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Notas sobre los juicios por delitos de lesa humanidad: Testimoniantes en Córdoba (2020)

By 20 febrero, 2021agosto 27th, 2021No Comments

por Lucía Budassi*

 

“¿Qué repara a las familias un juicio después de 44 años? ¿Qué me repara a mí como hijo, como individuo? Los represores se están muriendo, los sobrevivientes se están muriendo, y en mi caso los viejos que me criaron se murieron sin poder hacer justicia. Por eso siento que tengo cosas para decirle a la Justicia como institución”. Sebastián Soulier[1] en el Tribunal Oral Federal 1 de Córdoba, septiembre 2020[2]

 

Tal como Fabiana Rousseaux marca con insistencia, el terrorismo de Estado ocurre en presente y en plural: “es algo que nos pasa”. Con esa idea resonando es que intentaré pensar algunos de los testimonios que escuchamos –de manera virtual– en el último juicio iniciado en la provincia de Córdoba en septiembre del 2020, la causa Diedrichs-Herrera.

Me interesa pensar aquí: lo actual del terror de Estado en las víctimas y en el cuerpo social y la función ordenadora de los juicios, leyendo este movimiento ordenador como parte importante de su función reparatoria a más de 40 años de los hechos. Como orienta Rousseaux, “la ley entendida en su sesgo ordenador y regulador de los lazos sociales, oficia como instrumento válido que puede hacer lugar a la posibilidad de filiarse a un nombre nuevo”.

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A fin de octubre del año pasado, testimoniaron desde su casa Carlos Pedro Torres (87 años) y Adelina Patrona Barrio (86 años), padres de Gustavo Torres, secuestrado, mientras dormía en la casa de sus padres, el 11 de mayo de 1976 en Alta Córdoba, un barrio de Córdoba capital.

Carlos le habla a la cámara del teléfono celular, pide que hablen más alto al tribunal y la abogada. Su cara se acerca a la cámara. Detalla la noche en que la patota irrumpe en su casa. Cuenta los detalles. Detalla también la peregrinación posterior: departamentos policiales, militares amigos de familiares, organismos de derechos humanos nacionales e internacionales, gobernadores, vaticano, organismos internacionales, representantes eclesiales… Los tiene apuntados en un papel, dice que no los puede acomodar cronológicamente, pero que están todos. La primera denuncia la hicieron en “la séptima” de Alta Córdoba.

Luego de esa noche, dejaron un tiempo su casa tal cual como la patota la había dejado, para que la policía pudiera ver. Pero la policía nunca fue. Cuenta que esa noche los golpearon, robaron dinero, unas herramientas de Carlos, un rollo de tela fina que la abuela había traído de España, unas pieles de zorro, comieron la torta que Adelina había preparado para sus hijos.

Cuando llega el momento de testimoniar de Adelina le piden que jure o prometa decir la verdad so pena de 10 años de prisión, Adelina asiente y continúan las preguntas formales. Como no escucha bien, el abogado que los asiste en su casa le transmite la pregunta de la jueza “¿cuál era el vínculo que tenía usted con Gustavo Torres?”: “soy la mamá”. La pregunta del abogado fue en pasado, la respuesta en presente. Una hora antes, cuando la jueza le preguntó a Carlos si “tiene o ha tenido algún vínculo con Gustavo Daniel Torres”, la respuesta fue: “es mi hijo”. Las preguntas insisten en ser dichas en pasado, y las respuestas son devueltas en presente.

Cuando le solicitan a Adelina que relate las circunstancias del secuestro de su hijo, ella responde “si, pero puedo antes hablar algo acerca de Gustavo, cómo era… antes de iniciar… de hablar del día 11 de mayo donde se lo llevaron, ¿o voy directamente a ese día?”. “Sí, por supuesto”, le dice la abogada Adriana Gentile. Cuenta que la familia vivía en la casa de sus suegros en Alta Córdoba, tenían un patio grande. Tuvieron tres hijos, Carlos David, Gustavo Daniel y Claudio Esteban. “Los abuelos adoraban a sus nietos, y los nietos también adoraban a sus abuelos”. Se le quiebra la voz y espera unos segundos. Los tres hermanos se peleaban de niños, pero mientras fueron creciendo se hicieron cada vez más compañeros. Les gustaba mucho jugar al fútbol, pescar y la música[3].

