; Actis, y otras, Ese infierno…, 2001; Calveiro, Poder y Desaparición…, 2008 [1998]; Daleo, Ensayos…, 1997; Daleo, Graciela. “Nosotros, además, somos testigos”. en Revista Milenio Nº 5, Buenos Aires, marzo de 2001; Vázquez, Compañías…, 1997; Watts, Memoria del Infierno…, 2009.

[34] Calveiro, Poder y desaparición…, 2008 [1998] p. 157.

[35] Watts, Memoria del infierno…, 2009, p. 120.

[36] Cristian Rama, Sobreviviendo: Experiencias en el marco del proceso de aparición de sobrevivientes de los centros clandestinos de detención de la última dictadura militar, Buenos Aires, Tesis de Licenciatura en Historia, Facultad de Filosofía y Letras, Universidad de Buenos Aires, defendida en octubre de 2015.

 

[37] Julieta Lampasona, “Identidades políticas y procesos de confrontación en la Argentina. Una mirada a contrapelo… O desde la sobrevida”, Papeles del CEIC, Nº. 1, marzo de 2013.

[38] La politóloga María Matilde Ollier ha trabajado algunas de las formas de resignificación de los paradigmas revolucionarios de la década del ’70 en la etapa de fines de dictadura y comienzos del periodo democrático, con entrevistas a ex militantes de Montoneros y del ERP. Recalca que entre las nuevas valoraciones de estos sujetos es observable una cultura menos autoritaria, en la que se resalta aspectos de la democracia burguesa, como: el uso de la palabra, las libertades individuales, la familia y lo privado. María Matilde Ollier, De la revolución a la democracia: cambios privados, públicos y políticos de la izquierda argentina, Buenos Aires, Siglo XXI, 2009.

[39] Jelin, Elizabeth. Los trabajos de la memoria. Buenos Aires, Siglo XXI, 2002.

[40] Jensen, Los exiliados…, 2010.

[41] El Diario del Juicio, “Tuve el privilegio de sobrevivir al Vesubio’. Reportaje a Jorge Federico Watts, el testigo que denunció, por primera vez, la existencia de ese centro clandestino de detención”, en El Diario del Juicio, 9 de julio de 1985, p. 3. Durante el periodo transicional Jorge tuvo mucha exposición como sobreviviente del CCD el Vesubio. Por el trabajo realizado con la Comisión de sobrevivientes y familiares fue convocado para colaborar con la CONDEP. En este contexto, participó de varios reportajes periodísticos, incluso formó parte del famoso programa televisivo Nunca Más, en el años ‘84.

[42] Entrevista personal con Guillermo, `Buenos Aires, diciembre de 2012.

[43] La AEDD surgió en octubre del año ’84. Desde sus inicios funcionó como un espacio para los sobrevivientes y familiares de desaparecidos. A diferencia de la Comisión Vesubio y Proto-banco, albergó a sobrevivientes de distintos CCD del país, principalmente de Buenos Aires. Los Trabajos de Recopilación de Datos (TRD) llevados a cabo por la Asociación, método similar al utilizado en la Comisión, fueron clave para el conocimiento de los crímenes cometidos en los CCD, siendo utilizados en diferentes instancias judiciales.

[44] Entrevista personal con Guillermo, Buenos Aires, 26 de octubre de 2015.

[45] Allí también militó Delia.

[46] Adriana Calvo era docente e investigadora de la Facultad de Ciencias Exactas de La Plata. Fue secuestrada junto a su compañero el 4 de febrero del ‘77 y la hicieron circular por varios CCD del llamado circuito Camps: la Brigada de Investigaciones de La Plata; La Comisaría 5º de La Plata; el Pozo de Banfield. Mientras la trasladaban al último tuvo el parto de su hija, nació dentro del auto en el que la llevaban. Fue una de las fundadoras de la AEDD en el año ‘84, siendo su vicepresidenta hasta 1989, luego presidenta hasta el día en que falleció, el 13 de diciembre de 2010.

[47] Diario de las madres, “Ex desaparecidos, el duro oficio de sobrevivir”, Diario de las Madres, Año IV, Nº 44, agosto de 1988. El relato temprano de Adriana se da en un contexto de nuevas dificultades para la audibilidad, luego de las leyes de Punto Final y de Obediencia Debida, impunidad que estaban denunciando desde la AEDD.

[48] Entrevista personal con Delia, Buenos Aires, 20 de agosto de 2013.

[49] Lampasona, “Identidades políticas”, marzo de 2013.

[50] Entrevista personal con Miguel, Buenos Aires, 13 de diciembre de 2015.

[51] Sobre los retornos de exiliados y las problemáticas que debieron enfrentar en este contexto, ver: Silvina Jensen y Soledad Lastra, “Formas de exilio y prácticas represivas en la Argentina reciente (1974-1985)”, en Águila, Garaño y Scatizza, Represión estatal…, 2016.

[52] Claudia Feld y Marina Franco, “Introducción”, en Democracia hora cero: actores, políticas y debates en los inicios de la posdictadura, Claudia Feld y Marina Franco (directoras), Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica, 2015, pp. 11 y 12.

[53] Es interesante en la historia de Susana que finalizando la dictadura comenzó a participar con un grupo de alfabetizadores, retomando aspectos de su antigua militancia, no obstante allí tampoco sentía que podía hablar. Sería recién a mediados de los ‘90 que encontraría un espacio empático, en la Comisión de Vesubio, cuando entabló relación con Jorge y otros sobrevivientes.

[54] Muchos sobrevivientes se acercaron por ejemplo a organizaciones y espacios de lucha por los derechos humanos alrededor de mediados de la década del ‘90. Si bien fueron tiempos de impunidad, “lo militar” estuvo socialmente cuestionado. Marcas de este contexto fueron los debates y el repudio a las declaraciones de militares y de miembros de las fuerzas de seguridad en los medios de comunicación, como las de Alfredo Scilingo, el masivo acto de aniversario por los 20 años del Golpe de Estado y el impacto que causó la aparición de H.I.J.O.S. Por otro lado, las políticas económicas llevadas adelante por los gobiernos menemistas y sus consecuencias, como el alto nivel de desocupación, interpelaron a muchos a volver a militar, algo que se fue profundizando a medida que avanzó la década, sobre todo en el contexto alrededor de la crisis del 2001.Ver: Feierstein, El genocidio…, 2007; Daleo, “Nosotros, además, somos testigos”, 2001; Actis y otras, Ese Infierno…, 2001. A partir de la nulidad de las leyes de Punto Final y Obediencia Debida, y del comienzo de los juicios por crímenes de Lesa Humanidad, a mediados de la década del 2000, el número de sobrevivientes que se acercó a los estrados judiciales también aumentó.

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