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Luis E. Duhalde, retomando la idea de León Rozitchner, dice que “…para destruir el cuerpo social, había que destruir los cuerpos individuales. Y precisamente, su efecto disciplinante, exigía que trascendiera lo que ocurría en el campo más allá de sus muros” (p. 36)[4]. Estos “cuerpos políticos” arrojados al terror y devueltos a la sociedad como forma de disciplinamiento del cuerpo social todo y de todos/as quienes se atrevan a desafiar el orden de dominación.

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Adelina cuenta que Gustavo, un día salió camino a la escuela con un pulóver manchado, ella no le dijo nada porque lo vio apurado, pero entró a la casa a buscar el otro pulóver para lavarlo y dejárselo limpio. Gustavo tenía solo dos, uno marrón y uno verde. Pero Adelina no encontró el segundo pulóver. Cuando llega de la escuela, le pregunta a Gustavo dónde estaba el otro, “ah, mami lo regalé”, “Gustavo, tenías sólo dos pulóveres, ¿¡lo regalaste!?”, “mami, el chico al que se lo regalé no tenía ninguno”.

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Cuando el Estado, desde la reapertura de los juicios, “pone a hablar a las propias víctimas del Estado”, tal como indica Rousseaux, ocurren algunos movimientos inéditos. La construcción de una política sobre el dolor que fue armando fronteras, frente a tantos años de impunidad, permitiendo hacer lugar al dolor singular y a las consecuencias sobre el cuerpo social.

“Vengo a pedir perdón en nombre del Estado”, dijo el presidente Néstor Carlos Kirchner el 24 de marzo de 2004 en el predio de la ex  Esma. Tres años después, el 24 de marzo de 2007, Kirchner encabezó un acto inaugurando el Espacio para la Memoria La Perla, que una sobreviviente de ese centro clandestino, mencionó como un gran acto dignificador de la palabra[5] de los y las sobrevivientes, “nos hizo sentar adelante”.

De este modo, testimoniar dejó de ser sólo un acto doliente y denigrante por hablar frente a quienes no quieren escuchar, para pasar a tener un estatuto de verdad frente al Estado y la sociedad, como aclara Rousseaux. Pero esto no sucede de cualquier modo. Requirió, frente a la administración de justicia, levantar vallas entre las víctimas-testigos y las exigencias de hablar sin fisuras por parte de la técnica jurídica (Rousseaux, 2018)[6]. Advirtiendo este problema, se crea en el seno del Estado nacional un Plan de acompañamiento que deviene en el año 2011 en el Centro Ulloa, que se constituyen en parte central y fundante de las políticas de reparación simbólica a víctimas del terrorismo de Estado[7].

En el periodo 2003-2015, durante los gobiernos kirchneristas, a través de las políticas de Estado se trabajó por dar a las víctimas el “derecho a la dignidad”[8]. “Actos estatales que provocan el efecto de destaponar, destrabar, descoagular todo aquello que quedó silenciado, obturado. Aquello que no solo el Estado, sino también la propia sociedad ponía bajo la alfombra. Y entonces comenzaron a aparecer esos relatos, esas historias[9].

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“Un periplo que nunca tuvo fin” llamó Sebastián Soulier a la vida después de la desaparición de sus padres y su tío. “Años de locura… también eran años de tristeza. Yo tengo el recuerdo de mis abuelos, mis abuelos… los varones, sobre todo. Muy ensimismados, muy, muy, muy tristes… con una carga muy grande”. Ese día Sebastián dijo en la sala, con los imputados, en su mayoría presos, mirando desde el zoom, que “estaba orgulloso de la militancia de sus padres y de su tío”.

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“¿y los asesinos se acordarán? Cuando tuve que mirarlos allí al frente, a menos de dos metros, sentados. Ellos, golpeadores, ladrones, picaneadores, violadores, criminales, saqueadores, corruptos, secuestradores de niños, asesinos de embarazadas. A dos metros, hechos unos señores viejecitos de trajes. A dos metros, sentados” Ana Mohaded (2008)[10]

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Las huellas más importantes del terrorismo de Estado están en las violaciones actuales de derechos humanos y en la estructura económica montada sobre la destrucción de proyectos políticos alternativos. “Un proyecto económico de empobrecimiento y endeudamiento”[11], en el que aún –no sin transformaciones– nos encontramos.

“Como dicen los sistémicos, todo tiene que ver con todo. Y el genocidio es el estiércol en el que abonan todas las impunidades” Ana Mohaded (2008)

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En relación al tiempo, “lo que nos pasa”, Rousseaux insiste en la diferencia entre la temporalidad lógica y cronológica. Que “por la dimensión de los delitos cometidos por el terror de Estado […] marca un tiempo atemporal, siempre actual, y donde no podemos afirmar que estos hechos estén más lejos porque hayan ocurrido cuatro décadas atrás”[12].

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Retomando las preguntas de Sebastián Soulier, en relación a qué repara un juicio, podemos advertir, en primer lugar, que estamos ante crímenes cuya reparación es imposible, si la entendemos como una vuelta al estado de las cosas previa a la comisión del delito.

A pesar de ello, la dimensión de lo reparatorio, siempre que se anude a los pilares de MemoriaVerdadyJusticia, tiene efectos dignificantes en los cuerpos subjetivos y en el cuerpo social.

Se juega allí también la relación con el olvido, un olvido subjetivo posible a condición de que no sea social. Advierte Duhalde la importancia de que luego de dar testimonio en un juicio muchos/as sobrevivientes deciden que hasta allí llegó su mandato de “no olvidar para narrar” lo sucedido. Los juicios han venido cumpliendo –entre otras– la función de separación del horror. Como tan lúcidamente lo escribe Ana Iliovich[13], separa la cercanía que todo/a sobreviviente tuvo con el horror. “La paz de haber puesto las cosas en su lugar” (Duhalde, 2015).

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“La ausencia es muy grande […] Pero por suerte hay presencias. Están presentes en los gestos. Están presentes en los relatos, en las fotos. Están presentes en los ojos de mi hija que tiene los mismos ojos de mi mamá, en mí, que soy muy parecido a mi papá. Cada vez que nosotros nos reímos, que salimos a la calle, que levantamos banderas. […] Ya no es un reclamo nuestro, la sociedad lo hizo cuerpo. […] Nosotros somos la alegría y la vida” Sebastián Soulier en el Tribunal Oral Federal 1 de Córdoba, septiembre 2020


*Lucía Budassi, Estudiante de sociología (UNVM), en su trabajo final de grado indaga en torno a las memorias de las experiencias políticas peronistas en la década del ‘70 en la ciudad de Villa María. Integra el Observatorio de Derechos Humanos y Género del Ministerio de la Mujer de la Provincia de Córdoba. Participa del equipo de investigación Memorias y Lazos sociales en la Argentina contemporánea: un abordaje desde la izquierda lacaniana (UNVM).


[1] Sebastián Soulier fue secuestrado a los cinco meses, junto con sus padres Juan Carlos Soulier y Adriana María Días Ríos, el 15 de agosto de 1976 en un operativo policial. Al día siguiente detuvieron a su tío, Luis Roberto Soulier y a su abuelo paterno. Sus padres y su tío continúan desaparecidos. A su abuelo lo liberan pasados dos días del secuestro. Sebastián es devuelto a su familia el día 16 de septiembre de 1976 por la tarde.

[2] https://ffyh.unc.edu.ar/alfilo/el-juicio-repara-en-terminos-historicos-y-sociales-no-personales/

[3] Mientras escuchaba la grabación de los testimonios, recibo la llamada de Camilo, exiliado entre 1976 y mediados de los ‘90. Él dice que no mira los juicios porque le hace mal, pero que había visto la lista de los/las detenidos/as-desaparecidos/as que se juzgaban en la causa Diedrichs-Herrera, y encontró el nombre de una chica que él conocía de la Facultad de Artes de la Universidad Nacional de Córdoba. No es la primera vez que le pasa. Nombres que aparecen desde la juventud. Él no sabía qué había sido de sus vidas y con el tiempo va descubriendo que están desaparecidos/as.

[4] Duhalde, Eduardo Luis (2015) El ex detenido-desaparecido como testigo de los juicios por crímenes de lesa humanidad: una aproximación al tema. En Duhalde, Eduardo Luis y Rousseaux, Fabiana, El ex detenido-desaparecido como testigo de los juicios por crímenes de lesa humanidad. Ciudad Autónoma de Buenos Aires: Fundación Eduardo Luis Duhalde.

[5] “Los límites que le generan los interlocutores a la víctima, que ésta ha verificado en estas tres décadas de caminar acompañado por el carácter fantasmal de lo vivido. Estas vallas han ido “empobreciendo” su discurso narrativo, porque nadie o muy pocos, están dispuestos a escuchar todo” (Duhalde, 2015, p. 49). Incluso durante los juicios, no es sencillo escuchar la verdad de los sobrevivientes. El juez Carlos Rozanski, en el documental Un día de justicia, cuando junto a otros funcionarios judiciales y testigos ex detenidos desaparecidos se encontraban realizando un reconocimiento en una comisaría, le dice a Julio López, a modo de humorada, “no recuerde tanto”, cuando López describía cómo era ediliciamente esa comisaría durante su secuestro, dónde lo torturaban y los modos del tormento. Volver a esta escena a través del relato de López y las/los demás “aparecidos/as” no es gratuito para ningún cuerpo.

[6] Rousseaux, Fabiana (2018) ¿30.000? ¡Ni idea! El Estado y lo sacro. En Rousseaux, Fabiana y Stella Segado (comps), Territorios, escrituras y destinos de la memoria. Diálogo interdisciplinario abierto. Temperley: Tren en movimiento.

[7] Rousseaux, Fabiana Luis (2015) Memoria y Verdad. Los juicios como rito restitutivo. En Duhalde, Eduardo Luis y Rousseaux, Fabiana, El ex detenido-desaparecido como testigo de los juicios por crímenes de lesa humanidad. Ciudad Autónoma de Buenos Aires: Fundación Eduardo Luis Duhalde.

[8] Rousseaux, Fabiana (2020). 26 de junio, Día Internacional en Apoyo de las Víctimas de Tortura. La función de lo escrito. Disponible en: https://perio.unlp.edu.ar/2020/06/26/26-de-junio-dia-internacional-en-apoyo-de-las-victimas-de-tortura-la-funcion-de-lo-escrito/

[9] Rousseaux, Fabiana (2020) Conversatorio organizado por el colectivo brasileño Memoria, Verdad, Justicia y Reparación.

[10] Documental Palabras (2008). Disponible en: https://www.youtube.com/watch?v=4xe_rQ0kDJY&feature=youtu.be

[11] Ministerio de Justicia y Derechos Humanos de la Nación (2006). Cuadernillo consecuencias actuales del terrorismo de Estado en la salud mental. Disponible en: http://www.jus.gob.ar/media/1129094/10-dhpt-consecuencias_salud_mental.pdf

[12] Una parte de los delitos que continúan ocurriendo en el presente son los referidos a los “cuerpos secuestrados con vida” (Rousseaux, 2018). Aquellos hijos e hijas que viven con sus identidades sustraídas “como forma de desaparición forzada” (Corte Interamericana de Derechos Humanos, 2011. Fallo Caso Gelman vs Uruguay).

[13] Iliovich, Ana (2017) El silencio. Postales de La Perla. Villa Allende: Los Ríos Editorial.

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